Terror nocturno y escolar

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El monstruo del armario me cubrió la boca con sus manos ásperas, me encerró en el mismo con él y luego susurró en mi oído:

—Silencio, si hablas vendrá por nosotros.

Automáticamente me quedé inmóvil dentro del oscuro y estrecho lugar con aquel cuerpo frío de manos ásperas que se pegaba a mi espalda.

No sabía si debía creerle o intentar darle con toda mi fuerza un codazo en su costado para tener la oportunidad de salir corriendo, pero me encontraba paralizada.

El corazón galopaba en mi pecho, amenazando con salir de mi anatomía, y mi respiración se oía dentro del pequeño lugar.

Era de noche, y con un grupo de diecisiete alumnos de varios salones de la escuela, habíamos decidido recorrer el establecimiento bajo la luz de la luna.

Había estado caminando por un pasillo que conducía hacia un amplio espacio hacia mi derecha, en el cual había un escenario en medio del lugar, y al ver la escena de horror ante mis ojos, comencé a caminar hacia atrás con lentitud.

El lugar estaba llena de criaturas que parecían sacadas del mismísimo infierno, eran pequeñas y aladas con piel gris putrefacta, ojos completamente rojos, tenían cuernos y garras en manos y pies con las cuales al pasar cerca de alumnos en busca de una salida, con un leve roce cortaban sus gargantas o rostros por completa diversión. Noté la macabra acción cuando desde lo profundo de sus gargantas hacia sus picos afilados, soltaron un chillido muy similar a risas agudas.

Si lograba llegar a preceptoria, me escondería allí. Sobreviviría.

Corrí sin mirar atrás para no perder velocidad, sabía que algunas criaturas me seguían, pero lo peor llegó después.

El monstruo y yo en el armario.

Dejó solo una mano en mi boca, con la otra rodeó mi cuerpo y comenzó a llevarme hacia atrás. Hacia la más absoluta oscuridad y cada vez más lejos de las puertas dobles del armario.

Grité contra su áspera y fría mano, pateé el aire, me resistí con toda la fuerza que logré reunir en el momento tan aterrador que estaba viviendo, y aun así su agarre no perdió firmeza.

Lágrimas de rabia y miedo se deslizaron por mis mejillas, ya no veía las puertas dobles del armario y no creía lograr encontrarlas si el monstruo decidía soltarme.

Dio media vuelta conmigo y me mostró el lugar al que nos había llevado.

El aire olía a azufre, hacía calor, había fuego en el horizonte, la tierra roja sobre la que estábamos parados se extendía a kilómetros para todos lados, y volando sobre todo el espantoso lugar se encontraban criaturas aladas similares a las que sin dudas seguían atacando a los alumnos desafortunados que no lograron escapar o encontrar lugar para esconderse.

El monstruo me soltó y me empujó, caí sobre mis rodillas y palmas abiertas.

Dolió.

Me levanté del suelo con un gruñido para nada femenino, di media vuelta para enfrentar al monstruo y me encontré con... con nada.

No había más que lo mismo que estaba a mi espalda. Más rojo en el horizonte, más tierra roja y criaturas aladas, unas criaturas que habían escuchado mi gruñido y me daban toda su atención.

Eso no era bueno.

Corrí.

Corrí tan rápido como me lo permitieron las piernas y les exigí más cuando espíritus con húmedos cuerpos blancos, ojos negros, sin nariz y con dientes puntiagudos, salían por mi derecha e izquierda, dejándome al borde de un ataque cardíaco.

Si no podía encontrar el armario, no moriría bajo las garras afiladas o picos cubiertos de sangre seca de las estúpidas criaturas aladas, tampoco por el gran susto que me daban los húmedos cuerpos blancos de aquellos espíritus.

Moriría a mi manera.

Corrí tanto que había logrado llegar al fuego, tomé mi último aliento y me lancé al calor abrazador.

Relatos de terror y suspenso ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora