Jessica.
Bienvenidos a un día más de mi interesante vida.
Luego de un gran maratón de lectura sobre las funciones mentales más complejas del ser humano en relación con las estructuras cerebrales que la sustentan y una dulce cena de té y galletas, al final conseguí dormirme alrededor de las 12 de la noche, dejando a el chico Zanahoria a la expectativa de lo que respondería, luego de haber señalado que dejé mi dignidad por el suelo gracias a los efectos del alcohol un día anterior.
No beban, es malo para su salud y los deja en ridículo la mayor parte del tiempo.
Había pasado dos días seguidos sin salir de mi habitación, encerrada en esas cuatros paredes hundida en la lectura, películas y series sin hablar con nadie más además de mi hermano y mi madre, y por las noches me disponía a ver el techo que, gracias a mi amor por la astronomía, estaba pintado de un color azul entre oscuro y claro, con estrellas y planetas pegados en ella que encendían en la noche, toda mi habitación parecía sacada de un planetario, pues así como el techo las paredes estaban exactamente igual con las luces blancas de navidad por todas partes, a diferencia de una, que era la que se encontraba detrás de mi cama, que estaba pintada tal cual atardecer, que fue un regalo de cumpleaños de Hanna. Ella es una gran artista.
Eran las 11 de la mañana y estaba despierta gracias al horrible calor que hacía, decidí levantarme e ir hacia mi ventana para abrir las cortinas y dejar que entrara la luz del día, iluminando toda la habitación.
Bostecé y camino hacia mi mesita de noche donde se encontraba mi celular y lo encendí, y distingo todas las llamadas perdidas que tenía de Hanna y Bruce, así que decidí devolverle la llamada.
Sonó tres veces la contestadora, hasta que apareció la figura de Hanna en la pantalla, dirigiéndome una mirada fulminante.
—Hasta que te dignas a aparecer—me riño mi amiga.
Aún somnolienta la miré y noté que estaba en un auto y la voz de Bruce se escuchaba al fondo.
—¿Estás hablando con Jess?—pregunto.
Audrey asintió.
—Dile que la próxima vez que se desaparezca así le lanzaré una silla.
Se escuchó una risa varonil cerca de ella, y podía imaginar que estaban con Mason, ya que el es quien llevaba a Bruce a casi todas partes.
—Ya casi llegamos—dijo Mason.
—¿A dónde van?—decidi preguntar.
—A tu casa—respondio Hanna.
No sabía que hoy era dia de visita.
Fruncí el ceño, Hanna notó mi confusión ante su declaración, así que decidió aclarar mis dudas.
—Saldremos hoy—respondio finalmente.
—¿Saldremos?—repeti incrédula, como si de una broma se tratase.
Asintió con una sonrisa.
—Necesitas salir, y quien mejor que nosotras para sacarte de tú refugio.
—No iré—dije, mientras me senté en la silla giratoria del escritorio.
—¿Que?—pregunto Bruce, y le arrancó el teléfono a Hanna de las manos para dirigirse a mi con una ceja alzada—¿Como que no irás?
—Lo que escuchaste, no iré.
—¿Se puede saber por qué?.
Lo pienso durante unos segundos.
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Nuestra historia bajo la luna roja
Подростковая литератураEn un mundo marcado por el eco de las cicatrices emocionales, Jessica, una estudiante de psicología, se sumerge en su pasión por entender el comportamiento humano y ayudar a quienes han sufrido, pero lleva consigo la terrible experiencia con su exno...