Una semana después, mientras que estaba en la terraza de Junmyeon con una cerveza en la mano, Jongin se preguntó si habría un hombre más jodido en el mundo.
La puerta se abrió detrás de él.
–Vas a resfriarte –dijo Krystal. Por unos segundos hasta que cerró la puerta, pudo oír las risas y voces de su familia. No era ninguna ocasión especial. Solo que los viejos hábitos son difíciles de romper. Cuando se acercaba la Navidad, todos ellos tendían a gravitar entorno a la casa de Junmyeon. Diciembre era extraoficialmente un mes familiar para los Kim.
–Nunca lo hago –dijo Jongin antes de tomar otro sorbo–. Pero tu deberías volver a entrar. Hace frío.
Envolviendo los brazos alrededor de su cuello, Krystal jaló de él y lo besó en la boca.
–No te quedes mucho tiempo aquí fuera, ¿de acuerdo? Se te van a congelar las bolas. Y eso sería una pena. Estoy bastante encariñada con ellas.
Él rio y le dio una suave nalgada.
–Ve adentro.
Riendo, ella se fue.
Jongin regresó a concentrarse en su cerveza y preguntarse qué carajo estaba mal en él.
La puerta de la terraza se abrió y cerró de nuevo.
–Vas a resfriarte –dijo Soo.
Bajando la botella, Jongin volteó la cabeza hacia él. Y sonrió.
–No lo voy a hacer si vienes aquí a calentarme, osito Soo.
Soo rodó los ojos, arrugando la nariz adorablemente, pero se acercó y dejó que Jongin lo jalara a sus brazos. Se sentía cálido, tan cálido, y olía increíblemente, como todas las cosas favoritas en el mundo de Jongin.
Jongin enterró su nariz en el pelo de Soo y dijo:
–Probablemente deberías entrar. Realmente hace frío aquí –No quería que Soo se fuera.
–Estoy bien –dijo Soo, reclinándose en el pecho de Jongin, buscando su calor.
Jongin frotó los brazos de Soo con sus manos, estaba sólo cubierto por un suave pullover de cachemir.
–¿Seguro no quieres que vaya a buscar tu abrigo?
–No tengo frío, de verdad –dijo Soo–. ¿Por qué te estás escondiendo de todos?
–No me estoy escondiendo.
Soo no dijo nada por un rato.
Cuando habló, su voz sonó tranquila.
–¿Estás enloqueciendo por lo que pasó?
Jongin suspiró.
–Te lo dije: no estoy enloqueciendo por ello –Al menos no por lo que sabía Soo.
–Correcto –dijo Soo, con tono escéptico–. ¿Entonces, cuál es el problema? Has estado algo extraño desde que...
–¿Desde qué te ayude a liberarte?
Soo dejó escapar una carcajada.
–Sí. Desde que me ayudaste a liberarme. Si no estás enloqueciendo, ¿por qué has estado viéndome raro?
–¿Lo hice? –dijo Jongin, acariciando los brazos de Soo luego de que una ráfaga de viento helado lo hiciera estremecerse.
–Lo hiciste.
Jongin casi se rio. Difícilmente podría decirle a Soo que cuando lo miraba, seguía rememorando sus espeluznantes fantasías o el modo en que la cara de Soo se veía luego de correrse. A veces odiaba su cerebro. Toda la semana, había intentado sacar esos extraños pensamientos de su mente, pero como alguien dijo una vez, una vez que se pensó algo, no podía ser "des-pensado". No era como si de repente deseara a Soo o quisiera que fuera una mujer. No lo hacía. Pero el hecho de que un simple cambio de género podría hacerle ver a Soo de un modo diferente, lo ponía algo incómodo. Lo hacía replantearse cosas sobre sí mismo, su relación con Krystal, y su relación con Soo.
Pero todo era hipotético. No importaba. No era como si repentinamente se sintiera distinto con Krystal. Él la amaba. Era todo lo que deseaba en una mujer. No tenía motivos para dudar de la profundidad de su relación. Especialmente porque tenía cosas mucho más importantes de las cuales preocuparse.
