CAP, 12.

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Amedea Greco.

Hay algo que pasa con Giacomo Di Crescenzo.

Sus besos no se sienten igual.

Sus manos en mi cuerpo secas.

Sus miradas vacías.

Giacomo espera en mí, ver a alguien más.

¿Qué está pasando aquí?

Me quema pensar en cualquier posibilidad, me aterra la idea de perderlo.

No soy pendeja, jamás lo he sido, pese a que algunas personas han subestimado mi poder por eso de que la popular peca por ignorante. Se equivocan conmigo. Mi coeficiente intelectual es alto y lo observadora que he llegado a ser, me ha ayudado a siempre salirme con la mía. Por eso sé cuando algo está mal.

—¿Cazando a tu próxima presa, la mia vita?—Siento el calor de una mano posicionarse en la parte de mi espalda que está descubierta, mientras me rodea para quedar frente a mí. Su perfil es artístico, digno de poder y control por jerarquía. Su cabello está peinado perfectamente, tanto, que no importa que esté sudado. Se ve para mí y alguien digno de Greco es alguien capaz de todo. Mi apellido y presencia pesa. Mi físico también.

—¿Por qué no estás donde deberías, cariño?—Me acerco un poco hacia él, para ahogarme en la fragancia masculina elegida por mí. Huele a todo lo que quiera y necesito.

—Sabes, tu hermana podrá ser tu gemela, pero no tiene lo que quiero.

—¿Y qué es eso?—Enredo mis dedos en sus hebras. Me encanta acercarlo y verlo rendido por su mirada.

—Tú. Tus curvas—Me explora con sus manos frías—. Tu sonrisa—Beso—. Maldito infierno, es que me encantas toda—Hace el ademán de agarrarme por el culo para cargarme. Algo que sin duda habría secundado si no es porque estamos en un lugar público.

—Franco, contrólate—Me hace falta agrandar los ojos para domarlo. Ponerlo para mí.

—Entiéndeme, Dea—Todo el mundo sabe que el diminutivo de mi nombre viene en base a la realidad, soy una diosa. Cuando él lo resalta, solo me lo creo más.

—Entiende tú por qué estamos aquí. Estoy harta de Giacomo Di Crescenzo y por tenerlo tan engañado es que hemos logrado algo.

—¿Esta venganza va más allá de que se folle a Ludovica?—Siempre vuelve a preguntarlo para asegurarse del no sé qué. Tengo claros mis objetivos.

—Ha hecho lo que ha querido siempre y ha pensado que nos tiene a su merced. Destruyó a Ludovica con su enredo de mierda y mató a tu hermano para que tú no pudieras independizarte, ¿no te parece puta razón suficiente?

Se me viene como animal que ha pasado meses encerrado y tiene por fin una presa, a la vez que libertad. Detesta que le recuerde una realidad que estamos viviendo desde hace mucho. La única manera de terminar de acabar con él es yéndole de a poco porque tiene demasiado ego como para darse cuenta que alguien le está dando por la espalda.

Varias personas ya me han dicho que no debo meterme en lo que no entiendo y que los Di Crescenzo son un peligro andante, que detrás de las discotecas y buenas obras de la ciudad, hay más que solo pudiera mandarme a la tumba. He dormido en casa de la presunta familia, me he metido en la oficina del jefe de la familia y no he encontrado algo que por lo menos me ponga los pelos de punta. Cada negocio tiene lo suyo detrás, AMELU es legal, los carros deportivos más inteligentes en el mercado, pero mi padre Alessandro siempre me ha dicho que en dado caso, se rompen límites. La vida está para eso.

—Quiero que la verdad explote ya.

—Y yo necesito que te esfuerces por hacer a Ludovica feliz sin llegar a ilusionarla. Me perteneces, Franco Magro.

SIGILIO: Cadenas. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora