Capítulo XIV Dudas

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Fabrizio despertó a media noche, tenía la boca seca y el cuerpo algo adolorido, en un instante se dio cuenta que estaba compartiendo la cama con Kozlov y este le abrazaba por la cintura, entonces su mente fue golpeada por los recuerdos, aquel tipo sobre él, la desesperación que lo embargó y la seguridad que había sentido al estar finalmente en sus brazos, no podía dejar de apreciar al comparar, la extrema amabilidad con la que lo trataba y que lo hacía dudar tanto. Su mano estuvo a punto de acariciar el rostro dormido de Kozlov, pero el sentido común lo detuvo a tiempo. Sobresaltado por lo que estuvo a punto de hacer se liberó cuidadosamente del agarre del mayor y fue al baño, colocó el seguro y yendo hasta el lavamanos se lavó la cara. Miró su reflejo; sentía una punzada en su hombro, apartó un poco el sweater y notó la marca amoratada de los dientes de su atacante, la sensación revivida lo apabulló, recostándose en la pared se deslizó hasta quedar sentado en el suelo.

Cada vez que rememoraba el toque de ese hombre que lo atacó sentía ganas de abrazar a Kozlov y eso lo asustaba, estaba muy confundido, él era prácticamente su carcelero personal, era solo alguien que lo utilizaba, además se burlaba de él ¡Por qué entonces quería ser abrazado por él! —Demonios—murmuró furioso consigo mismo apretando los puños, respiraba entrecortadamente debido a la ansiedad, soltó un hondo suspiro y trató de apelar a la racionalidad, pensó que tal vez solo se trataba de instinto de supervivencia, después de todo Kozlov lo forzaba pero no lo lastimaba, también al estar con él evitaba ser el puto de todos, también había otra cosa...en el fondo admiraba a Kozlov, él tenía liderazgo y temple, algo que él dudaba de sí mismo. Su mente vagó en recuerdos lejanos. Él había nacido en una familia perteneciente a la mafia italiana, de hecho, estaba registrado como el hijo del capo de "los Pistoleros", pero lo cierto es que él era un bastardo, el hijo producto de una infidelidad de la mujer del capo, pero este para evitar las burlas de ser llamado cornudo lo registró como suyo, pero nunca lo aceptó como hijo, al contrario le odiaba. Le permitió vivir pero no por piedad, le permitió vivir para atormentarlo. De su madre no tenía recuerdos pues la habían asesinado meses después de darlo a luz. Durante años fue maltratado y lo soportó en silencio, después de todo no tenía a nadie.

Un día, cuando tenía catorce años, escuchó a su padre discutir con su abuelo, al parecer algo había salido mal en un contrabando y estaban furiosos, se gritaban echándose la culpa el uno al otro, el error había sido tan grave que debían dejar la casa, cuando estaban listos para irse su "padre" lo miró fijo con unos ojos gélidos que lo paralizaron y abrió su boca para decir: "tú no vas, tú te quedas aquí para siempre" y le apuntó con un arma. Su abuelo y su hermano no se inmutaron. Aterrado reaccionó por instinto y corrió a su cuarto escuchando las detonaciones golpear la pared cerca de él, entró a su habitación y cerró, pero sabía que eso no le ofrecería protección, buscó a prisa una pistola que había escondido hace mucho, porque desde hace mucho que vivía intranquilo, pensado que tarde o temprano se desharían de él. Cuando la puerta fue derribada no lo pensó, se giró y le disparó dos veces a su "padre" quien lo miró estupefacto y cayó al suelo maldiciéndolo en su último suspiro, detrás de él llegó su hermano quien no alcanzó a soltar palabra alguna pues le disparó en el cráneo matándolo en seco. Con sus manos temblorosas salió al pasillo, su abuelo estaba de espaldas, tranquilo pensando que lo habían matado, esperó a que este se girara y cuando le vio y ensanchó sus ojos con asombro Fabrizio sonrió satisfecho y le disparó mientras el anciano intentaba desenfundar su arma. Así acabó con su familia y se hizo el capo absoluto de "los Pistoleros". Su liderazgo era producto de su necesidad, no de su deseo. Todos le obedecieron, nadie se quejó, como dice el dicho "A rey muerto rey puesto", pero su banda era muy diferente a la de Kozlov, los suyos le obedecían pero no eran sus amigos, es más de la fortaleza que aparentaba dependía la obediencia de sus subordinados. En los únicos que confiaba era su círculo más cercano Paolo, Marco, Luigi, Andrea y Giuseppe, todos los que habían sido asesinados a excepción por supuesto de Luigi que había logrado escapar, pero aun así, a pesar de ser su círculo íntimo no bajaba la guardia, había crecido con miedo y ya de adulto seguía conservándolo. Esa era una de las cosas que le envidiaba a Kozlov, él podía delegar funciones personales e importantes a sus subordinados y de hecho veía en estos más que sumisión, veía respeto.

Por eso le enfadaba la alegría y desenfado de Kozlov y al mismo tiempo, por eso mismo quería estar a su lado.

Tenía miedo porque su corazón estaba descontrolado, aunque pensó que tal vez su poca experiencia le estaba jugando en contra, él era hetero y además no tenía mucha práctica, no solía tener muchos encuentros sexuales debido precisamente a su desconfianza, las pocas veces que tuvo sexo había sido con prostitutas baratas, pues esas no le conocían ni representaban peligro. Jamás pensó en hacerlo con un hombre, de hecho siempre le había dado asco y aunque había estado preso su posición le había evitado el mal trago de ser acosado.

Cubrió su rostro con ambas manos, necesitaba estar tranquilo, su escape estaba cerca y debía conservar la serenidad pero no lo conseguía, estaba nervioso e indeciso y maldijo a Kozlov, él tenía la culpa, él y su maldita gentileza, él y su trato preferencial, él y sus palabras dulces que lo confundían, mientras crecía su enojo tocaron la puerta y se sobresaltó.

—Fabrizio—llamaron tras la puerta, era la voz de Kozlov.

Su corazón comenzó a latir violentamente, no quería escuchar sus elogios, no deseaba sentir su trato suave, no quería seguir dudando más, abrió la puerta mas no le miró.

—Es tarde ¿te sientes bien?—preguntó el mayor acariciándole el rostro.

—Perfectamente—replicó apartándole la mano toscamente y yendo hacia la cama, no quería encararlo, no deseaba escucharlo más—no es asunto tuyo

Kozlov frunció el ceño confundido, hace unas horas lo abrazaba con fuerza y ahora lo despreciaba, dio unas zancadas y lo alcanzó deteniéndolo de brazo—qué mierda te pasa.

—Nada—respondió con fastidio sacudiéndose del brazo.

—Si te sientes mal me lo puedes decir yo...—ofreció soltándolo para acariciarle la mejilla pero este le detuvo de un manotazo.

— ¡Deja de hacer eso! ¡Te odio!—gritó con todas sus fuerzas.

Kozlov, sorprendido en un primer momento, pasó a mirarlo de una manera indescifrable—Así que me odias—murmuró con una sonrisa amarga.

Y Fabrizio sintió que su corazón se encogía.

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