13

60 4 0
                                    


''Eres débil, los insultos cada vez destruyen mas, pero el sentirme invisible a tus ojos es mas doloroso, aun viéndome sufrir eres igual.


No sabía cuánto tiempo debía aguantar esto: lágrimas, marcas, la sangre corriendo por su muñeca, las sonrisas fingidas cerca de su padre, el maquillaje cubriéndole los moretones, las blusas rotas, y el deseo de morir cada segundo.


Martina entraba por la puerta, después de terminar su cita con Diego, no había nadie en la casa, estaba sola, como siempre.


Diego le había sacado una sonrisa, y le había hecho olvidar la tristeza que permanecía en su interior. Tenía ganas de llorar, llorar, y llorar, no sabía cuál era la razón exacta a todo eso pero, pensó que podría hacer todo lo que le había pasado en el último mes.


Abrió la puerta de la habitación de su padre, y caminó hacia el balcón. Volvió a sentarse sobre la baranda mientras el viento frío de Londres chocaba contra sus brazos descubiertos...


Una lágrima, dos lágrimas, tres, cuatro... Y así, empezaron a caer sucesivamente, no limpió sus ojos, quería descargar todo lo que tenía acumulado, y siento ganas... Siento la necesidad de desquitarse con ella misma, mordió su labio para que pasaran las ansias pero, no fue así. Corrió al baño de su habitación, entre uno de los tantos cajones sacó una de esas pequeñas navajas, y su mano empezó a temblar.


La navaja cayó al piso chocando contra el mismo, rebotó dos veces hasta quedar intacta en el suelo, se puso en cuclillas para poder recogerla pero un pie se encargó de taparla.


Tragó gordo, alzó la vista para ver a la persona enfrente a ella.


Su amiga estaba parada ahí mismo con una bufanda, guantes, gorros, y con la nariz roja, estaba enferma.


Mercedes frunció sus cejas cuando se agachó, y tomó lo que había escondido debajo de la suela de su zapato, lo examinó y lo guardó en el bolsillo de su cazadora, luego lo tiraría en algún basurero de la calle.


— ¿Qué pensabas hacer, Martina?


La cabeza de Martina estaba recostada en el hombro de Mercedes, mientras lloraba. Su nariz estaba igual de roja que la de su amiga. En ese momento fue cuando, Martina agradeció tener una amiga como Mer para que la ayudara, y la escuchara siempre y cuando lo necesitase. Sorbió los mocos, y se acomodó en el sillón levantando la cabeza. Tenía un saco de lana que era demasiado fino para ese tipo de clima pero, era cómodo.


El silencio se apoderó de toda la habitación, y Martina bajó la cabeza levantando una manga de su cazadora, y acarició sus cicatrices.


—Hace una semana, dejé de cortarme pero... es una adicción. —Rió levemente para sus adentros, y negó con la cabeza para que sus lágrimas se quedaran ahí, y no salieran. —No puedo explicar... Mi... Sé que piensas que estoy loca. —Mordió su labio, y las lágrimas empezaron a caer. —Sé qué piensas que necesito ir a rehabilitación o que tengo que buscar a alguien que me ayude... Pero, nadie puede sanar el dolor que tengo internamente.

Let me die »Adaptada« »Jortini«Donde viven las historias. Descúbrelo ahora