El primer día de clases inició como de costumbre.
Me reencontré con mis amigas, y nos contamos sobre nuestros veranos.
Me senté en las sillas del fondo con ellas y tuvimos un excelente primer día de clases entre chismes y estudio mientras nos reíamos, poniéndonos al día.
Cuando volví a casa por la tarde, descubrí que en la de al lado se estaba mudando una nueva familia al vecindario; eran cuatro personas, una madre, un padre, un hijo con un estilo emo y una niña pequeña vestida de rosa, la cual hablaba con su hermano de manera enérgica.
Los miré un rato, desde el pórtico de mi hogar, con una sonrisa en los labios al ver lo felices que eran.
Luego entré a mi casa. Mi madre me recibió con un beso en la mejilla y mi hermano menor, de ocho años, quien jugaba con su teléfono, me vio y saludó desde el sillón a un lado en la sala, antes de subir las escaleras para ir a mi habitación y cambiarme la ropa.
Bajé con ropa holgada y de colores oscuros, busqué una botella con jugo de naranja en el refrigerador de la cocina y subí nuevamente a mi cuarto, no sin antes darle un beso en la mejilla a mi padre que estaba leyendo el periódico en la mesa de allí.
Entré en mi cuarto, me recosté en la cama cómodamente y saqué un libro del cajón en la mesita a un lado.
Sabía que la cena estaría lista dentro de una hora, así que aprovecharía un poco para leer sobre anatomía.
Aspiraba, en un futuro, a ser una patóloga forense y quería saber todo lo relacionado cuanto antes.
Mi madre era una excelente profesional en ello y quería ser tan buena como ella.
Llevaba leyendo unos veinte minutos y oí los pasos rápidos de mi hermano subiendo las escaleras e inmediatamente entró en mi habitación con una sonrisa en el rostro, parecía emocionado por algo y venía a contármelo.
Sobre el dorso de la mano llevaba una pegatina rosa.
Sospechaba quien se la había dado.
—¿Has visto a los nuevos vecinos? —preguntó y comenzó a acercarse a mí de forma invasiva, con la emoción a flor de piel. Negué con la cabeza al mismo tiempo que cerraba el libro con mis dedos en el interior. —Me he acercado un poco, la niña habló mucho de ellos conmigo.
Mi sospecha se confirmó.
Me pareció una buena noticia que pudiera acercarse a la niña que viviría junto a nosotros, tal vez podrían ser amigos por un tiempo. Ella parecía tener dos o tres años menos que él.
—¿Se lo has dicho a nuestros padres? —interrogué.
Sabía que ellos lo someterían a un interrogatorio si todavía no se lo había contado a ninguno de los dos, aunque la pegatina era suficientemente brillosa para no pasar desapercibida y podrían sospechar lo mismo que yo.
Nicolás negó con la cabeza mientras sonreía, feliz por lo que había conseguido, una interacción con la niña.
—Mamá estaba hablando con los padres de la niña, se llama Mara —comentó, sorprendiéndome.
Normalmente mamá no se acercaba a los nuevos vecinos hasta después de una o dos semanas. Tal vez ellos le habían hablado primero en aquella ocasión.
Se alejó, caminando hacia la puerta y allí apareció nuestra madre, sonriendo. Ambos la miramos, expectantes.
—¡Cariño! —exclamó sin dejar de sonreír con calidez.
Se la veía muy feliz por lo sucedido. Ella también estaba contenta con su interacción con los vecinos.
Vivíamos tiempos difíciles, la amabilidad se había ido perdiendo con los años y nadie quería traer personas nuevas a su vida, ni a la de su familia. El mundo se había vuelto desconfiado. Hacer buenas amistades en el siglo XXI era complicado.
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Relatos de terror y suspenso ©
Horror¿Te atreves a leerlos? Cada uno de los relatos que encontrarás aquí será único y diferente al anterior. ----------------- Inicio: Marzo 2022 ----------------- #19 microrrelato - 25jul22 al 26jul22 #7 microhistorias - 26jul22 #1 antología - 30ago22 a...