Cabos sueltos

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Al día siguiente de hablar con Will, decidí que sería buena idea discutir con mis amigos lo impulsiva que había sido al pedir ir al baile a un chico al que no conocía en lugar que pensármelo con tranquilidad. Ni Madison ni Sam se esperaban que hubiera sido capaz de hacerlo, aunque a decir verdad, ni yo era consciente de la estupidez que suponía aquello. Por otro lado, yo misma fui la primera que el día anterior le dijo a Sam que no había nada de malo en atreverse a conocer gente nueva, y que te diera una oportunidad a Meredith (cosa que por cierto terminó haciendo). El plan podría haber sido genial de no ser porque a Madison le faltaba pareja.

-Vamos, ¡anímate y pídeselo a alguien! Eres tú la que ha crecido entre toda esta gente, seguro que hay alguien a quien no te importe acompañar.-le dije cuando después de hablar de la conversación del día anterior los tres nos quedamos en silencio. Ella negó con la cabeza, acompañando el gesto con la amplia sonrisa que nunca abandonaba su rostro.

-Olvídalo Blanda, de todas formas no quiero pasar toda la noche pegada a nadie. ¿No es mejor así? -argumentó con decisión. En cierto modo, he de decir que el buen humor que siempre mantenía la morena suscitaba en mí un enorme sentimiento de admiración y a la vez cierta intriga. ¿Sería así siempre? ¿Mantendría ese halo angelical y alegra a su alrededor incluso en la peor de las situaciones? Como amiga suya me frustraba pensar en que quizás llegase un día en el que estuviera destrozada y yo no me diera cuenta gracias a su divino don de salvar las apariencias, y esto a su vez me alentaba a querer conocerla y a aprender a descifrar cada matiz de su sonrisa.

-Creo que Madison tiene razón.-dijo Sam por fin. -¡No es el fin del mundo! Nadie estará solo, así que ¿por qué no os limitáis a hablar de las parejas ajenas, los vestidos y esas cosas de las que habláis las chicas?

Fue la palabra vestidos lo que hizo que el rostro de Maddie se iluminase.

-¡Hoy a las cinco en la tienda de mis padres! ¡PUNTUAL! -exclamó mientras recogía rápidamente su carpeta y su mochila de la mesa para volver a clase. Sam y yo nos miramos a punto de romper a reír ante su reacción, pero el sonido del timbre nos devolvió a una aburrida rutina en la que las risas no abundan.

Durante la clase de dibujo, tuvimos toda una hora para preparar de forma individual una ilustración a libre elección que nos habían asignado como proyecto inicial. Me sentía estúpida teniendo que dibujar algo para mi padre, que llevaba viéndome con el lápiz en la mano desde que aprendí a sujetarlo con mis diminutos dedos, pero también me resultaba todo un placer dedicar una hora a expresar los pensamientos de mi colapsada mente sobre el papel, así que me limité a fundirme con el lápiz y dibujar cada figura que se me venía a la cabeza. Fue mientras estaba inmersa en mi obra cuando Will acercó una silla a mi lado y se sentó en silencio, observando cómo yo trabajaba prácticamente en trance y esperando a que me percatara de su presencia, cosa que no ocurrió hasta que levanté la mirada de forma sutil para alcanzar un rotulador negro. Al mirarle, él me sonrió, y se apartó ligeramente con ambas manos levantadas para dejar ver que no tenía intención alguna de interrumpir mi trabajo.

-Estaba pensando que si vamos a ir juntos al baile deberíamos intentar conocernos un poco, ¿no crees? -dijo en voz baja. A partir de ahí comenzó un monólogo/presentación a partir del cual me contó que no tenía hermanos, que sus padres trabajaban en la administración del ayuntamiento, y que él tenía pensado seguir sus pasos y estudiar Derecho en Yale, pero que se vio obligado a perder todo un curso cuando dos de sus abuelos murieron. También estuvo hablándome de sus gustos, de cómo llegó a convertirse en un imprescindible del equipo de fútbol local y de lo afortunado que se sentía por haber tenido la oportunidad de crecer en un pueblo cono Greenwood.

Tal y como lo estoy contando, el hecho de que Will se limitara a contarme su vida puede hacerle quedar como un tipo egocéntrico, pero no lo era en absoluto. En realidad, no tuve la necesidad de hablarle sobre mi vida porque él mismo parecía conocerla mejor que yo. «El pueblo es pequeño. La gente habla.», me dijo en una ocasión cuando me hizo ver que sabía perfectamente quiénes eran mis padres. Me resultó chocante teniendo en cuenta que durante los primero cinco minutos de nuestra charla habíamos estado bajo la atenta mirada de George, que más tarde decidió volver su atención hacia los demás alumnos cuando, supongo, recordó lo mucho que me incomodaba sentirme vigilada de aquella forma.

GreenwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora