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La gris estación de metro se encontraba extrañamente vacía cuando llegamos. A pesar de no ser de las últimas paradas, el vagón en el que viajábamos no estaba especialmente lleno. Quizá eso era debido a la extraña hora a la que nos movíamos por Barcelona, o quizá simplemente habíamos tenido suerte.


El sonido de las puertas cerrándose, junto al leve zumbido de los motores eléctricos iniciando la marcha nos indicaba que estábamos solos en aquella estación. Pronto los toscos ruidos del metro se desvanecieron y emprendimos la marcha. El andén no era muy ancho y estaba construido de losas grises e imponentes paredes de hormigón. Las luces blancas nos mostraban una paleta de colores trágica, que parecía predecir el tiempo que nos esperaba a la salida de la estación.


Cuando alcanzamos la calle, el sol del que habíamos disfrutado hasta entonces había desaparecido y en su lugar nos recibió una maraña de nubes grises de aspecto amenazante. El viento era frío y ligeramente húmedo, lo que nos forzó a apresurar el paso.


Las estrechas calles de Sant Gervasi también se encontraban prácticamente vacías. Lo único que turbaba la paz y la tranquilidad que se respiraba eran nuestros pasos y el paso ocasional de algún coche de los vecinos de la zona. Se había formado una especie de burbuja a nuestro alrededor. En ella, ambos caminábamos en silencio. Ahri observaba atentamente todo lo que le llamaba la atención y yo simplemente mantenía una sonrisa en mis labios mientras miraba atentamente a la ojiáurea. Por un momento comencé a preguntarme qué extraño sentimiento era el que mantenía viva la llama de la sonrisa sobre mi faz; sin embargo, la respuesta llegó como un rayo a mi mente en cuanto una pareja con su infante pasó, en sentido contrario, por la otra acera. Estaba experimentando el orgullo de hacer feliz a alguien a quien quieres.


Entre mis pensamientos y las miradas de asombro de la azabache, el camino hasta el imponente CosmoCaixa había llegado a su fin.


El rojizo color de los ladrillos en toda la fachada del edificio fue lo primero que llamó la atención de la joven. Sus ojos escanearon la combinación de la zona más clásica y la de nueva construcción en una pasada rápida, y con una sonrisa en los labios se aferró a mi brazo y tiró de mí hacia la puerta. Sin vacilar, me dejé llevar por ella.


Lo primero con lo que nos topamos de la exposición fue el gran tronco que adorna las escaleras en espiral que bajan a los niveles inferiores. La chica se lo quedó mirando y con la sonrisa más grande que pudo habló.


— ¡Son como los que hay en Jonia!


Desconocía si los árboles en Jonia eran así, pero su mirada, que transmitía una mezcla de sorpresa, interés, y excitación a partes iguales, me hizo querer que ese instante en el que estábamos durase para siempre. Tratando de igualar su sonrisa, comencé a caminar un poco más rápido, con intención de adelantarla, y me giré para poder ver su rostro.


— Si te sorprende esto, no me quiero ni imaginar lo que pensarás del resto de la exposición.


Tras mis palabras, la joven igualó mi paso y volvió a cogerme del brazo.


La arquitectura del lugar parecía sorprender a la pelinegra más de lo que hubiera esperado. Supuse que era debido a que los pocos humanos terrestres que residían en su mundo habían levantado edificaciones de carácter no tan imponentes como este, o quizá era por el diseño más brutalista que tenía parte del interior del edificio.


Al entrar por la puerta que daba a la sala de exposiciones principal, lo primero que llamó la atención de Ahri fue el gran péndulo que oscilaba lentamente. Tirando un poco de mi brazo, acabamos yendo directos a este.


— ¿Qué es esto? — La joven dijo mientras me miraba, entusiasmada.


— Es un péndulo de Foucault — Le contesté, leyendo el pequeño cartel que explicaba la pieza de la exposición.


— ¿Qué hace? ¿Por qué va de un lado a otro? ¿Por qué derriba estas cosas de metal?


Ahri se refería a los pequeños indicadores que mostraban la existencia del Efecto Coriolis.


— Vayamos por partes — le dije — Este péndulo demuestra que este planeta gira sobre sí mismo. Esas piezas de metal que van cayendo poco a poco tratan de mostrar que el plano de oscilación del péndulo varía en función del tiempo. Y como para que algo varíe, alguna fuerza tiene que ser aplicada sobre ese algo, hay una fuerza invisible que mueve ese algo, y esa fuerza se deriva de la rotación del planeta.


La chica-zorro me miró, confundida, y asintió lentamente en completo silencio.


— No has entendido nada de lo que te he dicho ¿no? — le pregunté.


— Bueno, creo que he entendido un poco el principio — confesó.


— No te preocupes. Deja que te de un ejemplo. Ahora mismo estamos siendo atraídos por la fuerza de la gravedad, ya que si saltamos hay algo que tira de nosotros hacia abajo ¿no?


— Sip — dijo con una sonrisa.


— Bien ¿qué pasa cuando no estás saltando? ¿Por qué no te hundes?


— Porque el suelo me aguanta ¿no?


— Exacto, el suelo ejerce lo que se llama fuerza normal. Esta fuerza es perpendicular a la superficie, por eso cuando estás en una rampa te puedes deslizar.


— Vale, eso me queda claro — Ahri me lanzó una de sus sonrisas sinceras y yo continué.


— Como iba diciendo, no te hundes porque el suelo ejerce una fuerza sobre ti que contrarresta la fuerza de la gravedad. Eso es lo que se conoce como equilibrio de fuerzas. Vale, deja que te coja de las manos.


Me acerqué a la ojiáurea y agarré sus manos con fuerza. Tras eso, comencé a girar sobre mi mismo, haciendo que Ahri comenzase a girar. Poco a poco la pelinegra fue cogiendo velocidad y sus pies se levantaron del suelo, quedando suspendida y sujeta solo por nuestras manos. Pasadas un par de vueltas más, traté de bajar la velocidad lentamente para que la chica pudiera tocar pie y mantenerse erguida; sin embargo, llevaba demasiadas vueltas encima y mi equilibrio se estaba resintiendo por ello.


De forma extremadamente ridícula, comencé a caer de espaldas al suelo. Al ver que la caída era inevitable, tiré de ella para evitar que se hiciera algún daño, la envolví en mis brazos, y cerré los ojos y recibí el impacto con mi espalda.


El golpe no fue excesivamente fuerte, estaba acostumbrado a golpes tontos de ese estilo. Estaba más preocupado por la chica cuya cabeza estaba pegada a mi pecho. Abrí los ojos y me encontré una cara preocupada mirándome muy de cerca.

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⏰ Última actualización: May 12, 2022 ⏰

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