La espera

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Los siguientes días transcurrieron con normalidad. Supongo que lo único que había cambiado era mi forma de ver aquel lugar. De repente había nacido en mí una continua desconfianza hacia todo el que me rodeaba porque no sabía si la gente era consciente de lo que ocurría tras las puertas de mi casa. Con el paso de los días y después de escuchar tanto a Maddie como a Sam quitarle importancia de forma insistente, tuve que admitir que estaba siendo un tanto paranoica.

Con el cambio de estación a la vuelta de la esquina, todo el Eastside comenzaba a crecer la expectación en torno al Baile de Otoño, y con ella el interés de Will por saber más sobre mí.

Ya había hablado de aquello con Sam y Madison. No quería dejar de pasar tiempo con ellos, así que me decanté por seguir acompañándoles durante los almuerzos mientras que en los ratos libres entre clases me dejaba absorber por Will y sus amigos. Gracias a estos breves periodos aprendí que el chico que acompañaba el primer día a Will y a Bright se llamaba Aiden, y que tal y como me había dicho Madison, Meredith no era tan esnob como parecía, de hecho parecía ser la más afable de las chicas con las que solía pasar el rato.

El viernes de aquella semana, quedé con Sam para volver a casa juntos y charlar por el camino, o al menos esa era la intención. Había pasado toda la semana pensando en todas las cosas que tenía que contarle y cuando lo tuve caminando a mi lado todo pareció esfumarse.

-Steve ya tiene concertada la fecha de su cirugía. Será la semana que viene. Supongo que tu padre te lo contó. -comencé.

-Sí, bueno, lo mencionó pero tampoco me dio muchos detalles. ¿Crees que Maddie ha pensado ya en el tema de llevar pareja al baile y todo eso?

Yo me encogí de hombros dejando escapar una leve risa. Realmente no tenía ni la más mínima idea de qué tenía mi amiga en mente, pero si había algo de lo que estaba segura era de que era una chica tan cabezota que si hubiera tomado ya una decisión no la cambiaría por nada del mundo.

-Es nuestro baile, ¿recuerdas? Prometimos que estaríamos allí los tres, elegantes a más no poder.-respondí por fin, mirándole con una pequeña sonrisa dibujada en mis labios al imaginar una corbata alrededor de su cuello. Para mí los conceptos "Sam" y "formal" eran completamente incompatibles.

-Aunque como ya te dije prefiero no darle tanta importancia, de hecho no quiero que me quite tiempo en absoluto. Bastante ocupado estoy ya con tantos exámenes y tantas prácticas.

-¿Prácticas?-repetí, no muy segura de saber de qué hablaba.

-Toco el piano. Este año estoy ensayando como unas cinco horas diarias para optar a una audición en Juilliard.

-¡Juilliard!-exclamé con entusiasmo. De repente me sentí estúpida al caer en la cuenta de que había estado continuando la conversación tan sólo repitiendo la última palabra de cada una de sus frases. No pude evitar reírme de mí misma.

-¡Juilliard, sí!-rió conmigo. -Normalmente soy muy seguro de mí mismo pero si te soy sincero, esas audiciones me traen loco desde hace años. Me gusta la música, siempre me ha gustado, y sé que seguirá gustándome durante el resto de mi vida. Por eso quiero dedicarme a ello.

Yo le escuchaba atenta, asintiendo de vez en cuando para hacer notar mi interés.

-Me temo que ahora que sé que eres pianista vas a tener que prometerme que algún día podré oírte tocar.-dije sin borrar la sonrisa de mi cara. Justo en aquel momento habíamos llegado a la parte del trayecto en el que nuestros caminos se separaban, pues la casa de Sam se encontraba a un par de manzanas más al este que la mía. Él asintió antes de abrazarme una última vez y, mientras nos alejábamos el uno del otro, ambos nos despedimos agitando ligeramente la mano, sin decir ni una palabra.

GreenwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora