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Las primeras semanas fueron fáciles para Anahí. Ella y Eda habían creado una rutina que se ajustaba a ambas y las hacía sentirse cómodas. Por las mañanas Anahí se levantaba antes, desayunaba y se daba un ducha caliente antes de preparar el desayuno a Eda e ir a despertarla. Alfonso siempre aparecía en ese momento pero, a diferencia del primer día, desayunaba algo rápido y dejaba un beso en la cabeza de su hija antes de desaparecer por la puerta de la cocina, mientras ella se encargaba de peinar la melena de la niña. Anahí deseaba un beso de buenos días también pero, en vez de ser el padre el que se lo daba, era Eda y ella se tenía que conformar con ese. Después se subían al precioso todoterreno que Alfonso había comprado y ambas se encaminaban al colegio mientras cantaban canciones que Anahí escogía minuciosamente para no enseñar nada inadecuado a Eda. Cuando la dejaba en el colegio se acercaba al supermercado o daba una vuelta por la biblioteca y después volvía a casa para recoger su habitación y la de Eda, o cualquier parte de la casa que estuviese desordenada, aunque nunca entraba en el despacho ni en la habitación de Alfonso. Lily, la cocinera, venía antes de que ella se fuese a buscar a Eda y siempre le preguntaba si querían comer algo en especial, aunque Anahí siempre le contestaba lo mismo.

— Decide tú. Seguro que está delicioso todo. Además, Eda debe comer variado y tú conoces mejor sus gustos.

Cuando terminaban de comer, Anahí leía un cuento con Eda y ambas se echaban juntas la siesta. Al principio Anahí se había mostrado reticente pero la niña había insistido tanto que ya lo habían establecido como una rutina. Además, que alguien la abrazase para dormir la hacía sentir querida y útil. Siempre se despertaba antes que ella y preparaba algo de merienda para cuando Eda se levantase. A veces se acercaban al estanque de los patos y les daban de comer, o paseaban hasta uno de los parques que estaban cerca de su casa. Alfonso siempre llegaba cuando estaban en medio de alguna actividad o juego lucrativo, en su mayor parte inventado por ella misma. Anahí lo saludaba con una sonrisa mientras que Eda corría a sus brazos y lo llenaba de besos, tal y como ella había empezado a fantasear que hacía. Alfonso respondía a su hija con gracia y después de un rato juntos se disculpaba para ponerse algo más cómodo.

Cuando volvía cenaban los tres juntos, poniendo al día al padre, y después era él quién se encargaba de leerle un cuento a su hija y arroparla antes de dormir. Alfonso pasaba poco tiempo con su hija a diario, pero siempre lo compensaba durante el fin de semana cuando Anahí tenía más tiempo libre. A veces los acompañaba a las pequeñas excursiones que hacían, al parque o a cualquier otro sitio. Pero siempre se negaba cuando iban a ver a su padre. No lo hacía con mala intención, simplemente pensaba que era importante que la niña pasase tiempo de calidad con su abuelo y su familia. Además, qué pintaba ella allí, si Eda estaba ya cuidada y entretenida, ella no tenía trabajo que hacer.

— Anahí —su nombre sonó tras su puerta, acompañado de unos golpecitos para llamar su atención.

La voz de Alfonso sonaba fuerte y profunda cada vez que decía su nombre pero jamás le llamaba Annie, por mucho que ella había insistido en que lo hiciese. Eda, en cambio, la llamaba así desde el primer minuto y lo hacía con tanto amor que Anahí había llegado a pensar que jamás había escuchado su nombre hasta que la pequeña lo había dicho.

— Voy —estaba a punto de irse a la cama cuando Alfonso había llamado a su puerta, así que la abrió con una larga y enorme camiseta como pijama y el pelo recogido en un moño mal hecho en lo alto de la cabeza.
— Siento... —Alfonso se quedó en silencio unos segundos, mientras la recorría con la mirada de pies a cabeza. Agitó un poco la cabeza, intentando despejarse del aturdimiento que había sentido al verla así y siguió hablando— Siento molestarte, debes estar a punto de irte a la cama pero...
— ¿Estás bien? —Anahí se mordió el labio inferior, nerviosa, al notar que él también lo estaba.
— Si, si —llevó allí su vista—. Solo quería decirte que mañana tengo un viaje de trabajo. Debo volar a Berlín para cerrar un trato que llevo meses preparando. No creo que esté fuera más de dos o tres noches pero debo irme mañana y como es la primera vez que te quedarás sola con Eda, no quería que se me pasase nada.
— Oh, claro. Si.
— ¿Podrías acercarme al aeropuerto después de dejar a Eda en el colegio? Así no tendré que llamar a un taxi, ni dejar el coche allí tantos días. Estaré todo el día de reunión en reunión pero encontraré un hueco para llamar y hablar con Eda cada día, puede que antes de cenar.
— Está bien.
— Si necesitas dinero ya sabes que puedes usarlo, aunque aun no lo hayas hecho.
— Compré unos pantalones nuevos a Eda y la compra de la semana también.
— Me refiero a gastos grandes.
— No ha surgido ninguno.

