Capítulo XIII Sinceridad

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Su corazón se detuvo por unos segundos y giró violentamente por instinto, sus ojos se ensancharon al toparse con una mole parada justo frente a él y que lo miraba de manera extraña, era aquel hombre que vio en el pasillo, aquel que lucía drogado.

Nervioso, abrió la boca sin decir nada y no tuvo tiempo de reaccionar cuando fue atrapado en un fuerte abrazo por ese sujeto, quien aspiró con fuerza el olor de su cuello, aún en shock no consiguió hacer movimiento alguno hasta que el hombre comenzó a manosearlo groseramente.

—¡Qué crees que haces, suéltame!—gritó retorciéndose para zafarse pero el tipo era demasiado fuerte y lo apretujaba hasta el dolor—¡Déjame!

Las manos toscas del hombre lo recorrían con violencia y lujuria grosera, no había rastro de consideración, cuando el hombre le haló del cabello para besarle Fabrizio cerró la boca con fuerza, pero ni así pudo evitar la invasión de esa lengua gruesa demandante, aterrado pudo notar que el tipo estaba demasiado drogado para razonar, intentó desesperadamente empujarlo, pero era como querer empujar una pared de concreto, el tipo le agarró las nalgas y se las oprimió con fuerza sacándole un quejido, luego se apartó un poco para rasgarle la camisa, en un reflejo Fabrizio se echó para atrás para alejarse pero sólo consiguió golpearse en la espalda con el hidrante, apenas estaba soltando el quejido cuando las poderosas tenazas se asieron sobre él y lo derribaron boca abajo.

—¡Basta déjame!—gritó angustiado al borde del llanto.

Haciendo caso omiso su atacante le metió la mano por dentro del pantalón agarrándole los testículos y masajeándoselos con rudeza mientras le mordía un hombro hasta sacarle sangre, Fabrizio había entrado en pánico, se movía incontroladamente deseando liberarse a cualquier costo, su corazón palpitaba desenfrenadamente bombeando sangre violentamente por todo su cuerpo dejándolo expuesto al terror.

De pronto se escuchó un golpe seco y el hombre sobre él cayó pesado, luego otro golpe apartó la mole liberándolo por fin.

—Qué mierda está pasan...—dijo una voz desconocida.

Fabrizió se sentó nervioso, miró con repulsión al hombre que le había atacado y que yacía ahora inconsciente.

—¡Mierda, el chico de Kozlov—exclamó el desconocido hincándose frente a él—¿estás bien?

Fabrizio lo miró, era un guardia pero asustado como estaba no le agradeció, se levantó de un salto y salió corriendo hacia el comedor, necesitaba estar con Kozlov, necesitaba sentirse seguro otra vez.

El guardia lo vio alejarse y después miró al tipo desmayado—no sabes en lo que te metiste—exclamó sintiendo un poco de lástima.

En el comedor, de pie con un tarro de cerveza en la mano, Kozlov contaba una anécdota divertida de la que todos reían a carcajadas cuando Fabrizio irrumpió a toda prisa, llegando a su lado y abrazándolo fuerte por la cintura haciéndolo derramar un poco del licor.

El silencio que se hizo fue aterrador, se podía escuchar hasta el aleteo de una mosca.

Kozlov lo miró con sorpresa y confusión, Fabrizio tenía la camisa hecha girones y moretones por todas partes sin contar que temblaba como gelatina. Záitsev le ayudó sosteniéndole el tarro y Kozlov abrazó al menor.

—Qué te pasó—preguntó llenándose de ira—quién te hizo esto.

Pero Fabrizio no contestó, aún estaba en shock y la mezcla inconsciente entre miedo y alivio por estar al fin con Kozlov rompió su resistencia y comenzó a llorar desconsoladamente.

—¡Maldita sea!—exclamó Kozlov con furia, sintiendo una ganas terribles de asesinar.

En la sala todos temblaron, cuando el jefe se enojaba era aterrador.

—Fue Fyodor—dijo el guardia presentándose desde la puerta, lo dejé esposado junto al hidrante.

—¡Y qué mierda estabas haciendo que permitiste que esto pasara!—rugió con los ojos inyectados de odio.

El guardia se estremeció—yo...llegué a tiempo...él no se lo co...—detuvo sus palabras ante la torva mirada del otro.

—Záitsev —llamó Kozlov—cuídalo—dijo refiriéndose a Fabrizio pues él iría a enseñarle a Fyodor el infierno.

Pero cuando las manos de Záitsev tocaron los hombros del rubio este se estremecieron y se aferró con más fuerza al mayor negando con la cabeza una y otra vez, estaba actuando por puro instinto y sus instintos le decían que no había otro lugar más seguro que los brazos de Kozlov. No quería separarse de él

Conmovido Kozlov lo tomó en brazos y se sentó dejándole sobre sus piernas, Fabrizio ocultó su cara en el cuello del mayor.

—Ya pasó mi niño—le susurró arrullándolo de forma cariñosa, dejando perplejos a todos los demás.

Záitsev ordenó—salgan de aquí.

Y en silencio todos abandonaron el salón. La alegría se había convertido de pronto en desasosiego.

—Ya no llores dulzura—dijo con voz suave impotente ante el llanto y los temblores del rubio—Záitsev, trae algo para calmarlo.

El viejo asintió.

Kozlov no escatimó palabras dulces y caricias suaves, precisamente ese trato gentil aliviaba y mortificaba al italiano, porque no dejaba de pensar que ese ruso tal vez no era tan malo, que tal vez había tenido suerte al toparse con él.

Záitsev trajo un vaso de agua y un sedante, Kozlov tomó la pastilla.

—Tomate esto, bebé, te sentirás mejor.

Fabrizio permitió que se la pusiera en la boca y luego que le diera el agua para poder tragarla.

—Ya está—dijo Kozlov besándole la cabeza y lo sostuvo un rato más colmándolo de mimos hasta que el sedante hizo su efecto y el rubio quedó profundamente dormido.

Kozlov le besó la frente—acabaré con el bastardo que le hizo esto y haré de él un escarmiento para los demás—murmuró iracundo.

Záitsev sabía que lo que venía era terrible y estaba ansioso de ayudar a su jefe, pero este le encomendó otra misión.

—Llévalo a mi celda y cuídalo —Dijo ofreciéndole al rubio.

Un poco sorprendo aceptó comprendiendo la confianza que estaba depositando en él—como digas.

El día soleado no reflejaba la tormenta que se estaba desatando en Zozobra.

Fyodor recuperó la lucidez cuando vio frente a sí a Kozlov, quien con una mirada torva lo abofeteó. Pidió clemencia y se orinó en los pantalones pero nada de eso aminoró su castigo, es más cada vez que suplicaba crecía el odio de Kozlov. Fue torturado de la peor manera, le destrozaron el ano introduciéndole innumerable objetos entre los que destacan una botella que se rompió en su interior. Tanto fue el castigo que parte de sus intestinos quedaron colgando. Fue quemado en diversas partes de su cuerpo, su ojo izquierdo lo perdió y su lengua cortada. Los flagelos duraron un poco más de una hora hasta que el cuerpo quedó inerte y la vida en él se extinguió.

Satisfecho Kozlov se retiró, dejándole claro el mensaje a todos, ya sea por error o por intención, quien tocara al italiano estaba condenado.

Cuando entró en la celda lo recibió Záitsev.

—Cómo está—preguntó yendo directo a la cama para ver al rubio.

—Duerme tranquilo, le limpie las heridas y lo cambié de ropa—informó seriamente, la camisa de Kozlov estaba llena de sangre.

—Bien, gracias viejo—contestó sin quitar los ojos del menor—puedes irte.

Záitsev se limitó a asentir y retirarse en silencio.

Kozlov se sentó al borde de la cama, consternado, ahora más tranquilo se daba cuenta que su rabia no se había dado solo porque Fyodor tocara algo suyo, su rabia había sido porque lastimara al rubio, porque odiaba verlo sufrir, porque lo adoraba y deseaba muy profundamente verlo sonreír aunque fuese una vez.

—Qué fue lo que me hiciste, pequeño—susurró suspirando aturdido porque comprendió al fin que estaba más que fascinado por Fabrizio, se había enamorado de él y quería tenerlo a su lado para siempre.

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