CAPITULO 3

4.9K 507 140
                                    


MESES DESPUES

|Leonardo Pereira|


—Nena, ¿qué pasa? — cuestioné preocupado — ¿Por qué estas llorando?

— Es que... — sorbió — Es...

Me incliné frente a ella y le sequé las lágrimas. No habían pasado ni veinte minutos que la había dejando viendo una película para yo poder hacer los deberes de la casa.

— Cálmate — la tomé de ambas mejillas — ¿Te sientes mal? Sientes que ya es momento de...

—¡Se murió! — gritó en un lamento.

—¿Qué? — pregunté alarmado — ¿Quien murió? ¡Sara, contéstame! ¿Quien murió?

— ¡La mamá de Bambi! — y después se desplomó en un llanto continuo.

Suspiré aliviado al darme cuenta de que hablaba de la película, pero también me enfadé con ella por haberme preocupado de aquella manera. Faltaba muy poco para que nuestros bebes por fin se encontrasen con nosotros y es que todo este tiempo que había estado viviendo con Sara habías resultado ser un verdadero reto. Cada vez faltaba menos para alejarme de todo esto.

Fui a comprar la despensa de la semana y de paso tomarme un té helado en un pequeño restaurante cerca de la zona para despejar un poco mi mente y sopesar mejor todo lo que estaba por cambiar en mi vida. Al llegar al pequeño departamento, me di cuenta que ella no estaba sola.

— Tardaste demasiado, ¿cómo puedes dejarla sola tanto tiempo?

—Si, me da gusto verla después de tanto... — suspiré frustrado —Después de ayer, suegra.

—Mi hija esta en la etapa final de su embarazo — reclamó brava — No deberías ser tan descuidado.

— Mamá, ya basta — intervino Sara — Fue a hacer las compras.

Le di por su lado y deje todo sobre la mesa, después me acerqué a Sara y le entregué la hamburguesa que me había encargado.

—Tome asiento — le dije a su madre — prepararé la cena.

— No hace falta — respondió tosca — Mi Arnoldo ya viene para acá con un pollo horneado.

¡Genial, faltaba que llegara el papá!

— Bien, en ese caso iré a tomar una siesta, aprovechando que usted de quedara con su hija.

Iba de camino a la habitación cuando escuché como llamaban a la puerta. Me quede inmóvil, maldiciendo para mis adentros. “No es mi Arnoldo” dijo ella. Planeaba no atender y así esperar que quien fuese se marchara.

—¿No piensas atender? — preguntó.

— Yo voy, tu ve a descansar — dijo, Sara.

Ah... No la deje ponerse de pie y simplemente fui a abrir aquella puerta. Una pequeña niña se me abalanzo en un abrazo haciéndome retroceder de golpe.

— ¡Tío León! — gritó y se aferró a mi pierna.

— Es Leo... — mascullé.

Entró Julieta, hermana de Sara, dándome unas pequeñas maletas rosas de golpe. Con la niña pegada a mi pierna y esas bolsas que no sabia el porque de su motivo, fui directo al sofá junto con Sara. Con la mirada le pedía a gritos que me quitara a la niña de encima.

— Siento llegar tarde — se disculpó la hermana — Pero como te lo prometí, aquí tienes a nuestra Fátima para ustedes dos solitos.

Al principio no le di importancia a sus palabras, pero poco a poco fui uniendo los puntos.

—¿Sara? — la miré en espera de una respuesta.

— Veras... — comenzó a actuar sumamente nerviosa y entonces comencé arquear las cejas en espera de una pronta respuesta.

— Le pedí a Fátima prestada por tres días para nosotros. ¡Sorpresa! —  gritó y después comenzó a reír con sumo nerviosismo.

Se me desencajó el rostro por completo.  Estaba a punto de responder, pero un golpe en la puerta nos robó la atención y después entro el papá de Sara con dos bolsas de pollo en cada mano.

— ¡La cena ha llegado! — gritó y todos corrieron felices a la cocina.

— ¡Si, pollo! — gritó Sara también y corrió junto con ellos, dejándome con todas las interrogantes que tenía sin una sola respuesta.

Iba a estallar, así que fui tras ella y en un murmuro le exigí una explicación.

— Leo, te lo explico cuando se vayan. — susurró — Por favor no hagas un escandalo.

—¿De verdad crees que se irán? — cuestioné irritado.

—Usted, señor Pereira — me llamó su madre — Traiga vasos para el refresco.

— ¡Mamá, su nombre es Leonardo!

— Hasta que no vea un anillo en esa mano tuya, para mi solo será el señor Pereira.

Suspiré, exasperado. Debía despejarme de todo esto.

—Tengo algo que hacer — dije — Cenen sin mi.

— ¿A donde vas? — me preguntó, Sara, preocupada.

No respondí. Agarré mi chaqueta y salí sin hacer ningún ruido. Estaba hartándome de todo esto. Ya no éramos únicamente Sara y yo, ahora éramos la familia de Sara y yo.

Regresé como a media noche, pues me había tomado más tiempo del que yo suponía el relajarme. Entré sigilosamente y entonces la miré sentada sobre el sofá dormida.  Estaba esperándome. Me acerqué a ella en pasos lentos y con cuidado la tomé entre mis brazos para cargarla y llevarla a nuestra habitación. Puede que fuera un poco más pesada, pero seguía siendo pequeña.

Al entrar a la habitación vi a la pequeña Fátima recostada sobre nuestra cama.

Suspiré resignado.

—Lo siento — murmuró contra mi pecho. Lentamente la deposité sobre la cama junto a la pequeña.

— Debiste avisarme antes.

—Es solo que... Ya falta muy poco para que seamos papás y no se como vaya a resultar. — prosiguió — Con Fátima aquí, podremos saber que tan preparados estamos. Será como una prueba de fuego que tendremos que aprobar.

— Es una tontería, nena. —respondí divertido — Nadie nunca esta preparado para ser padre o madre, simplemente buscamos la manera de aprenderlo.

—Nos ira bien — dijo — Fátima es un angelito.

— En ese caso, no hay de que preocuparnos.

Ambos sonreímos y después la besé. Ella abrazo a su sobrina y enseguida yo la estreché entre mis brazos. Es solo una niña, que es lo peor que podría pasar...

¡ELLA ES MI DESASTRE! ™ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora