La luz que se colaba a través de la ventanilla de aquel tren de Rodalies de Catalunya impactaba de lleno sobre la cara de una Ahri molesta por el ruido de aquellos viejos trenes repintados de RENFE.
La tapicería gris de los asientos se mezclaba a la perfección con el conjunto escogido por la ojiáurea; que iba enfundada en una sudadera negra con unos detalles en amarillo, rojo, y morado. Acompañando a esta sudadera coexistían unos viejos tejanos que se ceñían a la perfección a su silueta, unas Converse rojas algo gastadas, y un gorro de lana que cubría las ahora no visibles orejas de la chica.
El vagón iba prácticamente vacío en el nivel inferior; la persona más cercana estaba a cuatro filas de nosotros y al otro lado del pasillo.
La azabache y yo estábamos sentados uno delante del otro. Nuestras miradas se cruzaban de vez en cuando, momento en que ella me dedicaba una tímida sonrisa y, rápidamente, miraba el paisaje urbano que pasaba a gran velocidad. Yo, sin embargo, no dudaba en quedarme absorto en mis pensamientos mientras mis ojos la escrutaban sin ningún afán en particular, buscando simplemente observar algo distinto al paisaje que tan bien conocía de las afueras de la ciudad condal.
La femenina voz que anunciaba la llegada a la principal estación de Barcelona me sacó de mis pensamientos. Ahri se levantó rápidamente y tiró de mi mano para que yo también lo hiciera. Con un gesto ligeramente hastiado por su repentina energía me levanté y la guie a través de los andenes y pasillos de la estación soterrada.
No fue hasta que necesité alcanzar mi cartera que tuve consciencia de que nuestras manos seguían entrelazadas. Con un gesto de lo más casual, intenté zafarme del suave y cálido agarre en el que me encontraba; que se deshizo rápidamente, y me permitió alcanzar nuestro billete justo a tiempo para no obstaculizar la máquina de salida.
Nos dirigíamos hacia el Metro, transporte que nos dejaría a apenas unos metros (valga la redundancia) del lugar que pretendíamos visitar. En el momento en que volví a guardar la cartera en mi bolsillo, una vibración procedente del otro me sorprendió: mi teléfono móvil, que usualmente tenía en silencio, acababa de recibir un mensaje (probablemente de algún compañero de trabajo).
En el encabezado de la conversación de WhatsApp se podía leer el nombre "Chiki". Chiki era el apodo que le pusimos a uno de mis compañeros de trabajo debido a su relativamente baja estatura. Me extrañaba recibir un mensaje suyo a estas horas, y más por WhatsApp. Para hablar de temas del trabajo solíamos usar Slack, una aplicación similar al cliente que usaba para comunicarme con mis amigos, pero orientado al mundo profesional.
El mensaje que recibí era corto y conciso: "Así que nuestro ingeniero de sistemas se ha echado una novia ¿eh? Y es muy muy mona".
Ahri, quien había llegado a ojear el mensaje, me miró, divertida.
- ¿Qué le vas a contestar? ¿Te has echado una novia muy mona?
Lancé a la chica-zorro una mirada de cansancio mientras ella me miraba con una pícara sonrisa en sus labios. Sin dudarlo, le respondí "¿Estás seguro de que era yo, bro? Porque estoy en casa tranquilamente..." y le enseñé el mensaje a la ojiáurea con una sonrisa triunfal en la boca, a lo que ella respondió con un bufido mientras desviaba la mirada, algo indignada.
- Sí, estoy convencido de ello.
Una voz ligeramente molesta sonó detrás nuestro: Mierda.
Chiki nos miraba con cara de pocos amigos mientras yo ambos nos girábamos con la mayor cara de culpabilidad del mundo, como si acabásemos de hacer una travesura y nuestra madre nos hubiera pillado en el acto.
- Hoy tengo prisa, que he quedado con mi pareja. Pero tú y yo hablaremos, señor "estoy en casa". – dijo, aún molesto, mientras acentuaba ciertas palabras con su voz. Sin dar más indicaciones, se despidió y nos dejó solos en los pasillos del metro.
Tras ese evento, Ahri y yo continuamos caminando en silencio. Parecía que se había formado una pequeña barrera comunicativa entre ambos, aunque simplemente ambos estábamos absortos en nuestros pensamientos.
Más bien, ella estaba absorta en sus pensamientos mientras yo me preguntaba por qué llevaba más de 1 minuto sin dirigirme la palabra. Quizá conocer a otras personas de este mundo la había trastocado, quizá se había enamorado a primera vista de mi amigo, o quizá le había sentado mal algo.
Tras unos minutos más de silencio, traté de entablar una conversación.
- ¿Cómo es que estás tan callada? – pregunté de refilón, casi como si quisiera que no me oyese con claridad.
- Es que llevo un tiempo preguntándome si te estoy molestando... Quizá me he colado en tu vida sin permiso y a cuento de nada... No sé, quizá incluso te he metido en problemas con lo de ser tu novia y tal... – casi podía notar como su animo iba decayendo con cada frase que pronunciaba mientras caminábamos.
- No es cierto – ella me miró, sorprendida – No te has colado sin permiso ni me estás molestando... En realidad, es un placer tenerte cerca. Antes mi vida era mucho más aburrida y solitaria, ahora tengo alguien que me acompaña y me saca sonrisas que antes yacían muertas en el páramo de mi cara.
Ella no contestó. Simplemente se limitó a cogerme del brazo y apoyar su cabeza sobre mi hombro con una reconfortante sonrisa en sus labios. Por un momento pensé que había alcanzado un nuevo grado de felicidad en la vida: ver su sonrisa me había alegrado el día y estaba completamente seguro de que cualquiera que se fijase en mi vería que porto con orgullo una enorme sonrisa en mis labios.
El resto del viaje continuó sin mayores problemas hasta que llegamos delante de nuestro destino: el Museo de la Ciencia y la Tecnología.
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Perdido en Runeterra
Fiksi PenggemarUn adicto al Counter-Strike, una cantidad ingente de tecnología, y muchas horas de programación fueron los ingredientes elegidos para una inmersión completa... pero el estudiante de Informática añadió por descuido un ingrediente más a su intento...