Lo había imaginado muchas veces. El momento en el que por fin saldría de ese mundo blanco y lleno de sedantes. El momento en el que lograría recuperar mi libertad. Más sin embargo, jamás en mi vida llegue a pensar que extrañaría esas cuatro paredes...
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— ¿Dónde estabas? ¿Todo este tiempo que estuviste haciendo? — mis ojos no dejan su arrugado rostro mientras me bombardea de preguntas.
Ni siquiera llevamos más de dos minutos, pero esto es agotador. No quiero hacerlo. Y si no quiero no debo responderle, pero soy consciente de que estas preguntas están hechas para Egan. Mi hermano, quien con su mirada cree que puede sacar cualquier trapo sucio que tenga escondido en mi alma.
Mis ojos registran su suave cabello rizado, demasiado parecido al mío. Al igual que sus ojos: grises con pequeñas motitas negras. Considero la opción de mentirles, no contarles lo que verdaderamente he estado pasando estos años.
Pero no funcionara.
La idea se desvanece y mis ojos regresan a la enfurruñada señora frente a mí.
— En una prisión blanca. — mis palabras logran una reacción en conjunto y todos fruncen el ceño.
— ¿Una prisión? — Egan repite sin entender.
— Así es. Aunque en realidad es mejor conocido como un hospital psiquiátrico. — un bostezo se escapa de mi boca y mi mano se dispara a taparlo, antes de ser reemplazado con indiferencia.
Se como suelen reaccionar las personas a los que en el hospital se les decía "enfermos mentales", pero no me podría importar menos como me miren ellos a mí. Bueno, a excepción de mi hermano por el cual al parecer no me debo de preocupar.
Sus ojos están llenos de lágrimas sin derramar. Su rostro esta contraído en un profundo ceño, mientras sus labios están en una línea recta, temblando.
— ¿Eso es cierto? — su voz es apenas un susurro y no puedo evitar sonreír ante su aflicción.
Pensé que ya nadie se preocuparía así, por mí.
— ¿Y para que te mentiría, Ricitos? Es cierto. Después del accidente en el que se me dijo que era la única sobreviviente, mi tío me acogió.
Me encojo de hombros. El hombre que me encerró solo por no entender y tener demasiado miedo.
Con la duda escrita en todo su rostro, Egan se limpia los ojos antes de preguntar lo obvio.
— ¿Entonces porque terminaste en un hospital psiquiátrico?
— Digamos que nuestro tío era demasiado miedoso para soportarme o intentar entenderme. Él simplemente quería vivir su vida, supongo. Por lo que termine en ese hospital en Lawrence, Indiana durante 10 años de mi vida.
Una risa sin ganas brota de mi garganta y paso mis manos por mi cabello. De nuevo frustrada, recordando lo que era estar dentro de cuatro paredes blancas que hace menos de una semana era todo lo que conocía.
Todo lo que podía llegar a tener.
— Era sofocante, Egan. Terriblemente sofocante y aburrido. No podía respirar sin recordar que se me había ingresado a ese lugar por padecer algún tipo de esquizofrenia y reconocer los aromas de los medicamentos administrados era simplemente asqueroso. No soportaba mirar por la ventana porque lo único que lograba visualizar era ese odioso patio trasero donde casi nunca me dejaban pasear. Tampoco podía hablar con nadie que no fueran los dichosos médicos en cada sesión, porque todos en ese lugar están mal de acá. — presiono un dedo en mi sien con fuerza. De repente molesta con el mundo y las vidas de estas personas frente a mí, llenas de libertad.