Nuestro amor descansa oyendo entre sueños el monótono y familiar zumbido del olvido, que retumba allá en lo alto de la torre, de nada sirvió mi astucia y frenética habilidad para retenerte, eres una insaciable tormenta de fuego, un tifón de feroces fauces que devora las vastas llanuras, aplacado solo por la pasión que se apodera de la preciosa alma del hombre.
Te fuiste y no te importó mi súplica en forma de un poema romántico de piedra, un delicado himno de dulces lineas, de belleza muda y perenne, obra del amor y agonía mezclados, y moderado, cabe decir, por el instinto de prudencia que modifica las vulgares exageraciones de mi arquitectónica inspiración.