El tiempo pasó en un extraño estado de duermevela, los días desangrándose hasta que Kyungsoo perdió el registro de cuántos días habían pasado desde que Luhan se fue. A veces comía cuando el personal del hotel no se hartaba de llamar a la puerta. A veces se sintió enfermo, por estar tirado en la cama sintiendo lástima de sí mismo o viendo los canales en ruso del televisor, y salió. Vagó por las calles sin rumbo, escuchando un lenguaje desconocido a su alrededor, hasta que su nariz estaba goteando y él se sentía tan frío por fuera como lo estaba en su interior. Un par de veces se perdió, pero el GPS lo ayudó a encontrar su camino de regreso al hotel. Las dos mujeres del vestíbulo seguían disparándole miradas extrañas y susurrando en ruso entre ellas al verle. Kyungsoo generalmente las ignoraba e iba directamente hacia su habitación, donde tomaba una larga ducha caliente -podría ser un miserable jodido deprimido, pero se negaba a apestar. Después de la ducha, iba a la cama. A veces se masturbaba, tratando de deshacerse de la horrible necesidad permanente que lo carcomía por dentro. No funcionó, sin importar lo duro que se folló a sí mismo con el consolador. Después de todo, solo se sentía más patético y vacío. Así que se metía debajo del edredón y no salía de la cama hasta la mañana siguiente... muy tarde en la mañana.
Esa mañana no fue diferente a las otras.
Hasta que un golpe en la puerta interrumpió sus somnolientos pensamientos.
Kyungsoo no se molestó en levantarse. Probablemente era el servicio. No tenía hambre.
Pero los golpes no pararon.
Cuando se hicieron más fuertes, Kyungsoo suspiró, se arrastró fuera de la cama y se encaminó hacia la puerta, frotándose los ojos.
Abrió la puerta y se congeló, su aliento quedando atrapado en su garganta.
Jongin estaba de pie al otro lado, alto y grande, con las manos en los bolsillos de su gruesa y oscura chaqueta. La mandíbula de Jongin estaba en tensión, su rostro difícil de leer mientras que sus ojos recorrían completamente a Kyungsoo. Eso lo hizo notar que solo vestía un par de calzoncillos grises.
–Luces horrible –Jongin entró en la habitación y cerró la puerta.
–Gracias –dijo Kyungsoo cuando encontró su voz. Sonaba áspera, como si le faltara uso. Ahora que lo pensaba, ¿cuándo fue la última vez que había hablado con alguien? Se cruzó de brazos, metiendo las manos bajo sus axilas para resistir el impulso, casi irresistible, de saltar sobre Jongin y envolverse en él como un pulpo–. ¿Qué haces aquí? –Su voz sonó hostil.
Los ojos de Jongin se estrecharon. Se quitó la chaqueta y la arrojó al sillón.
–Estábamos preocupados. Luhan está desaparecido desde hace diez días.
Kyungsoo parpadeó.
–¿Diez días?
Jongin se quedó viéndolo.
–¿No lo sabías?
Con el ceño fruncido, Kyungsoo negó con la cabeza. Sabía que Luhan había estado fuera por un tiempo, pero no le había parecido que fuera tanto. Mierda.
–Tu padre estaba preocupado por ti. Ahora puedo ver por qué.
–¿Papá te llamó? –dijo aturdido.
–Sí –dijo Jongin, acercándose. Tomó los hombros de Kyungsoo con sus manos, apretando con fuerza–. ¿Qué carajo, Soo?
Respirando superficialmente, Kyungsoo levantó la barbilla. Jongin olía a invierno y a aire fresco, y a Jongin.
Eso lo mareó, pero a la vez, su mente se sentía más aguda de lo que se había sentido en mucho tiempo. La habitación parecía más nítida y brillante. Se sentía más como él mismo, como si hubiera estado durmiendo por mucho tiempo y de repente se despertara en este mundo extraño que no tenía mucho sentido.