Alfonso sonrió, apoyándose en el marco de la puerta. Anahí estaba preciosa cuando se hacía la digna cada vez que hablaban de dinero y a él cada vez le costaba más mantener sus manos lejos de su cuerpo y los labios separados de los suyos.

— La gasolina de tu todoterreno también es cara —informó, levantando un dedo y haciendo reír a Alfonso con una sonora carcajada — ¡Shhh, Eda!

Alfonso intentó dejar de reír al ver los ojos de alarma de Anahí pero se divertía mucho con ella y, aunque estaba tenso por como le hacía sentir, también le hacía ser él mismo sin tener que fingir u ocultar lo que pasaba por su interior. La iba a echar de menos esa semana. Casi todas las noches, cuando Eda se dormía, hablaban de cosas triviales como de lo que habían hecho ellas durante el día o lo que harían el fin de semana. Alfonso también le contaba cosas de su trabajo, pero no quería aburrirla así que solo hablaba de forma superficial aunque Anahí siempre le escuchaba con ojos grandes y atentos y le hacía preguntas increíblemente buenas.

Alfonso se despidió de Eda antes de que esta entrase al colegio como si fuese lo más normal del mundo. Se habían preparado igual que todos los días pero Alfonso no se había ido pronto a la oficina sino que las había llevado a ambas al colegio y después había abrazado a su hija y la había llenado de besos, igual que ella a él y, cuando se habían separado, Eda había preguntado:

— ¿Qué me traerás de Berlín? —Alfonso echó la cabeza hacía atrás, carcajeándose como lo había hecho anoche en la puerta de la habitación de Anahí, haciéndola sentir un escalofrío por su espalda.

Cuando se volvieron a montar en el coche, Alfonso volvió a sentarse en el asiento del conductor y Anahí simplemente disfrutó del paisaje y de él. Jamás se había fijado en nadie conduciendo, más allá de en su instructor cuando le había explicado como tenía que hacerlo ella. Pero tampoco se comparaba al porte que tenía Alfonso tras el volante. Ocupaba completamente el lugar, no como ella, que apenas cubría la mitad del respaldo con su espalda. Y los largos brazos y grandes manos cubrían el espacio como si estuviesen hechas para estar ahí.

— ¿Anahí?
— ¿Sí? —dijo, pestañeando de nuevo para salir del trance en el que había entrado.
— He dicho que ya hemos llegado —sonrió de lado, poniéndole las llaves frente a ella—. Las llaves.
— Oh, claro. Te acompañaré.

Caminaron juntos por el aeropuerto, como si fuese también lo más normal del mundo. Alfonso iba arrastrando su maleta por los largos pasillos mientras Anahí lo seguía en silencio, preguntándose porqué lo había acompañado hasta dentro y cómo se iba a despedir de él sin Eda a su lado. Se ruborizó mientras esperaba a que Alfonso facturase la maleta y después lo acompañó hasta el control, donde se tendría que separar de él durante los próximos días.

Quizá le venía bien algo de distancia, pensó mientras se acercaban al control. Quizá así dejaría de pensar en él constantemente, de intentar descubrir lo que hacía, lo que pensaría de ella... Quizá así dejaría de soñar que aparecía en su habitación en mitad de la madrugada y le hacía el amor lenta y profundamente. Que la besab...

— Bueno —dijo Alfonso de pronto, ¿por qué se distraía con tanta facilidad cuando pensaba en él?—. Ya estamos aquí.
— Si —suspiró, sin querer despedirse.
— Llamaré todos los días, te lo prometo.
— Está bien —sonrió ella—, estaré atenta.
— Volveré pronto —Anahí asintió, con el corazón desbocado. No quería que se fuera, lo quería en casa como cada día.

Se quedaron unos segundos en silencio, mirándose fijamente, hasta que Alfonso atrapó su nuca con una mano y su cintura con la otra y la besó mientras la estrechaba contra su cuerpo.

— Te echaré de menos, Anahí —susurró, separándose un poco de ella.

Anahí se quedó estática unos segundos, hasta que abrazó su cuello con sus brazos, intentando pegarse más a él y lo besó de vuelta.

La niñera del jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora