Humedeces tu dedo y lo pasas sobre la superficie del cristal de la ventana, cuya limpieza no es perfecta, y desde donde ves el día diáfano y ventoso. Te voy siguiendo sin darme cuenta, mis ojos se me cierran; me encuentro tan perturbado que hasta los latidos de mi corazón, por así decirlo, se me han congelado. Sonríes sarcástica y ligeramente evitando mi mirada, ya sabes que no necesitas decir nada, y es cierto.
Es lógico que me acuses de tener parte de culpa, que me acuses de eso, y ni siquiera injustamente, aunque tu sabes que esta separación ha sido, si no querida, al menos permitida por los dos para humillación de nuestro orgullo.
Eres incapaz de soportar mi apariencia reflexiva y fatua, y yo no aguanto tu exuberante arrogancia que desgarra con derecho o en forma ilícita mis sentimientos trasformándolos en dolor a través de mi rostro; y es que nuestra relación solo fue un oscuro conciliábulo en donde yo aparentaba dirigir mi alma y donde tu gobernabas mi cuerpo.
No te conocí lo suficiente, ahora me doy cuenta. Nunca comprendí que tipo de sentimientos te conmovían ni....si los tenías.