Capítulo 13: Lo más dulce es tu sonrisa

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Ya comencé a entrar en el vecindario de Rengoku-san y me despedí de mi amigo azabache. Desde luego, nunca había sido muy aficionada a coger confianzas rápido, pero creo que, el que Ryujin se sincerara, nos permitió volvernos más cercanos que antes. Quizá confiar en los demás de vez en cuando no estaba tan mal. Además, que confíen en ti te hace sentir especial, como si esa persona te otorgara cierto estatus junto a sus secretos y sus recuerdos más íntimos.

Probablemente sería por ese estúpido sentimiento que algún día nos llega a todos, pero toda reflexión terminaba extrapolándola a cierta persona de cejas gruesas y peinado peculiar. ¿Qué clase de recuerdos y pensamientos personales tendría Rengoku-san? ¿Me los confiaría algún día? Aunque un escenario romántico entre ambos jamás será viable, quiero saberlo todo de él. Quiero serle de utilidad de cualquier forma; ya sea luchando, recogiendo la casa o apoyándolo en los momentos más duros, quiero hacer lo posible para asegurar su felicidad y la de los que lo rodean, para que esa brillante sonrisa perdure por siempre y se alce en los cielos, iluminando el mundo que piso en este instante.

Perdida en mis pensamientos, ya estaba casi en la que era mi casa. Intenté no hacer mucho ruido y llamé: sea como fuera que me recibiera mi maestro, no debía perder la compostura. Tras unos momentos, la puerta se abrió: miré con decisión, pero, desde el ángulo de mis ojos, solo podía ver unos pequeños mechones rubios tiesos.

Incliné un poco el cuello y vi al pequeño Senjuro. Realmente, era casi de mi estatura (incluso un poco más alto), pero lo percibía como si fuera más bajo que yo. Me saludó con los ojos brillantes:

—¡(T/N), por fin has llegado! Mi hermano lleva esperándote un par de días. Él creía que ibas a tardar menos, pero por lo visto se alargó un poco más, ¿no? Pasa, pasa.

Entré, quitándome los zapatos y el menor me ayudó a llevar la pesada cesta a la cocina:

—¡Guau! ¿Todo esto te regalaron? Debes de haber hecho un gran trabajo.

—Bueno, ya sabes. La gente de pueblos pequeños suele ser muy amable, y más si intentas ayudar... Por cierto, ¿dónde está tu hermano?— dije tras ver que el pilar no aparecía por ningún lado.

—Salió hace poco más de media hora. Probablemente se enfade mucho consigo mismo cuando vea que justo cuando salió llegaste tú y no te pudo recibir. Le hacía mucha ilusión, lleva todo este tiempo inquieto.

El pequeño rio recordando el comportamiento de su hermano durante esos días, y yo me sonrojé levemente con solo pensar en su llegada. «¿Madre mía, solo llevo tres días sin verlo y ya estoy así? Qué patética, tantos años viviendo sola y voy y me emociono con minucias» me regañé a mí misma. Debía abandonar esas ideas, pero después de la despedida que me dio y del abrazo tras ver el color de la nichirinto, era difícil relajar mi espíritu.

—Oye, (T/N)...

Una suave voz me sacó de mis pensamientos:

—Dime, Senjuro.

—Aunque han sido tres días, casi lo que llevas viviendo aquí, yo... Bueno, yo también te he echado mucho de menos, ya la casa se siente vacía si no estás tú. Además, me gusta tu comida.

El rubio confesó esos sentimientos con la cara muy roja, mientras miraba al suelo. ¿Cómo podía ser tan tierno? Me entraban tantas ganas de apretujarlo, tantas ganas... que no pude resistirme.

Le pegué tal abrazo que el pobre hasta se asustó.

—¡Senjuro!, ¡¿cómo puedes ser taaaan lindo?! ¡Yo también te he echado de menos, ay! ¡Te quiero mucho!

Un pobre rubio luchaba por salir de mi agarre, aún más rojo que antes:

—¡Oye, (T/N), para! ¡Encima de que me sincero contigo! ¡Para, para, ahora me haces cos-¡, ¡JAJAJAJA!, ¡-QUILLAS!, ¡JAJAJA!

Mi adorable sucesora (Kyojuro Rengoku x Lectora)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora