Capítulo 10

1.2K 111 16
                                    

La cara del ojiazul reflejó tristeza y ella lo pudo divisar, pues tampoco se había molestado en ocultarlo. La necesidad de abrazarlo comenzó a aflorar en su interior, pero al recordar todo lo ocurrido, rápidamente ese sentimiento se marchitó, y la devolvió a la realidad. Cosa que le sentó como un caldero de agua helada. Sintiendo que sus huesos se congelaban.

—¿Qué harás ahora?

—Lo que llevo haciendo toda la vida.— se encogió de hombros, y acto seguido, sacó un paquete de cigarrillos de su bolsillo. —Sobrevivir.

—Espera...— Se palpó los bolsillos de la chaqueta al darse cuenta. —¿Me has quitado el paquete?

—Me has tenido demasiado tiempo cerca.— contestó, restándole importancia y encendiendo un cigarrillo.

Ambos se quedaron mirando, y el silencio comenzó a inundar el lugar, aunque ninguno de los dos se encontraba incómodo por ello. El tono rojizo del cielo, indicó que ya era media tarde, por lo que la pelinegra hizo el amago de hablar, pero John pareció que quería hacer lo mismo, por lo que se adelantó.

—Gracias, por acordarte y preocuparte de Jack. Sé que fuiste tú la del regalo.

—¿Por qué no lo haría? Él no ha hecho nada.— Absorbió el humo y lo expulsó lentamente, sabiendo que las siguientes palabras que iba a soltar eran puro veneno. —No es como tú.

—Eso espero.— admitió, provocando que sus miradas se conectaran de nuevo.

—Será mejor que me vaya.— comentó, tirando el cigarrillo al suelo y pisándolo con su zapato. —Me da igual si cuentas que me has visto. Aunque, parece ser que cuando quieres bien que te callas las cosas.

No le dio opción a contestarle, pues dio media vuelta y comenzó a caminar hasta el inicio del callejón. Cuando iba, más o menos, por la mitad, recordó algo, por lo que giró sobre sí misma y volvió hacia donde él.

—Se me olvidaba una cosa.—  Acto seguido, le asestó un fuerte puñetazo en la nariz, provocando que ésta comenzase a sangrar. —Ahora sí. Adiós, querido.

Sonrió sarcástica y salió del callejón, no sin antes mostrarle el dedo corazón. Sabía que no podía quedarse más tiempo en Birmingham, aunque quisiera quedarse para volver a hablar con Ada, por lo que caminó hasta la estación, para volver a casa. En trayecto de vuelta, se le hizo bastante corto, pues la mayor parte la pasó durmiendo o leyendo.
Al llegar a la estación de París, bajó en la parada indicada y puso rumbo hacia casa. Nunca había deseado tanto llegar. No por el hecho de estar en ella, sino porque necesitaba el calor hogareño que le proporcionaba el pecoso. Necesitaba que la abrazase y le dijese que todo iba a salir bien, aunque supiese que no iba a ser así.
Pocos minutos después, se encontraba ya en la puerta. Introdujo la llave en la cerradura y entró, colgando el gorro en el perchero, y posando las gafas en el mueble.

—Finn, ya estoy en...— Se calló de inmediato, al verlo sentado en el sofá, con un semblante totalmente serio. Bajó un poco la vista hacia la mesilla y pudo divisar un polvo blanco, dividido en rayas. —¿Qué cojones?

Las llaves se escurrieron de su mano e impactaron contra el suelo. No podía creer lo que sus ojos estaban divisando. Desde aquella noche en la que lo había pillado metiéndose cocaína, junto a Arthur, ambos prometieron no volver a tomar ningún tipo de sustancia. Pero parece ser que los Shelby no creen en las promesas.

—¿Qué coño haces?— Se acercó a él, completamente enfurecida. —Pensé que cumplías tus promesas...

—Y yo pensé que nos lo contábamos todo.— Se levantó del sofá y se posicionó enfrente de ella. —Pero parece que no es así...

𝐊𝐈𝐄𝐋 (2) | Finn ShelbyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora