Pelota de trapo

1.2K 298 151
                                    

Desperté en mi cama, observando el techo mientras sentía cansancio aunque recién despertaba de la siesta.

Me levanté y fui a ver qué hacía mi abuela. La encontré usando su máquina de coser, ella me regaló una sonrisa antes de continuar con su trabajo.

La figura oscura de ojos rojos y sonrisa negra, la que siempre veía sobre ella, se agitó al verme e intenté ignorarla.

Hacía poco tiempo que podía ver cosas que nadie más parecía ver y había decidido vivir con ello con tranquilidad debido a que no podía cambiar la situación.

Salí al patio y busqué mi pelota, la encontré completamente aplastada y sucia, recordé que había quedado de esa forma después de haberme sentado sobre ella mientras observaba la gente pasar para golpearlos con la misma.

Al ser un niño pequeño, no les duraba el enojo, pero yo quería que ardieran de furia.

La agarré e intenté volver a darle su forma aunque fuera difícil y cada vez se volvía más y más deforme, terminé dejándola algo ovalada, no logré darle la forma que buscaba para jugar.

Jugué por un largo rato dándole fuertes patadas, las cuales hacían que la misma saltara y rebotara por todo el patio.

Uno de esos fuertes golpes la envió lejos, a la calle y entre las casas que rodeaban la mía, saltando frente a los autos hasta que la perdí de vista.

Me puse muy nervioso, no sabía cómo reaccionaría la abuela por la pérdida, así que sin pensar en decírselo, salí a buscarla.

Recorrí las calles en busca de aquella pelota deforme hecha de trapo blanco que para ese momento estaba completamente sucia, observando a los niños mientras se divertían con sus juguetes.

Me gustaron los colores llamativos de cada uno de ellos, especialmente los globos que flotaban en la mano de un payaso que estaba en una esquina, los que tenían forma redonda, como una pelota que estaba levitando.

El payaso vestía ropa blanca manchada de diferentes colores, observé detenidamente el rojo que teñía varias partes.
No parecía pintura.

Al pasar por su lado, percibí un olor metálico que venía de él. Me dieron náuseas y apuré el paso.

Por el camino, algunos niños me llamaron y preguntaron si quería unirme a sus juegos. Hubiera estado encantado de hacerlo, pero tenía que seguir con mi búsqueda. 

Caminé más y más, hasta que de pronto, me encontré frente a un almacén que exhibía una pelota de colores muy llamativos, la que quería desde hace tiempo, me detuve a contemplarla por un largo rato, deseando tenerla en mis manos.

Si la tuviera, no tendría que seguir buscando a la de trapo, que se deformaba con facilidad y me hacía enojar.

Escuché las risas de varios niños detrás de mí, cada uno de ellos divirtiéndose con los juguetes que poseían y disfrutaban con alegría.

¡Y yo tenía que buscar esa mugrienta pelota de trapo!

Llegué a una de las pequeñas plazas del barrio que siempre estaban desoladas, nunca supe el porqué ya que jamás pregunté, pero una vez me dijeron que nunca vaya, menos si no estaba acompañado.

Allí encontré mi pelota.

Aplastada, entre los juegos oxidados por las lluvias, más sucia que antes y con una parte descosida.

Al mismo tiempo que me ponía en cuclillas para agarrarla, una brisa cálida chocó con mi espalda y me despeinó el corto cabello, el sol comenzó a ocultarse detrás de las nubes y el lugar se tornó más lúgubre.

Intenté volver a darle forma a aquella cosa que solamente me había estado causando problemas desde que me la hizo mi abuela, y observé los alrededores.

Todo estaba en silencio y gris, las hamacas de los juegos oxidados hacían un ruido espantoso que se mezclaba con el silbido del viento que se había vuelto frío.

Un escalofrío recorrió mi espalda, apreté la pelota contra mi pecho aunque estuviera sucia y manchaba mi ropa con todo tipo de suciedad.

Volví por las mismas calles que había recorrido, ya se habían ido los niños y también aquel payaso con globos de diferentes colores que flotaban sobre su cabeza.

Caminé más rápido pensando en la preocupación de mi abuela al no encontrarme en casa al notar la tormenta que se acercaba, seguramente ya le habría preguntado a los vecinos sí me habían visto.

Siempre se preocupaba mucho.

Escuché el rugido de un motor viejo que se acercaba por mi espalda. No me detuve, no me pareció importante, me encontraba en un barrio desconocido que quería dejar atrás.

Seguí caminando con la mirada puesta en la pelota deforme que estaba entre mis brazos, volví a intentar darle forma pero no conseguí mejorarla.

Un vehículo frenó detrás de mí y de el mismo salieron dos hombres altos, se acercaban hacia mí con paso firme y apresurado. Vestían de negro y sus rostros estaban llenos de sangre.

Ahogué un grito de terror.

Sin que pudiera defenderme, ambos hombres me agarraron por los brazos y me arrastraron hacia la furgoneta blanca con vidrio polarizado.

Luché contra ellos, forcejeé y pedí ayuda a gritos a cualquier persona que se pudiera encontrar cerca, pero nadie vino.

Uno de los hombres me tapó la boca con una de sus sucias manos mientras me apretaba contra su pecho, ese mismo hombre me metió en la furgoneta a la fuerza mientras que su acompañante me ataba las manos y me amordazaba.

Sobre el suelo duro y sucio de aquel vehículo, observé el exterior por unos segundos, veía la libertad que me estaban arrebatando, la cual se encontraba detrás de ambos hombres. Cerraron las puertas traseras y todo de mí desapareció con la velocidad de un rayo.

Relatos de terror y suspenso ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora