chapter six

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Cuauhtémoc

Voy a romper su escuálido cuello. Lo juro.

Lupita se olvidó de que sigo todas sus malditas redes sociales.

Odio esas cosas, todo es cuestión de popularidad, pero es una gran manera de vigilar a mi hermana, la problemática.

Ella cree que es astuta e inteligente, pero yo descifro sus estúpidos mensajes de fiesta de sus amigos en segundos.

Sólo nos separa un año de edad, pero siempre me he sentido responsable de Bunny. Es una bomba atómica de energía y frecuentemente se lanza a las cosas sin pensarlo, sin ningún tipo de seguridad. Porque sabe que sus hermanos estarán ahí como su red de seguridad.

Siempre lo estaremos. Pero eso no impide que me sienta enojado mientras conduzco por Manhattan hasta la casa de Bates.

Estaba a punto de hacer una mierda épica de nerd, así que más vale que tenga una disculpa preparada.

Estoy escupiendo fuego cuando llego a la puerta. Salgo del coche y subo los escalones del porche hasta la casa de ladrillo blanco.

La puerta está abierta. La música está muy alta. El interior está lleno de cuerpos y apesta a hierba y a sexo.

Mi ira se intensifica.

Veo primero a una de sus amigas y la agarro del brazo. Sus ojos se abren de par en par cuando ve que soy yo.

—¿Dónde está?

—¿Qué, quién?

—No te hagas la graciosa, ¿dónde está Lupita?

La chica se encoge de hombros y yo le suelto el brazo para abrirme paso entre la multitud. Juro que si ella está arriba asesinaré a estos imbéciles.

Las parejas se besan dondequiera que se posen mis ojos. Una chica gime cuando la tocan para que todos la vean.

Un cuerpo choca conmigo, y al girar veo que es el dueño de la casa. La sonrisa de Bates cae, la confusión tiñe su rostro. No es una sorpresa, porque aunque me invitaran a estas cosas, no iría.

Soy consciente de que estoy en contra de la gente. Socialmente torpe. Nunca sé de qué hablar, y todo lo que quiero hablar no le interesa a nadie más.

—Bueno, bueno, mira quién es. No creí que tuvieras los cojones para chocar con la puerta, López.

—Se los robé a tu puto padre —Le respondo. Mis ojos buscan en los espacios pequeños, esperando ver una cabellera familiar para poder arrastrarla fuera de aquí.

El deportista se ríe de repente.

—Muy buena. Bebe un trago, relájate, puede que lo disfrutes.

Desaparece entre la multitud, seguido por tres chicas que se cuelgan de él.

No puedo encontrar a Lupita, pero mis ojos buscan a Mateo y lo encuentran sin problemas. Chaqueta con capucha, con las piernas extendidas hacia delante. Haciendo su papel para su manada de mujeres. Una empuja su rostro contra el costado de su cuello y él sonríe mientras sostiene un vaso rojo en una mano y un porro en la otra.

Levanta la cabeza y me ve a través del mar de gente. La sonrisa se suaviza.

Mateo siempre asume que soy una mosca que puede aplastar.

Que se jodan. Y que se joda él.

Habla con la chica que tiene las manos en su pecho. Lo hace sin romper el contacto visual conmigo. Se siente íntimo y lo odio por eso. Por arrastrarme a su mundo. Incluso con su descarada muestra de heterosexualidad y su círculo de idiotas, todo lo que siento es posesividad.

manhattan tormentor | matemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora