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El domingo por la mañana, el cielo había amanecido gris y lleno de nubes que amenazan con descargar toda su fuerza en cualquier momento, pero Anahí se había levantado feliz en su pequeña habitación de alquiler. Llevaba en la ciudad casi un mes y, aunque se había apuntado a todas las agencias de empleo que había en la ciudad, jamás había recibido ninguna oferta. Hasta ahora. El trabajo de niñera le venía como anillo al dedo. Había cuidado de los hijos de sus vecinos desde que tenía doce años y vivía en las caravanas de las afueras de su ciudad. Les había enseñado a leer, a hablar correctamente, a comportarse en público y a echar una mano siempre que les fuese posible. Les había dado buena comida, les había cosido ropa para que no fuesen con cosas viejas y rotas y les había bañado todas las noches sin excepción. Las madres habían estado muy contentas y le habían pagado como habían podido. Una camiseta heredada por aquí, un estuche de maquillaje usado, pero bonito, por allí, un corte de pelo gratis... Anahí había estado encantada, hasta que su madre había empezado a recriminarle que tenía que llevar dinero a casa si quería seguir viviendo allí y, como ella no había cambiado la manera de cobrar, no había dudado en hacerlo.

Al principio se había sentido perdida y asustada, pero pronto había aprendido a ganarse la vida y a trabajar de cualquier cosa para sobrevivir sola. Había trabajado de camarera, limpiadora, barrendera, sastre e incluso había dado alguna clase particular a algún niño durante todo ese tiempo. Ahora, doce años después, acababan de despedirla de un bar en el que trabajaba porque, aunque era muy buena en su trabajo, parecía que no mostrarse disponible estaba mal visto y al jefe le había sentado mal que, a diferencia de las demás camareras, no siguiese el rollo a clientes borrachos que sólo querían metérsela sin importarles quienes eran.

No se arrepentía del despido y, en el fondo, le habían hecho un favor pero aunque tenía algo de dinero ahorrado eso no duraría eternamente y necesitaba trabajar rápido. El anuncio de niñera le llegó de repente y, sin saber porque, se dijo que debía ir y presentarse. Por suerte lo había hecho y ahora estaba a punto de llegar a su nuevo trabajo, y, al parecer, su nueva casa.

Ese día, la casa le había parecido mucho más impresionante que ayer porque la lluvia y los truenos le hacía parecer encantada y, por unos segundos, se había sentido temerosa. Pero había conseguido reunir fuerzas y había salido del coche rápido con una caja ya entre las manos, intentando llegar cuanto antes a la puerta.

Cuando se abrió, Eda apareció con sus enormes y hermosos ojos frente a ella, y la sonrió ampliamente.

— ¡Annie! —chilló, feliz.
— ¿No te ha dicho tu padre que no debes abrir la puerta sin saber quién está detrás?
— Me alegro de escuchar eso, pero me temo que lleva desde que ha desayunado pegada a la ventana y te ha visto en cuanto has llegado.

Alfonso apareció tras la niña, sonriendo de tal manera que Anahí sintió como sus piernas temblaban involuntariamente y, por un segundo, pensó que la caja que tenía entre las manos se le caería.

— Está lloviendo —sonrió, nerviosa—, así que he decidido aprovechar el viaje.
— Déjala dentro, te ayudaré a sacar tus cosas.
— No te preocupes, solo son un par de maletas, puedo sola.
— No lo niego pero, como has dicho antes, llueve. Terminaremos antes si salimos ambos.

Anahí se mordió el interior de la mejilla y asintió sin rechistar, como si le hubiesen echado la bronca por meterse en líos. Dejó la caja donde Alfonso le había dicho y se giró sobre sus talones para volver a salir a por sus cosas. Alfonso la siguió de cerca, con un paraguas para protegerlos del agua. Sacó lo que le quedaba del coche, lo cerró y le pasó a él sus maletas.

— Yo llevaré la caja, gracias.
— Acércate, volveremos bajo el paraguas.
— Tranquilo —negó—. Echaré una carrera, como antes.

Antes de que Alfonso pudiese protestar, Anahí salió corriendo con una caja más grande que ella entre los brazos, dejando que la lluvia la empapase e hiciese que la ropa se empezase a pegar más a su cuerpo. Él agarró las dos maletas, demasiado pequeñas para llevar todas sus cosas, y fue hasta la casa tan rápido como pudo.

La niñera del jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora