1| Prisión Blanca

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Solía tener un mal presentimiento

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Solía tener un mal presentimiento. Todo el tiempo. Aunque no estaba segura de cuál era la causa o de donde provenía el sentimiento de ser cazada. Aunque ese no parecía ser el caso de mi psicóloga, quien estaba segura de tener todas las respuestas. Ella lo sabe todo.

O eso cree.

Un resoplido irónico sale de mis labios mientras pongo mis ojos en blanco.

— ¿Ashley? ¿Estás escuchando? — el manojo de nervios a mi lado sacude su mano frente a mí en un intento fallido por llamar mi atención.

Mi cabeza gira en dirección a la ventana. Estoy harta de todo. ¿Cuál es el problema con el mundo? Vuelvo a resoplar, mientras la voz chillona a mi lado empieza a sentirse lejana, al igual que todo lo demás. Mis ojos son lo único que funcionan en este momento, negándose a apartar la mirada de la ventana.

Creo que conozco mejor a la ventana que a esta mujer con apariencia de payaso y personalidad de mierda.

Unos dedos se incrustan en mi barbilla, forzándome a dejar de apreciar la única ventana en el lugar. Mi mirada cae en un rostro cubierto por varias capaz de maquillaje, Tessa o Bella. No recuerdo con exactitud su nombre y no es que me importe en realidad, simplemente quiero que se enderece y se vaya lejos de mi pequeño mundo.

Sus ojos escudriñan mi rostro para luego suspirar y sin necesidad de escucharla ya sé lo que va a decir:

— Presta atención cuando se te hable, querida. — nuestras voces al unísono abren paso a la calma antes de la tormenta.

Su mandíbula se tensa y antes de que pueda reprimirme, un toque en la puerta provoca que se enderece con rapidez. Una enfermera con aspecto de cansancio entra a la habitación y se acerca a la doctora para susurrarle algo al oído.

Algo que no les conviene que escuché la loca sentada, pensé.

Unos segundos de cuchichear y luego silencio. En realidad, lo que menos me molestaba de este lugar era el hecho de que me miraran con frecuencia mientras caminaba por los pasillos. Sin embargo, parece que eso estaba dejando de ser así. Voltee a verlas con mirada molesta al sentir su atención en mí.

— ¿Qué?

Ambas parpadearon extrañadas, — Nada — respondió Ela.

Sinceramente, debería de aprenderme los nombres correctamente.

— Simplemente... — continuó — alguien ha venido a verte. Tienes invitados.

Fue mi turno de parpadear extrañada.

— ¿Qué? — fue lo único que pude decir.

— Alguien ha venido a visitarte. ¿Tienes idea de quien pueda ser?

Niego rotundamente. A parte de mi tío que viene cada tres años y vino a visitarme el año pasado, no se quien pueda ser. ¿Además quién podría visitar a una loca como yo? Mis pobres neuronas trabajaban a toda máquina y me estaba empezando a preocupar quedar más loca.

— Bueno, ¿quieres aceptar la visita? — su pregunta me deja en el aire por unos segundos.

¿Estará bien conocer a un extraño? Analicé la situación, es imposible que me puedan hacer algo, después de todo hay guardias y no puedo salir de este lugar hasta tener permiso de mi tutor. Mm... No creo que sea tan grave. Comprobé mis "instintos", como les decía yo y por lo que estaba encerrada en este lugar.

Lo que me volvía "loca".

Mis "instintos" trabajan de una manera difícil de explicar. Cuando estaba a punto de tomar una decisión solía tener un presentimiento. A veces sentía que algo malo iba a pasar o que la decisión que iba a tomar era algo de lo que luego me arrepentiría. Y cuando era una decisión que me beneficiaria, me sentía ligera como una pluma disfrutando de las caricias del viento.

Nada. Ni una pizca de preocupación. Ni un poco de ligereza. Ningún tipo de sentimiento o emoción. Como si no estuviera tomando una decisión, absolutamente nada. Fruncí el ceño, confusa. Bueno, tal vez si estaba mal de la cabeza.

— Esta bien, iré. — balbuceé mientras me ponía de pie.

En cuanto salimos al pasillo, la enfermera desapareció. El silencio que rodeaba el lugar, olor a sedantes y el único sonido de los zapatos de Pamela, era algo de lo que ya estaba acostumbrada.

Esquizofrenia Paranoide. Era mi diagnóstico y razón de estar en este centro de tratado mental, en el que llevo más de seis años. Los doctores creían que tenía ideas delirantes o alucinaciones severas, que podían ser tratables. Aunque nada cambio desde que vine a este lugar. Tal vez, el hecho de no salir libremente y los cambios en mi cuerpo sean lo único que de verdad hacen que me haga cuenta de que ya no estoy en una cabaña junto a mi tío.

Pero de que sigo igual, es la cruda verdad.

— Aquí es.

Mis ojos observan la puerta de metal con atención.

— Adiós, Micaela — le echo un rápido vistazo por el rabillo de mi ojo mientras pone los ojos en blanco.

— Es Graciela, Ashley y de nada. — dice con cansancio mientras se da la vuelta y se pierde en los pasillos blancos.

Vuelvo mi atención a la puerta, para luego empujarla con mi mano derecha.

Hora de la verdad, perra.

Lo primero que noto son los hombres uniformados en blanco en cada esquina de la espaciosa habitación. Una mesa con dos sillas está colocada en el centro del lugar y en una de esas sillas un chico está sentado tranquilamente. Sus ojos conectados con los míos mientras me acerco a la silla vacía.

Tomo asiento. Coloco mis manos sobre la mesa mientras las entrelazo mutuamente y me permito analizar la apariencia del chico frente a mí.

Un par de ojos verdes en un rostro bronceado me observan con intensidad. Un flequillo desmechado de un rubio dorado, adorna su rostro y tiene los brazos cruzados sobre su pecho.

Parece que alguien hace ejercicio, el pensamiento cruza mi mente naturalmente y trato con todas mis fuerzas hacerme la indiferente. Levanto mi vista hacia su rostro nuevamente. Él no parece haber hecho movimiento alguno aparte de su pecho que sube y baja ligeramente y de su ceja izquierda alzada.

— ¿Terminaste? — un tono seductor y aterciopelado resuena en nuestro pequeño espacio.

Esta vez es mi turno de enarcar una ceja, — ¿A qué te refieres?

Una sonrisa se despliega en sus labios carnosos y dos pequeñas y adorables líneas aparecen a los costados de su boca. Una hermosa sonrisa, pero debo decir que la arrogancia no pasa desapercibida.

— Olvídalo. Tu debes ser Ashley Meller, ¿verdad? — sin esperar respuesta alguna, prosiguió — Te he estado buscando, pequeña.

Intentando ignorar su insulto a mi estatura completamente normal, lo miro incrédula — ¿Y se puede saber para qué honorable caballero?

Frunce el ceño ladeando la cabeza, sus ojos verdosos tan claros como una esmeralda — Para llevarte a casa, claro. Ya es hora de que vuelvas con nosotros, Ash.

*******
Y aparecí *sale de la oscuridad*.

¿Como están lectores de mi vida?
Espero que muy bien y con ganas de leer, porque en este momento estoy en llamas de tanta inspiración.

Nah, tampoco así ;)

En todo caso, solo quería decirles que estaré publicando dos veces a la semana. Esperenlo con ansias!!!

<<<<<Este capítulo está dedicado a:

Ehily, mi fiel lectora.

Te deseo lo mejor de lo mejor.

Sus Ojos de InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora