Eastside

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Greenwood es el tipo de pueblo que te descoloca por completo cuando vienes de una ciudad tan grande como Zúrich. No sé si para bien o para mal, pero a mí me impresionó. De repente, me encontraba en una localidad de apenas mil personas que se conocían entre sí desde siempre, y por desgracia debía asistir a un instituto en el que la situación no cambiaba. No me hicieron falta más de dos minutos en la puerta del Eastside para comprobar que todos allí, desde los estudiantes más principiantes hasta los de último año, ya tenían sus amigos y conocidos o de lo contrario ya estaban acostumbrados a no tenerlos. Es cierto que yo nunca fui el tipo de chica a la que todo el mundo conoce en la ciudad, pero sí que tuve que dejar atrás a algunos amigos al mudarme a Greenwood, cosa que se encontraba entre las principales razones por las que no quería abandonar mi país, pero allí estaba. Después de haber pasado una semana entre quejas y eventuales momentos de deshacer equipaje, había llegado el momento de meterme en un aula llena de adolescentes que al igual que yo, a aquellas alturas de su vida tendrían como única prioridad una meta que todos nos vemos obligados a marcarnos cuando llegamos al último año.

Al llegar a Eastside, preferí no perder el tiempo e ir directamente en busca de las listas colocadas junto a la puerta principal, en la que figuraban los nombres de todos los alumnos y las clases que les habían sido asignadas. Por desgracia me costó llegar hasta ellas al ver mi camino obstaculizado por decenas de chicos y chicas que comentaban animadamente cómo había ido su verano y cómo de genial iba a ser aquel último año. Tras varios intentos de abrirme paso entre ellos, terminé por desistir y esperar a que todos o al menos la gran mayoría se hubieran marchado a buscar su aula.

Cuando ya apenas quedaban aquellos que llegaban tarde y tan sólo se acercaban a las listas para echarles un rápido vistazo antes de marcharse, me acerqué para leer los nombres de los que serían mis nuevos compañeros. Obviamente aquello era una estupidez, ya que por muchas vueltas que le diera no iba a encontrar ningún nombre que me resultara familiar, pero todo fuera por hacer tiempo antes de adentrarme definitivamente en mi primera clase.

Mientras miraba la lista absorta en mis pensamientos, pude ver por el rabillo del ojo cómo un chico alto y de pelo castaño se situaba junto a mí y leía el papel, comparándolo de forma alterna con una pequeña nota que llevaba en la mano.

-¿Nuevo?-pregunté en voz alta, cuando en realidad se suponía que aquella palabra sólo debería haber sonado en mi mente.

El chico asintió sin decir nada y volvió a ojear la lista. «Maldición, Blanda. ¿Por qué has abierto la boca? Ambas sabemos perfectamente lo mal que se te da socializar y el poco interés que tienes en hacerlo. Deja de hacer la tonta y vete a buscar tu clase antes de que piense que eres estúpida.» me dije mientras aún permanecía en silencio.

-Acabo de mudarme a Greenwood desde Indianápolis. Mi padre relevará a mi abuelo como médico del pueblo y por desgracia debo estudiar mi último año aquí.-respondió por fin, guardando el pequeño papel que llevaba en el bolsillo trasero de sus desgastados vaqueros.

-Al menos tú te has mudado por una razón lógica. Yo vengo desde Suiza a que mis padres pasen un año maravilloso lleno de relax sin razón aparente y por si fuera poco, también tengo que rezar para que uno de ellos no sea el que me dé clases de dibujo. Al parecer también le han aceptado en Eastside.

-No creo que Dios pueda ayudarte mucho.-dijo una voz a nuestra espalda. Ambos nos giramos para encontrarnos de frente con una chica un poco más baja que yo, de pelo más oscuro y ondulado y sonrisa amplia como las que no veía desde hacía ya bastante tiempo. -El único profesor de dibujo que teníamos se ha ido este año y he oído que ha venido uno nuevo. Suiza, ¿eh? Eso explica su apellido. Lamento ser yo la que te de esta noticia, pero aunque la ley prohíba que tu padre pueda darte clases, en Eastside no pueden permitirse más de un profesor para una clase tan pequeña.-continuó. Es curioso, pero el tono en que me explicó todo aquello unido a una voz tan dulce y grácil hizo que me pareciera divertido tener que soportar un año entero recibiendo clases por parte de mi padre. -Soy Madison, por cierto. ¿Y vosotros sois...? Nuevos.

-Blanda, la hija del nuevo profesor de dibujo.-me apresuré a responder con cierto desdén.

-Yo soy Sam, hijo del...-dijo el chico antes de que Madison pudiera interrumpirle.

-Hijo del Doctor Swanson, lo sé, he oído hablar de vosotros. Sólo pregunté por cortesía.-rió. -Da la casualidad de que los tres estamos aquí, solos, en nuestro último año. ¿No os parece este puede ser el principio de una gran amistad?-argumentó la chica, para después ofrecerse a llevarnos hasta la que sería nuestra aula durante todo el año.

Dos minutos después de que llegásemos a la clase y nos sentásemos en los asientos sobrantes, llegó nuestro profesor de literatura, quien sería también nuestro tutor.

-Buenos días, chicos. Me alegra volver a veros.-comenzó, mientras caminaba por delante de la primera fila de un lado a otro. -Es lo que me obligan a decir. En realidad me alegra que este sea vuestro último año.-bromeó, y se detuvo para alzar la mirada hacia los alumnos que obviamente le conocían desde hacía años. -Olvidé presentarme, no estoy acostumbrado a tener nuevos alumnos. Soy el señor Gergich y os enseñaré literatura.-.

Al pronunciar las palabras "nuevos alumnos", todos los presentes comenzaron a mirarse los unos a los otros y vi cómo Madison me dedicaba una mirada compasiva. Imaginé que sería porque ella sabía lo incómodo que era ser nueva entre tanta gente, y porque entendía lo incómodo que es que todos te busquen con la mirada para hacer un primer juicio basándose tan sólo en tu reacción ante aquella situación. Después miré a Sam, que parecía no estar tan nervioso como yo, de hecho más bien parecía hastiado.

-Bienvenidos y encantado de conoceros.-fue lo único que dijo antes de dar pie a esas conversaciones unilaterales del primer día de clase en las que todo profesor intenta parecer "guay" y "colega" de sus alumnos para destensar el ambiente y que a partir de entonces todo fuera confianza. Gracias a Dios aquello sólo estaba hecho para durar no más de una hora, y en cuanto sonó el timbre todo el mundo salió de allí a toda prisa con el fin de llegar a casa cuanto antes y disfrutar de su última tarde de verano antes de entrar de cabeza en una rutina monótona y estresante.

A la salida del aula volví a reunirme con Sam y Madison sólo para que esta última nos dijera que al día siguiente podríamos quedar para pasar juntos la hora del almuerzo y enseñarnos el poco terreno con el que contaba Eastside. Tras despedirme de ambos decidí volver a casa andando, a paso lento, esperando recordar bien el breve camino que había tomado aquella mañana para llegar y tener tiempo así de reflexionar sobre las pocas pero importantes cosas que habían pasado. ¿Quién me iba a decir que el primer día ya tendría "amigos"? No paraba de repetirme a mí misma la suerte que había tenido de encontrarme con Sam, que definitivamente compartía conmigo la sensación de que ese no era nuestro lugar, y con Madison, que a pesar de no ser nueva fue compresiva y más que amable con nosotros. Sabía que en cuanto llegase a casa y le dijera a mis padres que ya tenía gente con la que pasar las horas de almuerzo no me creerían, pero por suerte era así.

GreenwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora