Capítulo 11

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Una vez se vieron a salvo, ambos descendieron hasta llegar al suelo. Haziel reconoció el lugar inmediatamente y corrió hasta el centro del aparcamiento, donde unas alas negras estaban difuminadas en el suelo. Lágrimas empezaron a precipitarse al suelo y Eyael posó su mano en el hombro de la chica para darle su apoyo. Esta cayó al suelo de rodillas y pasó los dedos por las marcas negruzcas del asfalto. Sintió como el mundo se le hundía y se dio cuenta de que aún no había tenido tiempo de llorar la muerte de su madre. Eyael se acuclilló a su lado y le acarició el pelo, a lo que ella respondió echándose a sus brazos sin dejar de llorar. Lo apretó fuerte entre sus brazos y el la rodeó con los suyos. Unos minutos después, cuando las lágrimas parecían habérsele agotado, Eyael la separó de su cuerpo y ella se secó las lágrimas con el dorso de su mano, dejando un reguero mojado en su mejilla. Puesto que el líquido estaba caliente, se miró extrañada la mano y descubrió sangre carmesí en ella. Miró con horror a Eyael y este le sonrió con complicidad.

-Creo que me dio.

-¿Porque no me lo has dicho antes? ¡Dejame ver!

-No hace falta.

-¡No seas orgulloso y dejame ver! - gritó la muchacha.

Aún desconfiado, Eyael levantó despacio la sudadera y dejó ver a Haziel la ropa ensangrentada pegada a su abdomen.

-Quitatela.

-¿Quieres verme sin camiseta? - el chico dibujó una media sonrisa picarona.

-¿Enserio crees que es momento para esto? - dijo la chica, irritada.

-Aburrida - dijo casi en un susurro mientras se quitaba la sudadera.

Haziel levantó poco a poco la camiseta ahora enrojecida del chico por la parte derecha y pudo ver el agujero que la bala había excavado en el bajo de su torso. Tras despegar la camiseta de la herida, procedió a mirar si había orificio de salida. Tras comprobar que no lo había, torció el gesto.

-Hay que sacarla. - afirmó con manos temblorosas.

-Pues sácala. - La chica intentó encontrar burla en los ojos del rubio, pero lo decía en serio.

Eyael sacó su daga refulgente y se la ofreció a la chica. La daga tomó la forma de un punzón en la mano del chico y ante la mirada atenta de la muchacha, y esta la tomó entre las suyas. Se tumbó y apoyó la cabeza sobre su sudadera manchada, esperando que su amiga se decidiera. El punzón plateado temblaba en sus manos. Eyael se incorporó a medias y guió el punzón, aún en las manos de la chica, hasta la altura de su herida sin dejar de mirarla.

-Confio en ti, canija. - volvió a tumbarse, dejándola perpleja, y se tapó los ojos con el brazo derecho.

Al contacto del metal contra la carne, el rubio intentó acallar un gemido de dolor. Con el paso de los minutos ya no podía disimular su evidente dolor y la sangre que emanaba de la herida ensanchaba el charco bajo su espalda. Cuando la bala plateada salió de la herida, un destello iluminó los ojos de la muchacha y una sonrisa se instaló en su rostro. Tras comprobar que la bala habla salido entera, se quitó la sudadera y rasgó el bajo de su camiseta para limpiar a duras pensas la herida. Acto seguido, se quitó lo que quedaba de camiseta y lo utilizó para taponar el orificio de forma provisional.

-Ya está. - la chica se quitó el sudor de la cara de un manotazo y mostró la bala a Eyael.

-Y que buena vista. - sonrió pícaro. La chica, al darse cuenta, se giró avergonzada y cubrió su sujetador con su sudadera hecha un amasijo de tela de espaldas a el y se la colocó.

-Deberíamos volver a casa.

-Deberíamos. - repitió mientras se colocaba su sudadera.

Una vez en pie, ambos echaron a andar hacia el bosque que quedaba próximo al aparcamiento. Eyael sacó el móvil, seguramente para llamar a su hermana en busca de transporte, cuando Haziel se lo impidió.

-Prefiero dar un paseo. - dijo forzando una sonrisa.

-Les diré que estamos bien, pues.

Tras mandar el mensaje a Umabel, sorprendió a la chica de rodillas y se aproximó a ella. Observó extrañado como frotaba tierra en su ropa y ella contestó a su pregunta muda.

-Así no parecerá que hayamos sido cómplices de una matanza. - el hombre se encogió de hombros e imitó a su amiga.

Tras un rato andando, ya llegaban a la parte mas habitada de la ciudad.

-Oye, canija... - Haziel se giró - gracias...

-Te la debía. - dijo sonriente. El chico se acercó a ella y la acogió en sus brazos.

-Aún así, gracias. Por todo. - Eyael acercó la mano a la mejilla de la chica, la que enrojeció notablemente en su contacto. Haziel desvió la mirada, avergonzada, mientras su amigo frotaba la sangre seca que la muchacha tenía en la cara.

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-Llegamos. - Una melena rubia se pegó al pecho de su hermano con los ojos enrojecidos. Hara también saltó a los brazos de Haziel, apenada. En la esquina de la habitación, Ani los invitó a contarles la historia completa de lo que había sucedido aquella noche. Con una sola mirada, Eyael mandó a la chica al baño y caminó tranquilamente hasta donde se encontraba su superior.

El agua en la tina humeaba y ya había empañado el espejo de la pica, frente al cual, Haziel torcía el gesto al ver las heridas superficiales de su cara. Metió un pie en la bañera para cerciorarse de que el agua no quemaba demasiado y se metió dentro. Después de frotarse la suciedad y lavarse los pequeños cortes a consciencia, corrió la cortina y se puso los auriculares de su reproductor de música.

Despertó tiritando y se dio cuenta de que seguía en la tina. El ruido de un cajón al abrirse y cerrarse rápidamente hizo que enrojeciera. Haziel se asomó por la cortina procurando no descubrir ninguna parte de su cuerpo y vio a Eyael frente al espejo, observándose la herida en su abdomen.

-¡E-está ocupado! - Haziel intentó levantar el tono, pero su pudor la traicionó.

-Tardabas mucho y la herida vuelve a sangrar, lo siento.

-Pasame la ropa al menos. - Eyael bufó, pero pasó una toalla y un amasijo de ropa a la mestiza a través de la cortina. Después de quitar el tapón, esta se secó y vistió rápidamente, siendo observada por la sonrisa burlona de Eyael al otro lado de la cortina, que recortaba la figura de la chica en sombras.

-Eres terriblemente vergonzosa. No tienes nada que no haya visto ya, canija.

-No lo sabes, alomejor tengo un tercer brazo. - su risa la hizo sonreír. Acto seguido, descorrió la cortina y salió de la tina pisando la toalla que había tirado al suelo.

-Se te han olvidado los pantalones.

-No los traje, pensaba dormir con esta camiseta larga.

-Vaya, tu tercer brazo seguirá siendo un misterio para mi. - los dos estallaron en risas hasta que Eyael llevó la mano a su herida tras un sonoro quejido.

-Dejame ver eso.

-Admítelo, te gusta verme sin ropa.

-Eres muy arrogante, ¿sabes? - preguntó mientras apartaba la mano del chico de la herida. Torció del gesto al ver que supuraba y bufó.

-¿Y tu sabías que esa camiseta se transparenta? - Eyael rió en alto cuando la chica corrió a taparse los pechos como pudo por encima de la camiseta. - ¿Como va a transparentar, si es negra, canija?

-¡Idiota! ¡Eres un idiota!

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