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— Hola, hija —sonrió Julie. Tenía los dientes negros por el tabaco y las drogas, además le faltaban algunos más de los que Anahí recordaba la última vez que la vio. Estaba demacrada y parecía más pequeña de lo que era, pero Anahí ya no se preocupaba por ella así que alzó la barbilla y la miró sin parpadear—. Me alegro de verte, cariño.
— ¿Qué haces aquí?
— ¿No vas a dar un abrazo a tu madre? —abrió los brazos, como esperando—. Es igual —continuó, bajando los brazos como si le diese igual, lo que seguramente era verdad—, ¿cómo has estado?
— No te importa —apretó los dedos alrededor de la puerta hasta que se le pusieron blancos—. Y quiero que te vayas.
— Oh, ¿irme?¿ahora que he venido? —negó— ¿porque no entro y me presentas a tu fantástico hombre y a su pequeña hijita? Eda, ¿verdad?
— Déjalos en paz.
— ¿Annie? —la voz de Alfonso sonó desde el fondo del pasillo y el cuerpo de Anahí se irguió de nuevo, sabiendo que iba a aparecer a su lado de un momento a otro— ¿Pasa algo?

La mano de Alfonso acarició su cadera segundos antes de que su cara apareciese a su lado, mirando a la mujer que le había dado la vida hacia casi tres décadas.

— ¿Puedo ayudarla?
— Por supuesto —volvió a sonreír su madre.
— No —exclamó Anahí a la vez.

Julie cambió su peso de pie y cruzó los brazos bajo su pecho.

— Anita, creo que deberías presentarme a mi yerno —llevo la vista a la mano de Alfonso, que aún rodeaba a Anahí y después a Alfonso de nuevo—. Soy Julie, la madre de Anahí.

Alfonso abrió los ojos de par en par. Anoche no solo habían hecho el amor, varias veces, sino que Anahí y él habían pasado horas hablando sobre su vida e incluso si no lo hubiesen hecho, solo con lo que le contó sobre su ex novio y su madre le habría servido para juzgar a la mujer que tenían frente a ellos.

— Alfonso Herrera —contestó, sin moverse un milímetro.
— Creo que deberías irte, Julie —gruñó Anahí entre dientes.
— Niña desagradecida —murmuró, alejándose de la casa.

Anahí cerró la puerta con el rostro blanco y conteniendo el aire sin darse cuenta. Solo cuando sintió la mano de Alfonso apretar su hombro para girarla parpadeó y o soltó. Como soltó alguna lágrima rebelde que empapó su cara. Conocía a su madre. Seguramente la había estado siguiendo durante un tiempo y se había dado cuenta de que la familia de Alfonso tenía dinero. Pero no entendía como sabía que tenía algo con Alfonso, siempre la había besado en casa y realmente acababan de empezar en serio. A menos que...

— Nos vio en el aeropuerto —susurró.
— ¿Qué dices? —Alfonso se inclinó sobre ella, intentando entender lo que decía.
— Mi madre —lo miró, limpiándose las lágrimas—, nos vio en el aeropuerto. Me ha estado siguiendo, otra vez. Dios...
— No te preocupes, no va a pasar nada.
— Tú no lo entiendes... Ella... Nombró a Eda, ¡la nombró!
— No le va a hacer nada —acunó su rostro con ambas manos, intentando que se tranquilizase—. Y a ti tampoco, tranquila. Respira, Annie, por favor.

Pero Anahí se alejó de él, negando.

— Tenéis que iros. No podéis quedaros. Encontrará la forma de entrar, de hacer algo. Por favor, Poncho... ¡Es capaz de llevársela! Mi hermosa Eda... —sollozó.

Alfonso la abrazó contra su pecho con todas sus fuerzas hasta que ella dejó de resistirse y lloró sobre su camiseta. El corazón le latía con fuerza, y no por estar con ella, sino por como estaba comportándose. En esos meses, jamás la había visto así de alterada y no sabía cómo manejarlo. Pensó algo rápido, mientras intentaba tranquilizarla y la besó en la cabeza cuando tuvo la solución.

— Vayamos a la casa familiar —Anahí lo miró, aún con lágrimas en los ojos—. Cindy y Rick irán mañana en cuanto le den el alta y mi padre cuenta con bastante seguridad desde hace años porque intentaron entrar a robar. Hay espacio de sobra, estaremos protegidos y todos juntos, ¿si? Venga, subamos a hacer las maletas, nos iremos ahora mismo.

La niñera del jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora