La puerta de Anahí sonó pasadas la once de la noche, cuando se disponía a irse a la cama para ver si por fin descansaba algo. Se levantó de mala gana y ni siquiera perdió tiempo en cubrirse el diminuto pijama con la bata, echaría rápido a quien fuese y volvería a la cama a descansar.
— Alfonso —susurró al abrir la puerta y encontrarse con él— ¿Qué haces aquí?
— Necesitaba verte —contestó, entrado en la casa.Anahí, sin apartar la vista de él, cerró la puerta con cuidado y se giró.
— ¿Por qué necesitabas...?
Los labios de Alfonso chocaron contra los de Anahí en un beso lento y profundo, unos minutos después, se separó un poco, pero no dejó de abrazarla.
— Mujer, ¿cómo sales a abrir así la puerta? Podría haber sido cualquiera, ¡imagínate que le da un infarto! Podrías matar a cualquiera así vestida.
— ¿Tan mal estoy? —sonrió de lado.
— ¿Bromeas? Verte es como cuando era niño y me quedaba en el escaparate de cualquier kiosko, babeando por dulces que jamás iba a tener.
— ¿No teníais dinero? Pensaba que tu padre...
— Mi padre tenía dinero de sobra, pero no se me estaba permitido comer más de cuatro dulces al mes, una por domingo. Y te puedes imaginar como me gustaban...
— Qué infancia más difícil. Yo tenía los dulces que quería, pero debía tener cuidado porque si comía muchos luego me dolía la tripa.Alfonso sonrió por la ternura que Anahí puso al contárselo. Había sido feliz en su infancia y se notaba por cómo sonreía cuando se lo contaba. Él no había sido desgraciado, ni mucho menos, pero su padre era muy estricto con él desde muy pequeño, obligándole a hacer cosas que no eran normales para un niño de diez años.
Apretó a Anahí levemente entre sus brazos y después la soltó.
— ¿Estás muy cansada?
Anahí, que se sintió vacía de repente al no tener los brazos de Alfonso alrededor, negó con la cabeza sin saber muy bien porqué. Alfonso sonrió y ella se acercó de nuevo a él, apoyándose en su pecho y aspirando su aroma mientras Alfonso la abrazaba de nuevo y dejaba un beso en su cabeza.
— ¿Cómo ha estado tu día? —preguntó, aún sin soltarla.
— Largo. Solo quería que terminase para meterme en la cama.
— Y yo he aporreado tu puerta como si me fuese la vida en ello —rió, haciendo que Anahí se moviese contra sus músculos—. Lo siento.
— No te preocupes, me gusta que hayas venido.No sabía porqué lo había dicho, ni como se lo tomaría Alfonso. Pero era la verdad. Le gustaba tenerle cerca, ole su aroma, sentir sus brazos alrededor de ella, sus besos... Carraspeó, separándose un poco.
— ¿Cómo estás? —preguntó, mirándole el brazo.
— Bien —sonrió Alfonso—, la semana que viene empezaré a hacer rehabilitación. No es grave, así que espero estar jugando a final de mes. Empiezo a echar de menos tus entrevistas.Anahí soltó una risa nerviosa.
— Bueno, el miércoles te haré una...
— Estoy deseando esquivar tus preguntas —la movió un poco, acercándola de nuevo a su cuerpo.Se quedaron unos segundos más en silencio, hasta que Alfonso volvió a bajar la cabeza para besarla y guiarla de nuevo hasta la habitación.
El miércoles, Anahí estaba de los nervios. Había repasado las preguntas unas cincuenta veces, y se había cambiado de traje aproximadamente diez. Se le había roto un tacón al llegar a su edificio, se había caído café en la blusa blanca que llevaba y el pelo le había quedado peor que nunca, por lo que agradeció enormemente que Lucca le proporcionase una peluquera y maquilladora antes de la entrevista para verse, según él, más profesional. Olivia le prestó una de sus blusas blancas aunque, como era más grande que ella, le quedaba gigante. Tuvo que dar varias vueltas a las mangas para que quedase bajo el traje y Olivia le ayudó a poner unos imperdibles por detrás para que se ajustase un poco a su cuerpo.
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Quién te crees
FanfictionEra su gran oportunidad. Se había preparado durante años para lograr impresionar a sus jefes y un imbécil en toalla jugando a ser gracioso no le iba a chafar sus planes. Anahí mantuvo la compostura y terminó la entrevista de Alfonso Herrera con tod...