La puerta de la Sala de audiencias era excesivamente grande, ¿Por qué demonios era así de grande? Entendía que la realeza debía demostrar opulencia para así mostrar su poderío adquisitivo pero esto era simplemente un despilfarro de madera, podía hacer al menos una pequeña casa con la madera y oro usado aquí.
Bueno, tal vez exageraba, pero entendían el punto.
El Conde, la Condesa y Penélope estaban parados fuera de la sala del trono, un guardia les permitiría pasar cuando sus Majestades se desocuparan, algo que parecía ser pronto porque la innecesariamente grande puerta se abría y un hombre salía.
Él tenía el cabello castaño, ojos celestes, y un mostacho que casi hizo reír a Penélope, su ropa era fina, tenía un bastón con incrustaciones de oro y algunos diamantes, su porte era recto y en general parecía ser alguien serio.
—Buenos días Conde, Condesa Judith —saludó el hombre tocando su mostacho con su mano libre y mirando uno a uno a los integrantes de la familia.
—Buenos días su excelencia, Duque York —saludaron con una reverencia sus padres.
—Y esta pequeña que asumo es la pequeña Penélope, eh oído un montón sobre ti querida —continuó con una sonrisa mientras tocaba aún más su mostacho.
Sonriendo como si no notara el escudriño de este perfecto extraño hacia ella, la niña se agarró los bordes de su falda y lo saludo con bastante gracia: —Buenos días su excelencia, Duque York.
Una de las cejas del duque se elevó, bien, había dado una buena primera impresión a uno de los duques.
Sus padres y el hombre intercambiaron un par de palabras más antes de que el guardia anunciara que la familia Judith podía pasar, las enormes puertas se volvieron a abrir y el aire entró suavemente entre las piernas de Penélope.
Por fin pudo ver a quienes serían su dolor de cabeza por el resto de su limitada vida.
Toda la habitación estaba bellamente decorada, pero toda la atención se centraba en lo alto de unas cortas escaleras, dos sillas de oro macizo y de finos detalles se alzaban con imponencia, el Emperador y la Emperatriz se sentaba uno al lado del otro.
Qué imagen más intimidante, mierda.
Si no fuera por el hecho de que literalmente seria crucificada viva si se equivocaba con los modales frente a la realeza, Penélope estaría maldiciendo como un marinero pasado de copas.
La noble familia de los Judith se encontraba caminando hacia la intimidante familia Imperial por el malditamente bello y adornado salón del trono, el lugar destilaba opulencia, casi le dieron ganas de cubrirse los ojos por el exceso de belleza y brillo, sus ojos pedían auxilio maldita sea.
—Bienvenidos al Palacio, Conde y Condesa Judith, —saludo sonriente el Emperador.
—Gloria y bendiciones al Sol y a la Luna de Obelia, — ambos nobles respondieron reverenciándose ante el Emperador y la Emperatriz.
La pequeña solo copió la reverencia de sus padres, demasiado nerviosa como para hablar simplemente se limitó a mirar el piso fijamente mientras sentía que toda la atención de la habitación se dirigía hacia ella, presa de los nervios se estremeció cuando sintió las miradas de los emperadores.
—Así que esta es Penélope Judith, —exclamó el Emperador, haciendo que la pequeña alzara la cabeza tímidamente, pero sin mirar arriba.
La niña entonces decidió saludar: —Gloria y ben...— pero fue interrumpida por una risa suave del Emperador.
—No necesitas saludarme pequeña, créeme, me saludan mucho, —exclamó sonriendo y agitando suavemente una mano, —Prácticamente serás mi hija así que no necesito formalidades, al menos no de tu parte.
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The green who left
FanfictionPenelope Judith odiaba muchas cosas. Pero en especial ese lago. y a sí misma.