Sábado noche

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Creía que ya habían ocurrido bastantes cosas en un solo día cuando al llegar a casa me encontré con un hombre que salía de ella. Era alto y robusto, de pelo castaño y abundante, y lucía un denso bigote.

-Tú debes ser Blanda.-dedujo en voz alta cuando nos encontramos lo suficientemente cerca el uno del otro. Por sus ojos ligeramente entrecerrados supuse que bajo aquel bigote se escondía una amable sonrisa, así que no tardé en devolverle el gesto, seguido de un leve movimiento con la cabeza en forma de afirmación. -Soy el doctor Dave Swanson, el padre de Samuel.

-¡Oh!-exclamé a la vez que ampliaba mi sonrisa. -Encantada de conocerle, tanto Sam como mi padre me hablaron bastante de usted.

-Lo mismo digo, Blanda. Debo volver a mi consulta. Ha sido un placer.

Yo volví a asentir y él hizo lo mismo para después cruzar el jardín delantero, dejándome sola en el porche.

Me había dado la impresión de que Dave era un hombre firme y serio, pero a la vez con una verdaderamente enorme intención de tratar con la gente. Esto mismo fue lo primero que le dije a Steve nada más entrar y encontrármelo en la sala de estar viendo la televisión.

-Es un buen hombre. Por el tiempo que he podido pasar con él, sé que tiene una capacidad de empatía tremenda. -me contó con su apagada voz, sin apartar la mirada de la pantalla. Cuando me senté a su lado, suspiré al encontrarme con sus párpados hinchados y unas ojeras difícilmente disimulables. Era consciente de que Steve llevaba meses con problemas de insomnio, y parecía que el hecho de habernos instalado en Greenwood no le había sido de ninguna ayuda. Es por eso que descarté que el origen del problema pudiera estar en el ambiente urbano cargado de ruido.

-Parece que este lugar no tiene el efecto aislante que esperabais, ¿eh? -susurré analizando cada rasgo de su fina cara, que extrañamente no había envejecido pero sí lucía diferente.

-Blanda... Sé que nunca has aprobado nuestra decisión y probablemente nunca lo harás... Pero no es permanente, ¿vale? Todo esto acabará. -hizo una pausa para inclinarse ligeramente y besar mi frente. -Te prometo que terminarás volviendo a la normalidad.

La verdad es que en aquel momento estaba demasiado cansada con para mantener una conversación tan profunda como aquella, y la voz somnolienta y apagada de mi padre unida a sus caricias en mi pelo me derribaron por completo hasta el punto en el que él mismo tuvo que ayudarme a levantarme de aquel sofá y guiarme con lentitud hasta mi habitación para directamente meterme en la cama, sin siquiera tomar una ducha o ponerme el pijama.

[...]

Desperté el sábado en mitad de la mañana, con un dolor de cabeza casi comparable al de una resaca. Me preguntaba por qué mis padres no me habían despertado antes hasta que bajé a la cocina para comer algo y vi que no estaban en casa. Gracias a eso, pude coger un bol de cerezas y volver a mi habitación para encerrarme allí y repasar todas y cada una de las lecciones que había aprendido en clase durante aquella semana. Esto me permitió mantenerme ocupada durante todo el día, tanto que no salí hasta que recordé que había acordado con Elisabeth que cuidaría de su hija.

Apenas eran las siete de la tarde cuando decidí pasarme por la casa vecina para preguntar si sería necesario pasar la noche allí.

-Puedes irte a casa después de meter a Olivia en la cama. -me explicó la mujer. -Si surge algún problema mi hijo estará aquí, no quiero que tengas que dormir en el sofá teniendo tu casa a diez metros.

-¡No se preocupe por eso! Le aseguro que su sofá es como mil veces más cómodo que mi cama. Además, estoy segura de que pasaremos buena noche. -le sonreí amablemente y dirigí después el mismo gesto hacia mi pequeña amiga.

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