A veces me gusta fantasear con mundos alternativos, también mejores, ¿por qué no? En el real hay demasiado dolor, contradicciones y caos. Es bueno apartarse de ello, aunque sea un rato, y colmar los ojos de una perspectiva única, omnipotente e inmejorable.
Mis amigos piensan que podría ser una gran escritora, pero para mí es difícil imaginarlo. No existe ese oficio en mi mundo. Las historias ficticias que los humanos convierten en objetos de papel son de carne y hueso, los dioses vivieron en un tiempo pretérito y sus linajes aún caminan sobre la tierra. El verdadero terror, la magia y lo oculto respiran el mismo aire que todos nosotros, implacables y, por sobre todo, innegables.
Heme aquí, después de todo, como prueba. Para cualquiera que me observe, no seré otra cosa que una chica de diecisiete años como casi todos los nadadores a mi alrededor. Una chica despistada por la concentración que conlleva una competencia de esta magnitud, oculta tras un velo de aparente normalidad, con un tatuaje que parece tan solo una mala y precipitada decisión adolescente en la base del cuello. Es el símbolo de los Mandrah, de mi orden, mi familia. Uno de los más poderosos linajes de hechiceros de la comunidad.
Me acomodo las gafas de natación y flexiono mi cuerpo hasta poder agarrarme del borde del cubo. Todo es adrenalina; tiempo detenido y corazón en llamas. El agua tibia me espera allí abajo. Las ansias recorren mi organismo, los músculos se tensan. Mi piel hormiguea bajo las luces blancas y el entorno celeste.
Escucho las respiraciones de mis colegas, el ¡clap! de las gorras de goma al ser acomodadas bajo el elástico de las gafas; las ondas de pensamientos abandonando las concentradas mentes de los deportistas. Huelo la maltodextrina y la proteína en polvo. El cloro. Los cereales con miel, frambuesa, y chocolate. La humedad y los hongos de las paredes y del suelo. La comida de la cantina.
En la tribuna mis hermanos me observan, ajenos a la competencia; incapaces de comprenderme o de comprender al resto de mis compañeros aquí parados. Para ellos los seres humanos son caprichosos, burdos e infantiles. Eventos como este son prueba de su desconocimiento del mundo. La verdadera competencia es mucho más cruda y no tiene como fin ningún trofeo. Solo la supervivencia.
- ¡Vamos, Oczy! - gritan mis amigos.
Son Ámbar y David; mi vínculo más cercano con esta pequeña comunidad. Con estas "ovejas" -como las llama mi familia - sumisas y despistadas. Los humanos son verdaderamente curiosos. Aunque quisiera, no sé si podría ser del todo una de ellos. Ellos nacen y mueren como si lo supieran todo de la vida. Yo ni siquiera he salido de Roble Rojo. Sé de la guerra, pero jamás la vi. Mi familia me resguarda. Vivimos entre ellos para escondernos.
Suena el primer silbato. Me preparo para lanzarme. Me hierve la sangre; hace días que mi claridad viene aumentando y que mis reflejos y fuerza cobran vitalidad. En dos noches la luna estará completa.
Suena el último silbato. Me impulso y atravieso el agua como una flecha. Cuando cierro los ojos, las imágenes venenosas del pasado vuelven a apoderarse de mi conciencia. Pienso en el bosque. Pienso en Pamela. En esa primera noche de verano.
Ya debería olvidarlo. No puede afectarme, soy Mandrah, de la sangre y la carne de Ryvy.
Pero me afecta. Como una cinta rayada, aquel momento, la primera muerte que he atestiguado, vuelva a mí. Presencio el recuerdo vívido de una sombra gigante sobre un cuerpo tendido en la hojarasca podrida. Veo otra vez la mirada vacía de vida del cadáver fresco. Observo la luna llena en el cielo y oigo los gritos de mis compañeros.
No, los gritos son de aquí, de las tribunas. Vuelve.
Primera vuelta. Los demás están lejos. Creo que les saqué ventaja.
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El lado oscuro de la luna- Rebeca.
FantasyLa luna es hermosa, ¿no te parece? Mírala un poco mejor. Es tan vieja como todos nosotros; más que el tiempo medido hasta ahora. ¿Cuántas historias nos podría contar? ¿Cuántas vidas ha presenciado? Cuántas muertes... Te encandila, pero no apartes...