Subió el volumen de la música que era directamente insuflada en sus oídos hasta no poder siquiera intuir los chirridos del metro que se detuvo ante sus pies. Al entrar al vagón, miró a ambos lados y escrutó a los tres pasajeros que quedaban en el último viaje del día. Se recolocó la capucha de su sudadera gris asegurándose de que su pelo no sobresalía y se sentó en uno de los asientos vacíos más apartados. Dejó la mochila en el asiento de plástico a su lado, dando a entender que no quería compañía, y se sumergió en el mundo de sus pensamientos mientras la música en sus oídos provocaba la espiral de sensaciones que tanto le gustaba y sus dedos repiqueteaban el ritmo de la melodía en su pierna desnuda. Dos estaciones más y llegaría a su destino, como cada noche. En aquella parada, la puerta mas alejada de Jess se abrió, dejando paso a un hombre alto que vestía una gabardina negra. Dirigió la mirada directamente al rincón en que la chica se encontraba, y esta fingió estar dormida y bajó el volumen de su reproductor hasta poder oír los pasos del sujeto, que se detuvieron a unos metros de ella. El asiento chirrió bajo el peso del hombre, que sacó un diario y empezó a leer. Jessica suspiró aliviada y miró su reloj, el cual marcaba ya las 10:20. Si no llegaba a casa en 20 minutos, su madre se preocuparía. Cogió su mochila y se levantó de su asiento dispuesta a bajarse del metro cuando una mano que agarraba su brazo la detuvo. La chica tragó saliva y se giró lentamente para encontrarse con el rostro del hombre de la gabardina a centímetros de la suya. El hombre movió los labios, pero ella no oyó lo que decía. Cuando el hombre acercó la mano a su oído para sacarle el auricular de la oreja, dio un respingo.
-Se te ha caído esto. - el hombre tendía a la muchacha una hoja doblada un par de veces con una sonrisa amable. La chica tardó unos segundos en reaccionar, luego cogió el papel y se lo metió en el bolsillo de sus pantalones cortos rápidamente.
-Gracias. - abrió la puerta pulsando el botón verde y, dedicando una última mirada al varón, salió del metro.
Era una noche tranquila en el barrio y Jess se permitió alargar su paseo unos minutos pasando por el parque primero. Se sentó en uno de los viejos columpios dejando su mochila en el suelo terroso y se balanceó suavemente hacia adelante y hacia atrás mientras miraba las estrellas. Se tomó unos instantes para oír el canto de los insectos nocturnos y siguió su marcha hasta el pequeño piso que compartía con su madre.
Sacó las llaves del minúsculo bolsillo de su tejano cortado y el papel cayó de nuevo al suelo. Chasqueó la lengua y se agachó, fastidiada, a recoger el dichoso papel. Acto seguido introdujo la llave en la cerradura sin mirar siquiera y cerró la puerta tras de sí. Echó el pestillo y miró por la mirilla al exterior de su apartamento. Prosiguió con los demás cerrojos y la cadena que casi sellaban la puerta como le había enseñado tantas veces su madre y soltó la pesada mochila gastada en el recibidor. Se quitó los zapatos sin preocuparse de donde los tiraba, y siguió con la sudadera, que cayó también al suelo. Soltó el pelo que llevaba recogido en un moño improvisado, que cayó en cascada hasta la mitad de su espalda y se recalentó la cena en el microondas mientras se servía un vaso de agua. Cuando el aparato pitó, se quemó las manos y dejo caer el plato al suelo, llevándose un dedo a la boca mientras maldecía en voz baja. La luz de la habitación de su progenitora se encendió y Jess soltó otra palabrota.
-¿Jess? ¿Estas bien?
-Sí, mamá. - dijo alzando la voz, pues la puerta de su madre seguía cerrada.
-Trae, te haré un sándwich. Ve a ponerte crema en esa mano.
-Estoy bien mamá, vuelve a la cama. - Jess intentó recuperar la escoba de las manos de su madre, que le lanzó una mirada dictadora que dio la victoria a Jenine.
Enfurruñada, se dirigió al baño y abrió el cajón donde su madre guardaba las cremas y pomadas. Tras ponerse aquella crema color oliváceo, se miró al espejo, percatándose de que necesitaba una ducha urgente. De eso ya se ocuparía luego.
-¿Tienes la maleta hecha? - Jess besó a su Jeni en la sien mientras pasaba los brazos alrededor de su cuello.
-Sí. Deberías dormir.
-Y tu deberías ducharte, hueles a zorro.
La sonrisa burlona de su madre hizo que enrojeciera y le arrancara la comida de las manos. Dio otro beso a su progenitora, esta vez en la mejilla, y con la boca llena se dirigió al baño. Tras una larga y caliente ducha, sus preocupaciones y dolores de cabeza se colaron por el desagüe unos minutos. Ya tendría tiempo mañana de preocuparse por todas las cosas que debía hacer. Dejó que el agua arrastrara la suciedad de su cuerpo y calmara sus músculos. Su respiración se relajó y su corazón ralentizó sus bombeos. Se aclaró el pelo y miró la espuma blanca en sus pies, perdiéndose de muevo en sus pensamientos. Tras lavarse los dientes frente al espejo, dejó caer la toalla que la envolvía y se dirigió a su habitación. Allí comprobó que no se dejaba nada en los cajones y se acurrucó en la cama, disfrutando de la sensación que dejaban las sábanas frías en su piel. En unos minutos se sumió en un profundo sueño que la llevó al territorio de Morfeo.
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Vuela libre
FantasyDijo que era la última vez pero ambas sabían que no lo era, la madre de Jess seguiría mudándose cada dos meses a pesar de lo que rogara Jess. Condenada a errar por ciudades repletas de gente que jamás conocerá, Jess descubre que su madre guarda un g...