Un viento frío entraba por su nariz y la congelaba, lo sentía en las orejas y en como desordenaba su cabello; la luz se volvía gris, se paseaba remarcando las letras en la lápida, como si quisiera recalcar por qué las personas se encontraban allí, y la brisa movía las hojas de los árboles, haciendo que cayeran junto a ella. Sin ninguna voz cercana o lejana, sabía que ese extenso lugar se encontraría igual por dónde quiera que pisara. Los cementerios no eran deprimentes por su forma de verse, pensó Alice, eran deprimentes por el sentimiento que cargaban las personas al estar en ellos. Ese sentimiento, tan cruel como real, se manifestaba con dolor en mente y corazón. Y la voz del cura, que repetía su nombre, le hacía doler la cabeza, como si eso fuera un consuelo, lo odiaba.
En su silencio, volvió a reconocer el ambiente, allí sola, viendo la tierra fresca recién removida. Siguió sin poder hacerse a la idea. Se incoó para tomar un poco y apretarla. Mientras contraía la mandíbula. Cómo si eso aliviará todo lo que sentía.
...
Él espero media hora en la entrada del cementerio. Les dijo a sus acompañantes que se fueran a casa y quince minutos después apareció el único familiar de la persona fallecida, sin ella. Aun así, espero, le dio espacio, ella lo necesitaba y el no comprendió cómo ayudaría a reponerse por perderlo a él. Ni el mismo lo sabía, le había tomado cariño y a todos les llegó de sorpresa.
Entro al cementerio por el gran cancel y al llegar a la primera colina, la vio. Estaba frente a su tumba, sentada, abrazaba sus rodillas sin importarle su vestido. Y seguro lloraba, estaba con la mente perdida.
La nieve apenas comenzaba a caer. Corrió hasta ella y aligero el paso apenas llegar a unos metros, no se dio cuenta de su presencia; se incoó y le puso su saco en los hombros, sus ojos oscuros estaban llenos de lágrimas y solo recordaba a ver visto esa expresión pocas veces en ella.
—Eres tú—le dijo y volvió su vista a la lápida.
Él se dejó caer y la atrajo hacia su cuerpo, entre sus brazos y en medio de sus piernas, nada le dolía más que verla así.
—Sí, soy yo, aquí estoy Alice—le acaricio la mejilla— ¿quieres volver a casa?
—No...—dijo y volvió su vista a este, al no estar al mismo nivel, escondió su rostro en su pecho y allí dejo su frente. Luego aferró su mano a un abrazo y la otra a su pecho—lejos... —se lamentó.
El sintió como Alice le clavaba las uñas, sentía cómo está le cortaba, como lloraba bajo y se lamentaba. Allí se quedó evitando soltar lágrimas, tenía que estar para ella.
—Si... Nos iremos lejos...
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SERENDIPIA #2
Teen FictionSegundo libro. Alice mantenía la foto en Milán con Nicolás, colgada a lado de su espejo. Sus zapatos a juego, guardados en perfecto estado, a la vista en su armario. Los anillos de oro y zafiro, que encajaban como ella y el, todos los días en su m...