Maizales

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Observé la carretera de tierra que se encontraba en medio de campos de maíz que ya habían dado sus frutos, pastos altos y piedras por el largo camino que nos llevaría a la casa de mi suegra.

Los niños estaban emocionados por conocer a la madre de mi esposo, su abuela, una mujer que vivía en una granja, muy lejos de la ciudad donde vivíamos.

Estaríamos allí el fin de semana, era sábado por la noche y llegaríamos a las diez. Después de pasar el día con ella, el domingo a las siete de la tarde, nos iríamos.

Sería el primer fin de semana en el que podríamos estar todos juntos en su casa, en un campo que estaba ubicado al pasar unos kilómetros las plantaciones de maíz que teníamos en cada lado.

Observé el recto camino oscuro mientras que mi esposo conducía y los niños estaban entretenidos con una película infantil, en la tablet, y que podía escuchar desde mi asiento.

Debido a la cantidad de veces que la habíamos visto, conocía los diálogos de memoria, y aún así no nos aburría ni dejábamos de verla. Pero no pude recordar la escena siguiente tranquilamente porque una figura negra cruzó delante del coche. Fue rápido e inesperado.

Mi esposo giró el volante de golpe y salimos del camino con fuerza.

—Cariño... ¿Has visto eso? —pregunté con terror mientras lo miraba desde el asiento del pasajero. El giro tan brusco que realizó, nos mantenía apretados contra los asientos debido a los cinturones de seguridad.

Miró por el espejo retrovisor al mismo tiempo que respiraba con dificultad por lo que había sucedido tan abruptamente.

Asintió después de un rato.

Los niños comenzaron a preguntar qué había pasado, aunque nosotros no comprendíamos que era lo que se había cruzado en nuestro camino. 

Intentó poner el motor en marcha más de una vez, pero no encendía.

—Carajo. —susurró, para que los niños no escuchen la blasfemia. Luego sacó su celular del bolsillo y miró la pantalla. —No tengo servicio.

Rápidamente hice lo mismo, busqué mi celular para ver si tenía señal, y vi que tampoco tenía servicio.

Nos miramos mutuamente mientras que los niños nos observaban sin comprender qué era lo que había sucedido. Ya no le prestaban atención a la película.

—Tendremos que caminar. —murmuró mi esposo desde su asiento, apretando con las manos el volante. —Son solo dos kilómetros.

Miré a los niños, sabiendo que ellos tardarían mucho en caminar, además de que mi esposo y yo no sabíamos qué era lo que había cruzado delante de nosotros en la carretera.

No sabíamos si corríamos algún peligro.

—Los cargaré. —dijo, refiriéndose a los niños. Eso nos ayudaría a llegar más rápido a nuestro destino.

Bajamos del auto rápidamente, viendo el camino completamente desolado y oscuro, sin ninguna señal de otras personas por allí.

Eso me inquietaba.

Entonces, escuché un movimiento suave que provenía del campo de maíz, un sonido que me hizo pensar que había algo en el interior de los maizales.

Mientras yo estaba intentando ver lo que podría haber allí, mi esposo estaba a un lado del coche con los niños y les estaba explicando lo que había sucedido.

Negué con la cabeza, dejando atrás la posibilidad de descubrir algo, o no, entre aquella oscuridad, al mismo tiempo que le agarré la mano a mi hija mayor. Sabía que ella sí caminaría rápido por su cuenta, aunque el niño no lo haría porque todavía era muy pequeño.

Relatos de terror y suspenso ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora