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La luz que se colaba por las rendijas de la persiana impactaba de lleno en la piel desnuda de mi mano. La suavidad y la calidez de las sábanas de invierno sobre mi cuerpo me adormecía levemente. Permanecí en la cama, con los ojos cerrados e inmóvil, hasta que me di cuenta de algo muy importante.

Yo no tenía sábanas de invierno.

...

La luz que se colaba por las rendijas de la persiana impactaba plenamente sobre la piel desnuda de mi mano. La suavidad y la calidez de las colas de Ahri sobre mi cuerpo me adormecía levemente. Su suave olor, junto a la comodidad y la esponjosidad del pelo, hacían de la situación una experiencia más que placentera.

Mi mano derecha trató de moverse sin éxito; se encontraba enterrada bajo su brazo (y sus colas); parecía que no tenía más remedio que relajarme, esperar, y disfrutar. Aprovechando el momento decidí, ya que me encontraba tumbado de costado, observar a mi compañera de sueños.

Sus finas facciones faciales junto a su palidez hacían de su rostro algo digno de ver; su expresión de templanza la dotaba de una fragilidad elevada cómo si de una muñeca de porcelana se tratase; cómo si una mísera ráfaga de aire pudiera resquebrajarla en minúsculos pedazos; cómo si el simple contacto de las yemas de mis dedos contra su fina piel pudiera agrietarla. Pero, a pesar de su frágil apariencia, estaba claro que esas facciones habían conocido la batalla; si continuabas escrutando el cuerpo de la joven podías ver que estaba lleno de pequeñas marcas; de pequeñas cicatrices que demostraban por todo lo que había pasado, por todas aquellas memorias de pequeños accidentes mientras exploraba algún que otro bosque, por todas aquellas memorias de los millones de combates que había tenido que hacer cómo esclava de un sistema injusto; de un sistema basado en la infelicidad de todo un planeta. Y, aún así, a pesar de estar inundada por todas aquellas marcas del pasado, por todas aquellas heridas tanto emocionales cómo físicas, era capaz de sonreír y de enfrentarse, con cierta sorna, a cualquiera que la retase.

Sonreí tristemente.

Odiaba pensar en todo lo que había pasado por culpa nuestra, de forma indirecta claro está; en todas las batallas que había tenido que soportar, en las seguro que numerosas peleas contra los guardias; en todo lo que había sufrido y en lo poco que había podido conocer.

El silencio mañanero, junto a la proximidad de nuestras caras, me hacía la labor de escuchar la respiración de la joven mucho más fácil: era lenta y relajada, cómo si estuviera más cómoda que nunca, cómo si se sintiera segura encima de aquel viejo colchón de muelles. O quizá es que se sentía cómoda en este extraño abrazo en el que estábamos fundidos, cosa en la que podría estar también de acuerdo.

Continué mi escrutinio de forma casi inconsciente, como si tratase de contar las cicatrices que veía, cómo si fueran a desaparecer con el simple hecho de observarlas y dar constancia de ellas. Tan inmiscuido estaba en mis pensamientos que no me di cuenta cuando los áureos ojos de Ahri se clavaron, perfectamente abiertos, en los míos.

- Si tantas ganas tienes de verme desnuda sólo dímelo, no hace falta que intentes aprovechar estos ángulos para intentar mirar por debajo de la ropa.

Mis ojos rápidamente fueron a para a los suyos; unos ojos de un color áurico que transmitían una sensación extraña de vejez, añoranza, y una ligera capa de melancolía. Normalmente, estas sensaciones quedaban ocultas bajo la careta de sus expresiones, pero al estar tan cerca era incapaz de mirar más allá de esos grandes ojos que me miraban, curiosos.

Tras unos segundos, en los que me perdí en la inmensidad de su iris, reaccioné ligeramente ruborizado.

- ¿Qué? ¿QUÉ? No, yo no quería... Es decir, yo solo estaba...

- Tranquilo, lo sé – dijo ella con una sonrisa que no supe interpretar.

Sus ojos se volvieron a cerrar y respiró profundamente, acercándose más a mí.

- Hacía mucho que no era capaz de dormir tanto y con tal tranquilidad... Y sin embargo hay algo que me preocupa – sus ojos se volvieron a clavar en los míos mientras yo formaba en mi rostro una expresión dubitativa. – Tú.

- ¿Yo? – pregunté, algo extrañado – Qué pasa conmig...

Y entonces recordé algo, algo de lo que no me di cuenta, algo muy importante: hacía demasiado que no dormía con alguien, hacía demasiado que alguien tenía que soportar aquello.

- Oh... Lo siento, no recordaba ese pequeño detalle... Debí haberte avisado, es algo que me lleva pasando bastante tiempo. – dije, avergonzado en cierto modo – Si te ha causado alguna molestia o te ha despertado o cualquier cosa pues lo siento muchísimo, de verdad.

Su mirada, que volvía a estar clavada en la mía, se endureció.

- No me preocupa que me moleste o me despierte, me preocupas tú. No me gusta verte sufrir tal y cómo lo has hecho esta noche. Al principio pensé que estabas despierto, pero no respondías. Podía ver perfectamente en tu cara las lágrimas brotar de tus ojos cerrados, mientras tu cara se tornaba angustiosa. No quiero verte así, no me gusta verte así.

La distancia entre nuestras frentes se acortó abruptamente. Ahri estaba juntando nuestras frentes, mientras dejaba unos milímetros de separación entre las puntas de nuestras narices.

- Prométeme que, si necesitas ayuda, si necesitas cualquier cosa, me lo dirás. Esté o no dormida, esté o no ocupada. Tú vendrás a decírmelo. Promételo.

La cercanía de la chica me abrumaba, o quizá eran sus palabras cargadas de preocupación y cariño.

- Sí, bueno, lo prometo.

A pesar de haberlo prometido dudaba de mi capacidad de hacer tal cosa; me atragantaba con la idea de molestar a la ojiáurea en sus sueños por algo tan estúpido cómo unas pesadillas.

La cadena de mis pensamientos se interrumpió cuándo la mano de la azabache se posó suavemente sobre mi mejilla en una tierna caricia.

- Gracias – dijo ella.

Perdido en RuneterraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora