Capítulo IV: Dudas

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El mundo está lleno de cosas bellas. Un campo soleado es bello, y una rosa y un amanecer. Mi flor favorita, la Dama Azul, es de las cosas más bellas que podrían verse en el bosque. Pero hay que tener cuidado con ella; el tacto con el pistilo detiene el corazón en pocos minutos. 

Suelo tener inclinación por aquello que es a la vez lindo y fatal; Eileen, al parecer, no es la excepción. No me lleva mucho rato deducir lo que sucede: tendría que ser tonta para ignorar que no le intereso. Me trajo aquí intencionalmente porque desde el inicio supo lo que soy. Todos ellos lo saben, y quieren ajusticiarme según las leyes del mundo mágico por eso.

La cosa pinta mal. ¿Quién fue el canalla, por cierto, que inventó toda esa auténtica basura de los cuentos de hadas? ¡Debió comerse unas setas muy poderosas! Eso, o creía que los niños humanos son estúpidos. En serio, ¿alguien podría tragarse esa tontería de las alas, la brillantina, los amigos y los colores luminosos? Quisiera que viesen lo que yo ahora: si las hadas te parecen una lindura de película, párate frente a ellas en la plena oscuridad. Verás cómo se te ponen los pelos de punta mientras las observas acercarse entreabriendo una mandíbula de dientes pequeños en tres hileras paralelas, contorsionándose con sus cuerpos pálidos y flacuchos con las alas de una avispa zumbando en la espalda. Por la gran Ryvy, ¡qué criatura tan espantosa! Me recuerda por qué tenía pesadillas cuando era niña luego de oír los cuentos de mis hermanos mayores.

 Estoy muy jodida. Muy jodida y muy enojada. Mis enemigos se mueven alrededor a punto de atacarme, y si no hubiese estado tan zumbada por las malditas hormonas, la locura lunar o quién sabe qué tontería, no me habrían atrapado así.

En estos momentos es que piensas en la probabilidad. Analizo rápidamente la cadena de sucesos que produjeron mi encuentro con Eileen, mi atracción por ella. Si el profesor no me hubiese anotado en esa prueba, si Ámbar no fuese tan Ámbar... Si estuviese ahora mismo en mi ceremonia, esto jamás habría pasado. 

El cebo que me pusieron es excelente, la verdad. De conocer el camino hacia mi muerte y saber de esta ingeniosa trampa en la que caí, me habría parecido una buena historia; pura poesía, como para una crónica sobrenatural. Un final muy literario, aunque me faltan partes, no lo voy a negar. Suele suceder cuando se muere joven, pero creo que eso no es lo que más me molesta. 

Había más de una forma de preverlo, y el hecho de que no lo hiciera es por completo culpa mía. Debí analizar a Eileen con mi fuego eterno; nos lo enseñan desde que somos novicios de estrella. Vivir mis días entre humanos me hizo débil. Subestimo las malas intenciones porque sé que entre los no-mágicos estoy a salvo. Ninguno conseguiría hacerme mella. 

Olvidé que los hechiceros no somos los únicos humanomorfos que se mezclan en las ciudades y comunidades no mágicas. El resto de las razas, de hecho, lo hacen con más frecuencia por ser simpatizantes de los humanos o simplemente porque los necesitan para sobrevivir. 

Perdí de vista el peligro, y quizás sea mi más fatal y último error. 

Miro a Eileen con furia. Es increíble cómo la adoración puede convertirse repentinamente en desprecio; en dolor. ¿Cómo pudo decepcionarme? Ya sé que el aspecto no debería definir de antemano a las personas; es engañoso, pero sus ojos no... En sus ojos vi la bondad. Quizás por eso todo es peor. 

- Tengo que saberlo, Oczy- me dice como rogándome. Su voz suena carismática, humana. Engañosa-. ¿Eres una hechicera?

Antes de que pueda siquiera procesar su pregunta, alguien detrás de mí habla.

- ¡Te dije que lo es, Eileen! - me vuelvo y veo al hada, cuyos rizos rojos relampaguean luz solar como el carbón expide ardor de llamas-. Acaba con esto. El honor es tuyo. Tú la encontraste. 

El lado oscuro de la luna- Rebeca.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora