Alone as ever

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Para cuando las aguas turbias del lago se volvieron a abrir el sol ya había salido, las aves cantaban en la distancia, los animales recorrían libremente los alrededores pero los peces, esos pobres seres  huían desesperados del movimiento del agua, sabiendo muy bien que si se quedaban cerca, muy probablemente se quedarían atrapados en lo que sea que el lago tenía pensado hacer.

Unos venados que descansaban entre los árboles miraban el agujero creado en la borde del lago con curiosidad, no realmente sorprendidos por el comportamiento anormal del lago.

De ahí salió una niña.

Sola.

Penélope Judith ya no estaba siendo acompañada por el fantasma que había estado con ella desde la más temprana infancia, la pequeña tenía una mirada triste y lejana, perdida en su mente.

Miró al lago con pesar antes de voltearse hacía el sendero que ahora podía ver frente a ella.

—Me hubiera servido antes ¿Sabes? —exclamó sonriendo suavemente.

Una rama de un árbol cercano se dobló y le dio una nalgada a la niña.

—Okey, okey —gruñó sobándose el trasero, —Era un decir, ugg.

La pequeña empezó a caminar con calma, despacio, disfrutando de las sensaciones que la rodeaban y el canto rítmico de las aves.

—Estamos sensibles ¿Eh? —bromeó mientras ponía sus manos detrás de su cabeza.

Esta vez la niña esquivó el primer golpe de una rama, pero el segundo que vino desde atrás la tumbó al suelo que mancho aún más la ya sucia y rota piyama que traía.

—Oh vamos —exclamó mientras se levantaba y se sacudía ligeramente —Ya estoy mugrosa, no me hagas más mugrosa.

Las hierbas altas a un lado del sendero se movieron hacia atrás, como si se rieran.

La pequeña hizo un puchero y siguió caminando, soltando oraciones casuales de vez en cuando y viendo como el bosque reaccionaba a sus palabras.

Porque ahora sabía que todo el bosque del condado Judith estaba bajo la jurisdicción del hombre sentado en el trono bajo el agua, por eso estas tierras jamás habían sido profanadas por algún terrateniente antes, los locales lo sabían, no había una sola persona nacida en las tierras del Conde que no supieran que no era buena idea acercarse al bosque con malas intenciones.

La niña podía sentí sus ojos en la nuca ahora mismo.

Ella no iba a fallarle.

No estaba loca.

— ¡¡¡¡¡¿MI SEÑORITA?!!!!! —se escuchó un grito en la distancia.

La pequeña niña sonrió con pesar y observó como un guardia corría rápidamente hacia ella, miró de reojo hacia atrás y el sendero en el que estaba caminando ya no estaba, lo único que estaba ahí era una flor ver color blanco, muy simple y aburrida a la vista.

Pero esa pequeña planta tenía su promesa.

El guardia ya había mandado una señal mágica para indicar que había encontrado a la pequeña, así que ahora solo debía controlar su estado, él se arrodilló frente a la pequeña ni bien se acercó lo suficiente, buscando con la mirada algún daño importante.

El pequeño brazo de su señorita estaba manchado de sangre seca, uno de sus pies no tenía su zapato, su cabello tenía hojas y ramas enredadas en él, sus manos estaban sucias y su rostro también.

—Mi señorita, ¿Le duele mucho? —preguntó el guardia agarrando lo más lentamente que podía la mano de la pequeña.

—Lleva esa flor a casa por favor —pidió la pequeña con una pequeña sonrisa.

— ¿Mi señorita? —preguntó consternado el hombre.

La pequeña arrugó los ojos con diversión  y dijo suavemente: —Quiero que lleves esa flor a casa, por favor.

Unos segundos después la niña se desplomó sobre el guardia, inconsciente.

—¿¿MI SEÑORITA?? —Gritó el asustado guardia mientras alzaba en sus brazos a la pequeña — ¡Señorita!

Al no obtener respuesta y solo ver el rostro pálido y sucio de la pequeña de cinco años, el hombre decidió que lo mejor era llevarla a la mansión y que un mago la revisara, pero la orden de la pequeña también debía cumplirla.

Con el mayor cuidado que un hombre adulto con las manos ocupadas cargando a un inconsciente niño pequeño podía, él sacó la flor blanca del suelo y solo después de asegurarse de no aplastar la pequeña cosa, él empezó a correr lo más rápido que sus piernas le permitían.

Curiosamente parecía que ahora había un sendero frente a él.

Curioso.

Ambos no estaban muy lejos de la línea de árboles de todos modos, él acababa de tomar su turno en el grupo de búsqueda de la pequeña.

Cuando salió inmediatamente fue abordado por un montón de otros guardias y el medico mago de la familia, quien había aparecido ni bien sintió el aviso.

—Se desmayó después de que la encontrara, mago —exclamó el guardia mientras sentía como la pequeña flotaba fuera de sus brazos.

—Tú, ve al estudio del conde —indicó el hombre después de ver la flor sostenida por el guardia.

—Si señor —respondió mientras enderezaba su espalda.

Un círculo mágico apareció en la otra mano del mago haciendo que la niña y él se teletransportaran a la habitación de la niña en la mansión, en donde ya estaban tanto el Conde como la Condesa esperando impacientes, ambos padres miraron consternados como su pequeña hija estaba flotando gracias a la magia del mago, inconsciente.

—Necesita ser atendida — exclamó el mago mientras se acercaba a la cama de sus señorita y la dejaba ahí.

Mientras que en la habitación de la niña se armaba un escándalo, las tierras del Conde recibían la visita de un fino carruaje, bañado en exuberancia y elegancia, la insignia de la Casa del Ducado Alpheus resaltaba en ambos lados del vehículo, siendo tirado por cuatro caballos tardaría muy poco en llegar a la mansión y una vez que llegara, el Conde debería de explicar muy bien porque su esposa le envió un mensaje de ayuda a su madre por causa de su adorable nieta.  

La ex-Duquesa Alpheus no permitiría que su amada niña sufriera a manos de nadie.

Menos aún si era el mediocre Conde con el que desafortunadamente se casó después de rogarle insistentemente era el causante se su sufrimiento.

Jeanette Alpheus mataría a su yerno si este hacia llorar a su hija.




















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The green who leftDonde viven las historias. Descúbrelo ahora