Jongin miró por sobre el hombro de Soo a las luces de la ciudad fulgurando entre las nubes. Había pensado toda la semana en la situación de Soo, pero sin importar cuan desesperadamente hubiera exprimido su cerebro buscando una solución, había llegado a la misma conclusión insatisfactoria y frustrante cada vez: no había solución. Él era el motivo de la miseria de Soo, y no había absolutamente nada que pudiera hacer al respecto. Soo seguiría siendo miserable, hasta que finalmente se cansara y se alejara.
La verdad de ello calaba en él, y los brazos de Jongin se apretaron en torno a Soo. Algo agitaba sus entrañas, un miedo primitivo del tipo que nunca había sentido antes. Trató de reprimir el loco impulso de agarrar a Soo y encerrarlo en un sitio seguro. Algún lugar al que solo él tuviera acceso.
Sí. Seguro. Eso no era espeluznante para nada.
–Sí, me estoy volviendo loco, amigo –admitió en voz baja, enterrando el rostro en el cabello de Soo–. Solo que no sobre lo que piensas –apoyó los labios en la nuca de Soo, arrastrándolos sobre la suave piel de su mejilla.
Soo se estremeció y se fundió contra él, volteando su cara hacia el contacto.
Jongin se quedó quieto. Maldita sea, la reacción de Soo ante un contacto tan inocente era increíble. Pese a saber que Soo lo quería de esa forma -Demonios, pese ha haber tenido la corrida de Soo cubriendo su mano hace una semana- todavía lo sorprendía cuan necesitado y maleable se volvía Soo en sus manos. Era raro, pero halagador, se sentía errado y, sin embargo, aun así empujaba esos extraños botones, retorcidos, que ni siquiera sabía que tenía.
Besó la comisura de la boca de Soo. Un pequeño gemido escapó de los temblorosos labios de Soo.
La puta madre.
Volteó a Soo y lo miró.
Jodida Madre de Dios.
Soo se veía... se veía como si hubiera sido besuqueado intensamente: sus pupilas dilatadas, sus pálidas mejillas sonrojadas, y los labios abiertos. La anhelante y hambrienta mirada que le dio a Jongin era francamente descarada y obscena.
Jongin se quedó mirándolo.
Soo cerró los ojos y respiró hondo.
–Yo... ¿Por qué lo hiciste? –dijo Soo antes de abrir los ojos y mirar a Jongin.
Esa era una buena pregunta.
Detrás de ellos, la puerta se abrió.
–La cena está lista, chicos –dijo Seulgi.
–Ya vamos –dijo Jongin, poniendo una mano en la espalda de Soo y guiándolo hacia el interior.
Soo le lanzó otra mirada fulminante.
–Te pareces a Sehun cuando estás cabreado –dijo Jongin, con el ceño fruncido–. Es extraño.
Soo se alejó pisando fuerte.
Seulgi levantó las cejas.
–¿Problemas en el paraíso?
Jongin suspiró, pasándose las manos por el pelo.
–Sí, se podría decir eso.
Su hermana lo agarró del brazo, sus ojos grises llenos de curiosidad mientras lo miraba.
–¿Quieres hablar de ello?
Él le sonrió con malicia.
–En realidad, no –No tenía ningún sentido incluso en su cabeza. No estaba seguro de por qué había tocado a Soo de esa forma, luego de que Soo le pidiera expresamente que no lo hiciera una semana atrás. Fue cruel y completamente innecesario.
¿Qué le pasaba? ¿Estaba tratando inconscientemente de manipular a Soo? La idea hizo que Jongin se sintiera profundamente molesto. Le gustaría pensar que él era mejor que eso, pero considerando sus espeluznantes pensamientos previos sobre encerrar a Soo, no estaba realmente seguro de serlo.
Cristo.
–Tiene razón en estar enojado conmigo –dijo Jongin–. Voy a tener que arrastrarme bastante esta vez para que me acepte de nuevo.
Riendo, Seulgi sacudió la cabeza.
–Ustedes dos son como un matrimonio de años, sin los beneficios del sexo.
Jongin desvió la mirada.