Capítulo 4

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Saltaron una valla metálica y corrieron por callejones y vías muy poco transitadas, acompañadas de lejos por las estrellas y observadas por unos ojos curiosos. Tras unos minutos sin tregua, llegaron a su destino: un aparcamiento al aire libre inutilizado desde hacía años, en un extremo de un polígono industrial. Haziel observó el lugar antes de salir del callejón, precavida. Una vez en aquel espacioso lugar, estiró sus alas hasta que llegaron a su máxima longitud y notó un ligero hormigueo. Tras estirarlas un par de veces mas, el entumecimiento se disipó y una sensación de completa libertad la invadió. Leuviah examinó sus alas por ultima vez y empezó a dar instrucciones a su hija.

-Echa el cuerpo hacia adelante. No, así no, un poco menos. Así estará bien. Ahora abre las alas a la mitad, sin estirarlas, que estén relajadas. Agacha un poco el cuerpo. ¡Ponte como si intentadas saltar! ¡Bate las alas y salta! - la chica hizo lo que su madre le ordenaba, saltando sin darse cuenta de que el batir de sus alas era demasiado pequeño como para alzar su cuerpo, y cayó de bruces. - ¡Intentalo otra vez!

Una, dos, tres veces cayó y a la cuarta se dio por vencida. Se sentó en el asfalto, decepcionada y miró los rasguños que se había hecho al caer al suelo mientras su madre se sentaba a su lado. Las heridas sanaban al instante bajo su mirada y eso la intrigó. Se levantó, dispuesta a intentarlo una ultima vez, pues le entusiasmaba la idea de poder alzar el vuelo. Se apartó unos metros de su madre y recordó todo lo que le dijo. Batió sus grandes y negras alas de modo que abarcaran un gran trozo de aire. Aumentó el ritmo de su movimiento y, cuando sintió que el suelo ya no sujetaba sus pies, cogió impulso y saltó apretando los ojos.

Esperó el golpe, pero no llegó. Abrió los ojos muy despacio y miro hacia abajo. Tenía el suelo a medio metro escaso de sus zapatos. Miro entusiasmada a su madre, la cual aplaudía rápidamente, animando a su hija y con los ojos vidriosos de orgullo. La chica le dirigió una mirada interrogante, a lo que Leuviah asintió con una gran sonrisa. La chica batió con fuerza sus alas y empezó a alejarse del suelo hasta que pudo ver todo el aparcamiento. Ansiosa, se alzó mas y mas, hasta llegar a ver el polígono de punta a punta. Casi podía tocar las nubes, pensó, y la brisa le acariciaba la cara. Inclinó su cuerpo hacia adelante, recogiendo sus piernas doblando sus rodillas. Sin dejar de moverlas, inclinó un poco sus alas, de modo que la impulsaran hacia adelante, y voló.

Voló en todas direcciones sintiendo un cosquilleo en su estómago. Miró las estrellas y se sintió mas cerca de ellas que nunca. Estiró los brazos y las manos para sentir el viento golpeándola en ellas y, de pronto, detuvo sus alas. Empezó a caer. La cabeza iba por delante, sintiendo el aire chocando contra esta. La chica vio acercarse cada vez mas el suelo y cerró los ojos. Oyó un grito de su madre en el suelo y abrió los ojos de golpe. Ya veía las rallas blancas que decoraban el aparcamiento cuando abrió sus alas y cortó el viento, frenando así su caída. La adrenalina que corría por sus venas la hizo sentirse tan viva, que quiso volver a hacerlo, pero dudaba que su madre aguantara otro susto como ese. Subió un poco y dio un par de vueltas, sobrevolando a su madre, hasta que vio una luz ligeramente anaranjada en el horizonte.

-¡Mamá! ¿Podemos volver mañana? ¡Me lo he pasado tan bien! - la chica balbuceaba exhausta mientras ponía los pies en el suelo y replegaba las alas. Miró a su madre y vio la sombra que la sujetaba en su espalda. Tenía una de sus manos en su boca, y la otra sujetaba sus manos a su espalda. Los ojos de la madre se abrieron mucho cuando vio a dos sombras abalanzarse sobre Haziel, quien se giró, golpeándolas con las alas. Los dos hombres extendieron sus blancas alas y la chica palideció. Los dos ángeles sacaron de sus cintos unas dagas que resplandecían en un azul iridiscente. Con un movimiento, las dagas brillaron, transformándose en dos largos bastones de color celeste. La chica echó a correr, pero tropezó con una de sus alas y cayó al suelo. Los dos ángeles ataron sus alas a su cuerpo y la pusieron frente a su madre.

-Mira por donde. ¿Quien iba a decirme que encontraría a una sucia marcada y a su pequeña bastarda mestiza? - el ángel tiró del pelo de la mujer haciendo que inclinara la cabeza y mostrara su Escarnio.

-¡Déjala Mihael, yo soy la desterrada!

-Lo se, Leuviah, lo se. Pero no podemos dejar suelta a una mestiza, ¿sabes?

-¿Quien eres tu? ¡Deja a mi madre! ¡Sueltala! - Haziel se revolvió en sus ataduras mirando con odio a quien apresaba a su madre. Los ojos del hombre se tornaron amarillos y desplegó sus alas de color dorado que parecía que emitieran luz propia. En su mano, apareció una daga idéntica a la de sus hermanos que aproximó al cuello de Leuviah.

-No tengo tiempo para esto. - en un solo movimiento, Mihael cortó la garganta de la mujer, de una oreja a otra, con una neutralidad escalofriante en su rostro. Haziel gritó e intentó soltarse una vez mas. Finalmente cayó de orillas, encharcando el suelo con lágrimas brillantes que reflejaban su aflicción. - Bien, así me será mas cómodo. - alzó los brazos con la daga ensangrentada entre sus manos y esa adoptó la forma de un hacha afilada.

Esta vez, Haziel no se movió y esperó su inevitable fin a manos de aquel bello pero malvado ser con los párpados apretados y la rabia escapándose por todos sus poros. Oyó un golpe seco a su izquierda y dirigió la vista hacia allí. Uno de los ángeles permanecía en el suelo y una sombra de alas negras saltó de encima de su cuerpo interte. El ángel de alas doradas dirigió su hacha hacia el mestizo, mas este la esquivó con una agilidad asombrosa. Se colocó tras Haziel y en un solo movimiento cortó las sogas que la apresaban. La chica abrió sus alas y golpeó con ellas al hombre de alas doradas, esta vez a propósito, dando tiempo al mestizo a tirar de su antebrazo. Ambos corrieron aprovechando la confusión hacia el final del aparcamiento, donde se extendía una arboleda que les cubriría el flanco aéreo. La muchacha corrió arrastrada por el chico, sin mirar atrás por miedo a descubrir a sus atacantes demasiado cerca. Un birote dorado se clavó en un árbol, a centímetros de la cabeza de Haziel, cuando llegaron a la arboleda.

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