Capítulo 10

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No te tengo, pero a veces se siente como perderte cuando estamos en el mismo lugar y no me miras.

Tal vez algún día puedas quererme de verdad, del mismo modo en que yo lo hago.

Rollitos de fresa para hoy.

Con cariño tu enamorado anónimo .

Suspirar se estaba volviendo una costumbre para Minho. Los primeros suspiros fueron cuando las notas lograban mover sus emociones, y aunque aún lo hacía por eso, en esta ocasión se debía a otra razón. Todo era culpa de Christopher Chan. El muy tonto no le hablaba ya, y eso lo hacía sentir tonto a él por haber dicho esas cosas sin pensar motivado por sus emociones dolidas. Ni siquiera sabía por qué se había sentido tan impulsivo, en primer lugar.

— De hecho, si lo sabes —murmuró para sí mismo, tomando una almohada para abrazarla, hecho un ovillo en la alfombra de su habitación—. No se puede sentir celos de alguien que no te gusta —se repitió, en su larga y curativa conversación consigo mismo.

Tenía si a caso poco más de un mes que había conocido a Christopher Chan, no le podía gustar alguien en ese tiempo. No podía permitirselo. Ademásbexistía su enamorado y tampoco sabía lo que sentía por él.

— ¡Ahg! —Gruñó mientras se levantaba levemente para repartir golpes en su almohada, así liberar un poco de frustración—. Tonto Christopher, tonto Heekyu, tonto enamorado, tonto yo... Todos tontos, tonta sociedad, no hay nadie cuerdo en este mundo —para concluir su catarsis lanzó la almohada con fuerza hacia algún punto de la habitación, esta aterrizó en su mesita de noche y tiró la lámpara al suelo. Nada podía empeorar—. Maldita sea —murmuró fastidiado, levantándose para ir en busca de su lámpara rota y recoger los restos.

En ese momento recordó cuando Christopher fue de visita, se preguntaba si a caso era algo que volvería a suceder. Si resultaba que nunca más veía a Christopher Chan por ahí todo sería su culpa. Un siseo de dolor se escapó de sus labios cuando un cristal logró rasgar su piel sensible. Minhobsentía que nada más podía salirle mal en ese momento.

Quería llorar. Todos culpaban al final de su adolescencia por su estado de sensibilidad tan desarrollado, pero en esos momentos en verdad creía que su mundo se estaba derrumbando.

— Quiero ser adulto y no sentirme así —se quejó, sentándose en la alfombra una vez más, mirando su lámpara favorita echa pedazos—. Soy un tonto  —se lamentó, sintiendo las lágrimas comenzar a rodar por sus mejillas.

Si su madre entrase a la habitación en ese momento seguramente se reiría por el escenario de drama y tragedia que acababa de montar en la habitación. Pero aunque Minho quisiera explicárselo tal vez ella no entendería que era como si todo en su vida estuviera yendo mal.

Rodó los ojos, se apresuró a limpiar su rostro cuando la puerta se abrió. Permaneció de espaldas mirando a la pared, intentando que ella no se diera cuenta de nada.

— Minho, un amigo tuyo vino a verte —le avisó, el adolescente deseaba que no se tratase de Christopher Chan. Ella, por suerte, no lo hizo pasar de inmediato—. ¿Quieres verlo?

— No quiero —declaró, sin preguntar de quién se trataba, se volvió ligeramente solo para comprobar que él no estaba ahí. Suspiró aliviado—. Mi lámpara se rompió y estoy muy triste.

— Oh, cariño —la dama se acercó a paso tranquilo para inclinarse a su altura y tomar su rostro. Como adulta con hijos sabía que no se trataba solo de eso, pero no iba a presionarlo—. Le diré que te sientes mal y que duermes.

— ¿Quién es?

— Christopher Chan.

Era una oportunidad que quería tomar, pero en esos momentos sus crisis adolescentes no le permitían pensar. Negó.

— No me siento bien.


Christopher esperaba por la mujer en la cocina. Ella le había ofrecido un vaso con leche. Habitual, tratándose de una dama con hijos, ellas solían creer que uno era niño para siempre.
Al verla regresar sin Minho pudo anteponer la respuesta.

— Lo siento, cariño, no se siente bien y está dormido.

— Comprendo —murmuró comenzando a dudar de sus capacidades intelectuales. Tal vez todo había resultado distinto y de verdad Minho ya no quería verlo—. Supongo que volveré después.

— ¿Ocurrió algo entre ustedes? — Preguntó con cuidado, tomando asiento en el banco frente al chico, este parecía muy tranquilo con las manos a los costados de una bonita caja en tonos marrones y rosas—. Sé que tú y yo no nos conocemos mucho, pero puedes confiar en mí. Eres amigo de mi hijo y por tanto me preocupo por ti también.

— No ocurrió nada. Solo me he sentido algo raro últimamente y supongo que él también —le explicó Christopher, tomando la caja mediana para deslizarla a la altura de ella—. Había traído un pastel para Minho, supongo que puede dárselo.

— Muchas gracias —sonrío la dama, echando un vistazo a la primera vista que tenía del pastel—. De chocolate, su favorito.

— Sí —él talló su nuca, preguntándose si eso sería un poco evidente o no. Los postres servían, según su propio padre, para hacer las paces y eso era justo lo que estaba intentando—. Con fresas. Es el que más me gusta. Supongo que le encantará.

— ¿Fresas?

— Sí.

_ Bueno, es una lástima que él no pueda probar el relleno.

Cuándo la señora dijo eso, Christopher levantó la mirada, observandola a los ojos, le veía muy segura de sus palabras.

— ¿Por qué no?

— Minho es alérgico a las fresas, creí que lo sabías.

Christopher pudo jurar que toda su vida pasó delante de sus ojos en cuestión de segundos. Desde el día en que su mejor amigo le dijo que le gustaba un chico, cuando supo de quién se trataba, el momento en el que planearon darle regalos y notas anónimas, todas las veces que se esforzó en acomodar algún postre de fresas para él.

¡Era un idiota! ¡¿Cómo no pudo darse cuenta?!

El dramático era él en esos momentos. Se puso de pie casi por inercia, miles de dudas aparecieron en su cabeza. Tuvo la necesidad de arreglar su error de alguna manera, no sabía cual, pero tenía que encontrar el modo de resarcir el daño. Definitivamente era él quién debía sentirse culpable y buscar la manera de disculparse.

Se despidió rápidamente de la madre de Minho, salió corriendo lo más rápido que podía, no le importó si estaba siendo evidente o no. Tenía muchas notas que arreglar y pensar en otras cosas que no llevasen fresas, tal vez chocolate, quizá piña, incluso limón o vainilla. Lo que sea, pero que no tuviera fresas.

Al ingresar a su habitación lo primero que hizo fue buscar las estanterías con las notas, se sentó en su silla giratoria llevando consigo los varios estuches con amplias variedades de plumones, lapiceros y colores. De paso se buscó nuevas pegatinas en los libros de las mismas. Tendría que escribir muchas notas de nuevo y cambiar el sabor del postre al final.

Era un trabajo arduo, contaba con pegamento, tijeras y mucho, mucho ingenio. Podría repararlo, sabía que podía. Sin embargo, estaba por comenzar a hacer aquello cuando su teléfono sonó en tono de mensaje. Se trataba nada menos que de su mejor amigo; le decía que al día siguiente esperaba ser él mismo quien llevase el regalo y la nota.

En ese momento sus sentidos volvieron a funcionar, recordó así que el admirador no era él sino Lachlan. Por lo tanto no le correspondía estar preocupado. Respondió con un simple okey, para después mirar todo su material de trabajo y pensar en si debería o no comenzar a realizar nuevas notas, esta vez de parte suya, como una forma sincera de disculpas.

Lo meditó mientras tomaba el resaltador morado y una papeleta para practicar diseños. Si Lachlan decidía tomarse las cosas en serio, él lo haría también.

Lo Que No Se Puede Describir (ADLNT) (ChanHo/Bangho) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora