Sin salida

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—Capítulo VIII—

—O me lo dices ahora, o se lo digo a Mattia.

—Carlos, no seas así —pedí aunque él negó con la cabeza aún enfadado.

—No, no, me huelo algo raro y no me voy a ir sin saber qué es.

Cuando tienes la mirada de dos pilotos de la fórmula 1 clavada en ti, lo único que puedes hacer es temblar.

Mire primero a Leclerc y luego a Carlos. Pronto mi corazón se aceleró con el sólo pensamiento de perder la mejor oportunidad que había tenido en mi vida. Si Mattia sabía de lo mal que había hecho la noche anterior, seguramente me mataría.

—¿Podemos hablar en un lugar privado? —empecé a decir en un intento de evitar la catástrofe.

Carlos negó en respuesta.

—No, los dos me vais a contar que pasó.

—Nada pasó —volvió a insistir Leclerc—. Además, es nuestra vida privada.

—Deja de ser tú vida privada cuando te lías con la encargada de pilotos. Eso le podría costar el puesto.

—No le va a costar el puesto si tú no dices nada —su volumen de voz comenzó a subir.

—Calmaos que Mattia no me despedirá —dije.

Leclerc inclinó la cabeza y me miró con una mirada sarcástica.

—Es verdad. Se me olvidó que eres una enchufada.

Carlos abrió los ojos como platos.

—¿Por qué estás tan agresivo últimamente? —le pregunté aunque no me dio una respuesta.

—¿También te liaste con Mattia? —preguntó Carlos mientras que yo seguía discutiendo con Leclerc.

—¿Qué te pasa Carlos? —ahora fui yo la que alzó na voz pero luego rápido volví a bajar el volumen—. No, para nada. Él era el mejor amigo de mi padre.

—¿Por qué era y no es? —siguió preguntando Carlos.

Leclerc soltó una risita y luego añadió:

—Porque se lío con su hija.

Clavé mi mirada en él. Mi pupila en su pupila y puse una expresión sería. El hecho de que simplemente insinuasen eso hacía hervir la sangre de mis venas, y no me iba a quedar de brazos cruzados.

—Cállate, ¿vale? Sólo cállate.

En respuesta, Leclerc sólo tragó saliva y Carlos bebió un trago de su café.

La discusión se estaba volviendo más intensa y la gente empezaba a girarse para mirarnos de reojo muy poco disimuladamente.

Me di cuenta de que no había manera en la que pudiera llegar a mentir a Carlos sin que él se diese cuenta por lo que sólo me quedaba una opción: contar la verdad y sólo la verdad.

—Dormí con él anoche —dije al mismo tiempo que empezaba a comer mi desayuno y de alguna manera me ayudaba a disimular.

Leclerc se giró en mi dirección sorprendido de que lo había hubiera dicho, pero se abstuvo de soltar otra idiotez.

300km/h | Charles LeclercDonde viven las historias. Descúbrelo ahora