Haziel abrió la ventana a toda prisa y se asomó por la escalera de incendios. Buscó con la mirada a Aniel, y encontró a Uma llorando. En el suelo, a ambos lados de la furgoneta, habían dos alas negras extendidas, como pintadas en el asfalto. Pronto los recuerdos la invadieron y una lágrima cayó cuatro pisos.
-¡Salta cariño!
-¡Me voy a matar! - gritó Haziel.
-Confía en mi. - la sonrisa de su madre le hizo estremecerse y sonreír.
Se soltó y se sintió caer. Sentada en el suelo y mareada, soltó un gemido lastimero. Su madre le tendió la mano y esta la aceptó, animada.
-Mamá, voy en pijama... ¿Que hora es? No vuelvas a asustarme así.
-Lo siento, cariño. ¡Hoy te enseñaré a volar!
Bajó corriendo la escalera metálica en cuanto se repuso y encontró uno de los cuerpos de sus compañeros tapado con una manta. Había muerto. Hara se tiró a sus brazos y esta le acarició la cabeza para tranquilizarla mientras empapaba su camiseta de lágrimas. Los dos hombres subieron a cuestas a uno de los caídos que no podía andar por si mismo. Luego ayudaron a Beyabel y Zarahel, las dos gemelas mestizas restantes, mientras Uma y Haziel permanecían al lado del cuerpo del muchacho que había muerto durante el trayecto.
-Vuela libre y lejos del cielo. - tras esas palabras, Uma clavó su daga azulada en el pecho del muchacho, y el cuerpo de este se transformó lentamente en miles de chispas brillantes que fueron arrastradas hasta más allá del horizonte.
A la caída del sol, Aniel asignó a Haziel la tarea de conseguir más vendas y desinfectantes, pues ella conocía el lugar aunque fuese mínimamente y, después de mucho insistir, el rubio consiguió que la chica no saliera sola del apartamento. Así pues, la morena y su mejor amiga salieron a la calle en busca de la farmacia más próxima.
No tardaron ni cuarenta minutos en terminar su tarea, salieron del establecimiento y emprendieron su vuelta a casa inmediatamente. Umabel apretó el paso y Haziel la imitó, pues ella también había sentido la mirada en su cogote. Se mezclaron entre la poca gente que circulaba a la luz de la luna y, debido a la persistencia de la sombra, ambas se separaron. Umabel desapareció en el primer callejón que encontraron mientras Haziel seguía la corriente de la gente con las bolsas en la mano. Con la mano que tenía libre fingió recolocarse el sostén y comprobó que su daga permanecía estática pegada a su cintura. La sensación de ser observada no desistió ni un segundo y Haziel suspiró aliviada porque Umabel se encontrara fuera de peligro.
En una calle secundaria al paseo, vislumbró un gran escaparate y se dirigió a el sin pensarlo. Pasó a su lado caminando lentamente y se permitió pararse a observar un vestido color cereza unos instantes. Instantes en que vio un hombre mirándola fijamente. Era el.
Reprendió su marcha, alejándose de la casa segura cada vez más, cuando vio varias sombras saltando de tejado en tejado. Miró a su alrededor y nadie más parecía haberlas visto, y sus nervios incrementaron. Una pluma negra cayó ante sus ojos, con su propia noción del tiempo y el espacio, y Haziel echó a correr. Chocó con varias personas pero finalmente logró inmiscuirse en una calle apartada y poco iluminada.
Dejó las bolsas apoyadas contra una pared de ladrillo y recostó su espalda contra la misma. Arremangó su sudadera hasta dejar los codos al descubierto y se puso la capucha, tapándose la parte superior de la cara con la sombra que esta proyectaba sobre ella. Sacó su brillante daga de debajo de su ropa y esperó pacientemente.
No tardó en aparecer el hombre, escoltado por dos personas más. Haziel fingió ignorarlos y no se movió un ápice. Pasados unos segundos eternos en silencio, los tres extraños se acercaron a ella, hasta rodearla contra la pared. Impulsándose con la pared y con una rapidez que la sorprendió hasta a ella, se abalanzó contra el cuerpo que más cerca permanecía de ella y hundió la daga en su carne. Un gemido salió de las profundidades de la sombra y Haziel la empujó con su hombro izquierdo, derribándola, pasó por encima del cuerpo tirado en el suelo y se puso en guardia de nuevo. El escolta del hombre corrió en auxilio del que yacía tumbado en el suelo de inmediato, maldiciendo entre dientes a Haziel. El que parecía el cabecilla de los tres indviduos rió.
Dos pares de pies resonaron a espaldas de la chica y el hombre dejó de reír.
-Sentimos el retraso. - dijo serio Eyael.
-Lo tengo todo bajo control.
-¿Que hacen tres cazadores por aquí? - Uma preguntó al aire.
-¿Tres? - el hombre de mediana edad dijo sarcásticamente. Se quitó la chaqueta y la dejó caer al suelo. Los tres Caídos miraron el cordel que colgaba de su cuello, dándole dos vueltas y quedado suspendido por encima de su cintura. Cada dos centímetros aproximadamente colgaba una pluma alargada y fina, atada con un nudo mal hecho al cordel. En un movimiento rápido, el hombre desenfundó la pistola que llevaba a la cintura y el disparo retumbó en los oídos de todos los presentes. Con una media sonrisa en la cara, un nuevo cuerpo cayó al suelo. - Yo sólo me basto con vosotros, mestizos.
Los tres muchachos quedaron estupefactos ante la osadía del viejo y los dos mestizos veteranos sacaron las alas. Haziel se tiró a un lado de la calle antes de que el segundo disparo resonara.
Sacó sus espléndidas alas y las estiró brevemente antes de echarse a volar. Vio a Eyael esconderse tras un saliente de la pared, resguardándose de los repetidos disparos mientras Umabel se tiró en picado desde las alturas, recogió las medicinas y se perdió en la distancia. La joven mestiza observó la calle desde las alturas y vislumbró dos farolas, que eran las que daban la escasa visión a los que allí se encontraban. Con una piedra en la mano, golpeó una de las luces hasta que dejó de alumbrar y se puso a cubierto. La otra de las farolas parpadeaba sobre la cabeza del hombre armado y Haziel chasqueó la lengua. El titileo de la luz que emitía dejaba intervalos a oscuras, creando un efecto de flash en la callejuela. Cuando la piedra de la mano de Haziel rebotó en el suelo, el hombre soltó una carcajada.
-Muy lista.
Aterrizó haciendo el menos ruido posible tras un contenedor de basura a la espalda del cazador y asomó la cabeza escasos instantes, que le permitieron mirar a los ojos de Eyael. Una nueva carcajada hizo que se resguardaran de nuevo.
-¿Donde estas, mestiza? Quiero una de tus plumas. - el hombre miró a su alrededor sin dejar de apuntar en la dirección del rubio. En el momento en que la luz se apagó, un ruido sordo sonó al lado opuesto en el que se encontraba Eyael y el disparo posterior fue casi inmediato.
Haziel se llevó las manos a la boca para no llorar cuando una mano apretó las suyas y un siseo en un susurro la tranquilizó. La chica suspiró aliviada y se giró, para encontrar el rostro de Eyael a escasos centímetros de ella. Los dos ángeles caídos aprovecharon el abrazo de la oscuridad para salir volando del lugar.
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Vuela libre
FantasyDijo que era la última vez pero ambas sabían que no lo era, la madre de Jess seguiría mudándose cada dos meses a pesar de lo que rogara Jess. Condenada a errar por ciudades repletas de gente que jamás conocerá, Jess descubre que su madre guarda un g...