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Has huido sin mirar atrás.

Has huido aterrada.

Asustada.

Confundida.

Pero sobre todo, has huido enfadada contigo misma por no quedarte allí y ayudarle.

Tal y como le prometiste en la playa.

Ser su apoyo.

Ser su sustento.

****
Han pasado varias semanas. No has salido de casa. No has ido a la Universidad. Tu amiga cree que estás con tu familia. Tu familia cree que estás muy liada con las clases.

Pero no estás bien.

No has tenido ningún contacto con Dabi. Ya no ha habido más buenos días, ni buenas noches. Ni llamadas. Ni sonrisas compartidas. Ni miradas cómplices. Ni abrazos donde correr a esconderse y sentirse a salvo.

Nada.

Solo soledad.

Vacío.

Abandono.

La herida de tu cuello ya apenas se nota. Sin embargo, hay una herida que no eres capaz de cerrar. Ni se cerrará. Ni cicatrizará. La última imagen que viste de Dabi se abre paso en tu interior cual bacteria devorando a tus defensas. Pesadillas te arrastran a lo más profundo del miedo cada noche despertando sudada, con frío, mareada, aturdida y caes en otro sueño donde lloras su ausencia, donde corres tras su espalda y al alargar la mano para detenerle no es el Dabi del que estabas enamorada quien se gira...

****
Llevas un rato pensando en llamarle. Tomas el móvil, buscas su contacto, el pulgar te tiembla, dudas, cierras los ojos, suspiras, y bloqueas el aparato. Y otra vez a empezar un bucle infinito que te ha arrastrado durante horas sin que la llamada se produjese.

El timbre de tu apartamento resuena.

Ignoras a tu visitante.

Vuelven a llamar.

Otra vez.

De nuevo el silencio te envuelve y centras tu atención en esa llamada donde tu cuerpo te pide que no la hagas.

Vrr Vrr

Te vibra la mano.

Es un mensaje de un número desconocido.

"Por favor, abre"

Tu corazón se encoge de terror y los latidos son difíciles de tragar. Caminas con prudencia hacia la puerta. Miras por la mirilla. Y abres.

Os miráis para después desviar la mirada. Ambos tenéis mal aspecto pero a él se le ve mucho más cansado, exhausto, parece haber perdido peso y el bello brillo de sus dorados ojos se ha evaporado, e incluso parece haber envejecido.

Le invitas a entrar y Hawks te sigue despacio. Te pregunta por la herida de tu cuello que aún tienes oculta con una de esas pegatinas que los deportistas utilizan para los tirones. Le quitas importancia con una nerviosa sonrisa.

-A Dabi sí le importa.

Responde entre dientes.

-¿Le has visto?

Preguntas finalmente tras servirle un poco de té.

-Llevo a su lado desde la noche en la que, bueno... le viste por última vez.

Te muerdes los labios, te frotas los dedos, tus piernas te piden ponerse en pie pero seguramente caerás al suelo por su temblor. Sin más, Hawks coloca sobre la mesa una gruesa carpeta. Al abrirla, documentos y documentos se expanden por todas partes. No entiendes qué son.

El Príncipe OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora