Prólogo

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30 de abril

Isla Central; Raziel.

— ¿Qué estás pensando hacer?

Pare en mis pasos, un poco perturbada por su tono autoritario. No quería verlo. No deseaba que presenciara por lo que estaba pasando en este momento: mi miedo. Mordí mi labio inferior, sin saber cómo responder.

Se acerco a mí, despojándome del espacio que había creado entre nosotros. Sus manos sobre mis hombros me obligaron a encararlo; se le miraba cansado. Agotado de tanto intentar comprenderme. Pero, justamente ese era el problema, no tenía que entenderme. Solo tiene que confiar.

Sacudí la cabeza de un lado a otro; ya no es posible.

— Explícame, ¿por qué estás haciendo esto? ¿Acaso no entiendes que esto nos condenara a todos? — desesperado, sacudió mis hombros. Esperando que despertara y tomara consciencia de lo que estaba a punto de hacer. O tal vez, deseando despertar el mismo de una horrible pesadilla.

En cambio, yo quería detener el tiempo.

Quería seguir apreciando su flequillo desmechado y despeinado, un poco más opaco de costumbre, su cabello seguía siendo de un precioso dorado; como el de un campo de trigo. La depresión había pintado sus ojos de un verde esperanza y los últimos acontecimientos habían logrado desgastar tanto su confianza como su piel.

Tan acostumbrada a su brillante personalidad; resultaba difícil el verlo sin sentirse mal.

Lleve mi mano hacia su mejilla, sin dejar de ver sus ojos llenos de eterna preocupación. Esta es la última vez que lo veré en mucho tiempo... Demasiado para mi gusto.

Me permití el sentirlo un momento, antes de utilizar mi don. Aquello que, en este momento, estaba a punto de separarnos. La ironía del asunto permanecía cada vez, presente para abofetearme en el rostro. Por creer saber cómo funcionan las cosas, por controlar la dirección de vida de los demás.

El destino se había hecho presente para detenerme en el camino hacia mi felicidad.

Deslizo su mano sobre la mía; señal de su anhelo y una súplica silenciosa.

Pero él no lo entiende.

No entiende que lucho por lo que mis ojos miran; una hermosa y despampanante sonrisa plasmada en sus labios. Su rostro entero gritando la felicidad a todo el mundo.

Esto es necesario, me recordé.

Baje su rostro a mi altura, su frente descansando sobre la mía. Me encanta la forma en que parecemos encajar de forma perfecta: mis manos en sus mejillas y sus manos en mi cintura.

La sensación de su piel y su respiración tan cerca me deja deseando más, como siempre lo ha hecho.

Abrí los ojos, ignorando el anhelo por él que todos mis poros y células gritaban.

— En el futuro, lo entenderás — mi susurro fue recibido con el ceño fruncido.

La tensión había vuelto a parecer, se incorporó en un segundo, luciendo aún más perdido que antes.

— Siempre dices eso — la irritación evidente en su voz, se dio la vuelta negando con la cabeza.

Deslizó su mano por su cabello, demasiado frustrado para querer seguir lidiando conmigo.

— Haz lo que quieras, pero luego no vengas llorando — escupió con desprecio.

Me quede inmóvil. Sin saber que decirle para que me viera con esos ojos que me encantan como un demonio.

Es mejor así, me aseguré.

Me di la vuelta, lista para afrontar el camino por delante. No fue hasta que llegue a la puerta que la incertidumbre y el miedo volvió a mí.

Mire hacia atrás, para mirar su espalda en la profundidad del lugar. Las lágrimas arremolinándose en mis ojos.

Sin opción de explicárselo, solo pude recurrir a lo que tanto odiaba.

— Volveré, te lo juro.

Una promesa.

Sus Ojos de InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora