Prólogo

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A dos semanas de haber ingresado en mi primer curso de la universidad, ya sabía que suspendería una materia, a menos que pusiera manos a la obra antes de que sucediera. Literatura griega, una pesadilla. 

No era de esos chicos que culpaban a sus profesores por su propia incapacidad de aprender, pero es que el señor Iong tampoco ayudaba mucho. Desde el primer día me cogió manía por quedarme dormido en su clase. Vale, lo entendía. En cambio, él también pudo esforzarse por entenderme a mí y no lo hizo. Era lunes, la primera lección, a las 8:00 a.m. Fue más de lo que mi cuerpo acostumbrado a las vacaciones soportó.

Para colmo, no lograba centrarme. Sabía que agendar una materia que no tenía nada que ver con psicología solo me haría las cosas más difíciles, aunque, como siempre, no hice caso a mi voz interna. Será divertido e interesante, pensé, debo aprovechar a aprender todo lo humanamente posible ahora que tengo tiempo. Tonterías, y de paso debía aprobar si no quería atrasarme.

En uno de mis infinitos autolamentos a la hora del almuerzo, Kyuhyun, el primer y único amigo que logré hacer en dos semanas, me dijo que se ofrecería una conferencia de literatura griega básica, que tal vez asistir y hablar con los ponentes me haría bien. Así que, aquí estaba, subiendo el ascensor hacia la sala donde se llevaría a cabo el evento. Ya iba tarde, por supuesto.

Salí a tropezones luego de casi pasarme un piso, empujando a unas cuantas personas que me miraron mal. Si bien no corrí, caminé por el pasillo tan rápido como mis piernas me permitieron, hasta que llegué a las enormes e imponentes puertas de cristal. Apresurado las empujé, pero éstas chirriaron igual que si alguien estuviera matando a un cerdo en medio de la sala.

Todas las personas (que no eran muchas) se giraron a mirarme con gestos poco amigables en el rostro. El chico sobre el podio detuvo un momento su discurso, me ojeó de arriba abajo, e ignorándome por completo volvió a lo suyo.

Sonrojado ingresé casi de puntillas, caminé entre las filas de asientos y me posicioné muy al frente, pues mi intención era no perder detalle de nada. Incluso llevaba un cuaderno de notas.

—Bueno, como estaba diciendo, Héctor lo era todo, el ejemplo de ciudadano troyano perfecto: valeroso, noble, atractivo, guerrero y perteneciente a la realeza, pero, además, Héctor era humano, puramente humano. Poseía características heroicas que Aquiles, un semidiós, no. Sin embargo, debemos recordar que en una sociedad corrompida por la soberbia en tiempos de la Ilíada esto tampoco importaba mucho…

No tenía idea de lo que estaba diciendo, solo podía concentrarme superficialmente en él. Nunca había visto unos labios como esos. La línea marcada de su mandíbula, sus redondos y duros ojos negros, ese porte y la silueta de su cuerpo, todo se complementaba a la perfección. Llevaba una gabardina marrón sobre un traje negro. Poseía tanta presencia escénica que si lo hubiera visto por primera vez en otro contexto habría pensado que era un artista.

No supe cuánto tiempo desperdicié observándolo, solo fui capaz de volver a la realidad cuando un anciano subió al podio. 

—Muy bien, muchas gracias, Hyukjae. En un momento podremos escuchar de parte tuya un poco más acerca de esto —dijo el hombre dándole una palmada en la espalda. El chico hizo una reverencia, bajó hacia las hileras de asientos y, sin previo aviso, se sentó a mi lado. Presa de la impresión solté un respingo—. Okay, hablemos sobre el canto segundo y el sueño de Agamenón…

—¿Eres ponente? —me preguntó en un susurro.

—¿Yo? —Me apunté al pecho. Mi voz se convirtió en algo patéticamente inestable.

—¿Sí? ¿De qué canto hablarás?

—Y-yo…, yo no…, Yo ve-vengo a… a aprender. 

Había cruzado conmigo aquellas palabras sin despegar su mirada del frente, pero entonces volteó en mi dirección, mirándome con una media sonrisa y una ceja alzada.

DIONISIO (Eunhae)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora