Observador

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Tomé un cigarrillo de su caja y lo encendí con el encendedor rojo que había sacado del bolsillo de mi pantalón.

Me encontraba en la escalera de emergencia del edificio donde vivía y estaba al costado del mismo, en la oscuridad de un callejón, mirando alrededor, sabiendo que entre tanta oscuridad estaban los edificios que había visto en el día. Hacía al menos media hora que todos alrededor estábamos sin luz, pero la calle frente a mi edificio seguía iluminada.

Tomé una larga calada, cerré los ojos y llevé el humo blanco dentro de mis pulmones. Aquello me generaría cáncer algún día, pero no importaba.

Localicé un movimiento por la calle, una mujer caminaba desde mi derecha, cada poste de luz la iluminaba con mucha claridad cuando pasaba debajo. Su mirada permaneció fija en el camino a seguir.

Un momento después, se detuvo abruptamente y apretó la cartera entre sus brazos. Su miedo era notable.

Del otro lado de la calle, una furgoneta negra se detuvo y de ella bajaron dos hombres altos. Ambos vestían de negro y podían perderse con facilidad en la oscuridad. Como las sombras.

Se dirigían hacia ella con decisión.

Un brillo captó mi atención.

En la mano de uno de los dos hombres pude distinguir algo metálico.

Y afilado.

Ella, sin pensarlo dos veces, dio media vuelta y corrió hacia la dirección por la que había venido mientras miraba sobre su hombro en reiteradas ocasiones, intentando ver si aún la seguían.

Y eso era lo que estaba pasando.

Di otra calada, observando la escena que se desarrollaba ante mis ojos, mi sorpresa era evidente.

Quizá aquellos eran un par de ladrones, y con suerte, solo le robarían el bolso si la atrapaban.

Ambos hombres corrían más rápido que la pobre mujer que perseguían, y ella en su huida, se había tropezado más de una vez por culpa de sus tacones altos.

Gritó varias veces, pidiendo ayuda.

Nadie la escuchó, o a nadie le importó.

Pero yo estaba allí, y no me atreví a moverme.

Se ponía sentir el peligro en el aire.

Aunque los tacones la hacían correr de una forma extraña en la que parecía que arrastraba una pierna rota con cada pisada, ella intentó correr más rápido.

Arqueé las cejas sin poder imaginar cómo terminaría todo para ella.

Los hombres que la perseguían estaban cada vez más cerca.

La mujer cayó al suelo con brusquedad, soltando su cartera y levantándose lastimosamente para continuar corriendo.

Ninguno de los dos hombres se fijó en la cartera que había dejado tirada para salvar su vida.

¿Qué estaba pasando exactamente?

Al parecer, no querían su cartera. La querían a ella.

El vello en mis brazos se erizó, el cigarrillo entre mis dedos estaba olvidado y mis ojos seguían a esas personas en cada paso.

Ambos hombres dejaron de correr, la chica había llegado a la entrada de un callejón oscuro. Se veía dudosa, no se atrevía a internarse en la oscuridad.

La presa estaba a punto de ser cazada.

De la oscuridad del callejón, salió un hombre vestido de negro que la atrapó por la espalda. La sostuvo por la cintura y le tapó la boca con la mano.

Los otros hombres se acercaron.

Uno de ellos le acercó el objeto metálico y filoso al cuello, le dijo unas palabras y ella asintió, temblando. El hombre que la sostenía le quitó la mano de la boca.

La chica no gritó, no emitió ningún sonido.

Comprendí que el hombre del objeto afilado la habría amenazado para que no gritara.

El otro hombre la agarró por el mentón y la observó detenidamente.

La ceniza de mi cigarrillo cayó sobre mis piernas, no podía dejar de observar a aquellos hombres rodeandola.

El hombre con el objeto metálico, comenzó a deslizar la mano hacia abajo sin quitar los ojos del rostro de la mujer.

El hombre que la sostenía por el mentón acercó su rostro al de ella y le lamió la mejilla. Ella forcejeo entre el agarre del hombre a su espalda, el cual le estaba oliendo el cabello, sintiendo su aroma.

Entonces, el hombre con el objeto metálico se detuvo en el medio del pecho de la mujer y con un rápido movimiento, cortó parte de la ropa, piel y hueso, desde el esternón hasta el ombligo.

La mujer intentó gritar, pero el mismo hombre que la sostenía por la cintura, le tapó la boca y la sostuvo con un brazo por el cuello, para que el otro hombre pudiera seguir cortando el cuerpo de la víctima.

La sangre salió a borbotones, el contenido del cuerpo de la mujer cayó al suelo.

La escena parecía sacada de una película de horror.

Sin perder el tiempo, el hombre que la sostenía y el que la había cortado, la llevaron a la camioneta, marcando el camino con gotas de sangre. El otro hombre sacó una bolsa negra del bolsillo de su pantalón y metió los órganos de la mujer allí.

Estaba tan atónito observando sin creer lo que había presenciado, que tocí accidentalmente por el humo que se había atascado en mi garganta por no soltarlo desde que todo inició.

Me aguanté la tos como pude, tiré el cigarrillo a un lado y continúe viendo la escena, tratando de no delatar mi presencia.

El hombre con la bolsa de los órganos se acercó a la cartera olvidada de la mujer y se la llevó.

No se iban a olvidar de nada, y al parecer, no me habían escuchado a pesar del silencio que nos rodeaba.

Una vez que los tres hombres metieron a la mujer, la cartera y la bolsa con el contenido de su cuerpo en la furgoneta, dos de ellos se acercaron a hablar y el tercero fue a hablar con el conductor. Hablaba con seriedad y firmeza.

Entraron en la furgoneta segundos después, y doblaron en la esquina, alejándose del lugar donde habían cometido un crimen y tuvieron un observador.

Tomé una profunda bocanada de aire, tratando de salir de mi estupor. Se habían ido, pero continuaba en shock. Nadie espera presenciar algo así cuando sale a fumar a escondidas de sus padres.

Un ruido a unos metros debajo de mí, llamó mi atención y me sacó de mis cavilaciones.

Cuando miré hacia allí, en las escaleras, había un hombre vestido de negro con algo brillante y metálico en la mano.

Después de todo, sí me habían escuchado.

Relatos de terror y suspenso ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora