11| Malvaviscos y Copos que se Derriten

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No sé cuánto tiempo lloré, pero mis ojos afirman que, durante mucho tiempo, lo único que hice fue sollozar como una niña perdida en el hombro de mi hermano

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No sé cuánto tiempo lloré, pero mis ojos afirman que, durante mucho tiempo, lo único que hice fue sollozar como una niña perdida en el hombro de mi hermano. Y eso nos lleva a la segunda prueba: su camisa mojada de lágrimas y mocos.

Qué horror.

Paso mis manos por mi rostro en un inútil intento de borrar cualquier rastro que me delate como la sensible que soy y presiono mis dientes con fuerza. Basta de debilidad Ash. Abro los ojos, asegurándome que lo último de las lágrimas haya desaparecido por completo antes de enfocarme en Egan.

También tiene los ojos hinchados, no obstante, no es un total desmadre como estoy segura lo soy yo. Simplemente se encuentra un poco más rojo, e inflamado de los ojos, pero de alguna forma, se mira bello y puro.

Un copo de nieve con reflejos de luz rosa.

Es hermoso.

Sus ojos se encuentran con los míos y una ligera, suave sonrisa estira sus labios.

Hago una mueca que con suerte parece sonrisa.

No puedo creer que llorara durante dos horas y ahora, no tenga ni idea de donde estamos.

Mierda.

Miro hacia los lados, intentando de alguna forma descubrir donde estoy.

Estamos estacionados en algún tipo de restaurante y en cuanto se apaga el motor se abre la puerta y empezamos a bajar. Egan me toma de la mano mientras seguimos a los demás, pero en lugar de ingresar por la parte delantera del restaurante donde un enorme marco de árboles recortados perfectamente nos da la bienvenida, tomamos un camino apenas notable por el costado del edificio de una planta. Un jardín precioso se abre paso ante nosotros, todo es flores, rosas, enredaderas y árboles, en formas y colores variados. En una esquina, cubierto por un enorme árbol de sauce llorón se encuentra un quiosco apenas visible. Madera oscura y muebles en tonos blancos, es lo único que puedo ver antes de cruzar una puerta de madera en el muro de piedra al fondo del jardín.

La sensación de estar invadiendo propiedad privada se disuelve con rapidez a medida que avanzamos por el camino cubierto de piedras.

Yaile, junto con Dorian, caminan con el extraño chofer unos cuantos pasos adelante de nosotros. No dudan en sus pasos y ni siquiera se molestan en revisar sus alrededores, aunque hayamos sido atacados unas horas atrás y hubieran estado listos para usar sus armas.

Esto es de ellos, les pertenece y el restaurante es una fachada.

Mi instinto trabaja sin necesidad de preguntar mientras apenas hay un indicio de la pregunta por mi mente. Me relajo ligeramente. De alguna forma, el hecho de haber visto a mi hermano llorar de nostalgia y alegría me tranquiliza, además del hecho de que no me harán daño.

Lo sé con seguridad.

También comprendo que ellos no tienen ni idea de que hacer conmigo con exactitud y tampoco entienden porque estaba en un hotel en Costa Rica. Yo simplemente soy la hermana mayor pérdida de su ¿amigo?

Sus Ojos de InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora