Capítulo XI Confusión

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Se había quedado dormido después de tomarse las medicinas y comer el caldo de pollo que Kozlov le mandó a preparar con Sergey, al despertar sintió algo pesado sobre su cuerpo, notó que era el brazo del mayor que dormía junto a él, suspiró sintiéndose confundido ¿Por qué era tan considerado? ¿Acaso planeaba algo terrible e intentaba ganarse su confianza? Pero de ser así por qué, él estaba en ventaja, podía hacer lo que quisiera, no necesitaba su aprobación. Lo miró con detenimiento, se podría decir que hasta había sido considerado cuando lo tomó. Sinceramente no lo entendía. Perdido en sus pensamientos percibió que el otro despertaba y contuvo la respiración.

Los ojos de Kozlov lo miraron con detenimiento—¿estás mejor?—preguntó al tiempo que le tocaba la frente para constatar la temperatura.

—Ya estoy bien—replicó desviando la mirada.

—Me alegro mi gatito—exclamó tomándole el rostro y besándolo.

Fabrizio se sentía confundido, sintió la mano del otro acariciar su cintura y se puso nervioso, supo que Kozlov quería sexo pero no que esperaba esta vez excitarlo, el ruso siempre había aceptado su homosexualidad y tenía mucha experiencia, sabía cómo estimular a otro hombre y quería hacerlo con su gatito para escuchar sus gemidos de placer y sentirlo retorcerse de pasión entre sus brazos.

Después de besarlo profundamente se dedicó a darle pequeños besos en el cuello con suavidad mientras sus manos comenzaban a recorrer la blanca piel lentamente, memorizando cada palmo, atrapó con su boca el lóbulo de la oreja del rubio y succionó delicadamente para después susurrarle al oído —eres tan dulce, mi gatito.

La cabeza del rubio era un revoltijo, se sentía extraño, la amabilidad de Kozlov lo confundía.

Las manos del mayor se escabulleron debajo del suéter hasta conseguir los rosados pezones, entonces comenzó a acariciarlos y pellizcarlos con delicadeza, su boca tomó de nuevo la del italiano y sus lenguas se enredaron nuevamente, al romper el beso lo miró a los ojos sintiendo ternura de la confusión del menor—te voy a hacer sentir muy bien, mi principito—le dijo con un tono sensual en su voz al tiempo que una de sus manos le bajaba el pantalón, Fabrizio respiraba irregularmente, Kozlov se acercó a uno de los pezones y le pasó la lengua, después lo envolvió con sus labios y succionó para luego atraparlo entre sus dientes delicadamente, el rubio se movía incómodo, tanta parsimonia le asustaba, aunque no estaba seguro de a qué exactamente le temía.

El ruso fue dejando pequeños besos en el estómago blanquecino mientras le terminaba de sacar todo el pantalón junto con la ropa interior dejándolo desnudo de la cintura para abajo, vio el pene del menor que aún no reaccionaba y lo tomó con la mano, lo masturbó un poco dejando un besó en la cadera del italiano, luego pasó su lengua por la punta del pene, acentuando las caricias en el orificio de la uretra y notó el estremecimiento del menor, sonrió complacido pues apenas estaba empezando, dio varias lengüetadas en el glande antes de engullirlo por completo y comenzar a meter y sacar, Fabrizio ya estaba empalmado y jadeaba angustiado, estaba sorprendido de lo bien que se estaba sintiendo. El ruso pasó a chuparle también los testículos y luego de nuevo el pene, sintió la mano de del rubio sobre su cabeza tratando de apartarlo mientras dejaba escapar sensuales gemidos, aumentó el ritmo de sus movimientos e involuntariamente el menor comenzó a moverse atrapado en la lujuria de una masturbación muy buena y al poco rato sin contenerse se corrió apretando las sábanas con fuerza.

Kozlov se incorporó deleitándose con el rostro del rubio quien enrojecido y bañado en sudor respiraba agitadamente tratando de recuperar el aliento, mientras este aún estaba sofocado tomó la crema que estaba en la mesa de noche y se untó los dedos, llevó su mano a la entrada sobresaltándolo.

—Tranquilo precioso—dijo relamiéndose e inclinándose sobre él lo besó— relájate hermoso— aconsejó al romper el beso e introducir el primer dedo.

El rubio desvió la vista, estaba asustado, aun le perturbaba el haber sentido un orgasmo con el sexo oral ofrecido por otro hombre.

—Dulzura, mírame—dijo Kozlov dándole pequeños besos en el cuello sin dejar de mover su dedo e insertando un segundo.

Soltando un leve quejido se negó a obedecer.

—Solo dame un segundo—exclamó Kozlov tomándole la cara con su mano libre y obligándolo a mirarlo, sus ojos azules cristalizados lo excitaron en demasía—hermoso—volvió a halagar, movió un poco más y finalmente metió el tercero.

Fabrizio apretó los dientes y se revolvió inquieto, le estaba doliendo.

—Perdóname pequeño, pasará— se disculpó el mayor colmándolo de besos y cuando lo consideró oportuno los sacó y le susurró al oído—me gustas tanto...

Entonces procedió a penetrarlo lentamente doblegando la resistencia del esfínter, las paredes internas, calientes y suaves le apretaban el miembro deliciosamente, Fabrizio echó la cabeza hacía atrás desesperado por la invasión, Kozlov se detuvo cuando la terminó de meter entera, se dedicó a besar y mimar al rubio con caricias por unos segundos.

—Eres mío dulzura, completamente mío—dijo con la voz ronca de deseo y sujetándolo de la cintura comenzó a moverse buscando el punto exacto para hacerlo disfrutar y pronto lo halló, al golpear cierto punto el rubio se estremeció y él sonrió—es aquí.

—...no...—murmuró asustado el rubio tratando de zafarse, no podía creer la extraña, por no decir agradable sensación que había experimentado y precisamente eso era lo que le aterraba.

Kozlov, satisfecho con su descubrimiento comenzó a moverse dando en ese lugar que enloquecía al italiano.

—...no...para...—gimoteó desesperado empujándolo sin éxito.

—Tranquilo, mi lindo—le susurró silenciándolo con un beso.

El ritmo constante de las envestidas, el sudor, el calor y los jadeos eran una mezcla muy erótica, el ruso estaba disfrutando como nunca antes del sexo, abrazaba al menor con delicadeza sintiéndolo temblar entre sus brazos, era la primera vez que se preocupaba por el placer de su amante y con Fabrizio iba más allá, tenía deseos de cuidarlo como un tesoro, este por su parte, se entregó al placer moviendo sus caderas para aumentar el roce, su mente estaba nublada por el deseo, completamente en blanco. A los minutos ambos llegaron al orgasmo, un orgasmo espectacular que los dejó completamente extenuados, Kozlov se sostuvo de sus antebrazos para no dejarle caer todo el su peso encima al menor.

Con cuidado el ruso salió de él—estuviste genial, mi principito.

Fabrizio todavía no recuperaba el aliento pero la lucidez sí, la conciencia de su propio placer al ser tomado por un hombre lo atormentó "por qué me sentí así" pensó frustrado dejando escapar un par de lágrimas, cosa que no pasó desapercibida por el ruso.

—Qué pasa dulzura ¿fui muy rudo?—preguntó atrayéndolo a su pecho limpiándole las lágrimas con una caricia.

—...no, no pasa nada—se obligó a contestar, después de todo no podía echar por tierra todo lo que había hecho hasta ese momento y además se consoló pensando "fue solo sexo"


Al día siguiente, ya más repuesto Fabrizio se acercó al ruso que leía unos documentos.

—¿Puedo salir un rato?—preguntó sin parsimonia.

Kozlov lo miró y sonrió—claro, yo te acompaño, tengo que hablar con Záitsev—dijo de buen humor dejando en una gaveta los papeles.

Fabrizio sintió que se le helaba la sangre, si el ruso iba a estar con él cómo diablos haría la llamada. Su mente comenzó a trabajar a mil por hora, debía encontrar una forma de separarse de él aunque fuese por un momento.

—Vamos—dijo tomándole la mano, estaba feliz y tenía ganas de alardear de su rubio.

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