Broken

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Me hizo falta recorrer más de una decena de calles para dar con la consulta del Dr. Swanson. Recordaba haber pasado por delante de ella de camino a casa después de clase, pero por muy pequeño que fuera aquel pueblo aún me resultaba difícil recrear un mapa de él en mi mente.

Cuando entré les encontré en la recepción: el doctor, Steve, y George, que para nada esperaba verme allí después de haberme pedido que permaneciera en casa por medio de aquel mensaje.

—Blanda —dijo, deteniéndose a pensar en qué debía decir. Yo me acerqué a ellos, no sin antes saludar amablemente a la que parecía ser la recepcionista y enfermera. Era una mujer mayor, de cara redonda, con el pelo corto y canoso, y llevaba un uniforme tan desgastado que fácilmente se podría decir que le había acompañado durante toda su vida. Ella me devolvió el gesto para después volver a su trabajo de forma que su presencia allí pasó a ser casi nula. Todos allí permanecimos en silencio durante un instante, lo suficiente largo como para que Dave y Steve intercambiaran una mirada que para ellos, supuse, tendría algún significado.

—¿Por qué no continuamos la conversación fuera? —propuso el doctor a George, quien asintió con cierta resignación y salió de la sala, dejándonos a Steve y a mí a solas.

—¿Alguien va a decir algo coherente? —pregunté por fin, rompiendo el silencio que se había asentado entre mi padre y yo desde que se escuchó el seco sonido de la vieja puerta de la consulta cerrándose. Steve se encogió de hombros.

—Sí, supongo que hemos tardado demasiado.

Volví a intentar descifrar qué se suponía que significaba todo aquello, pero preferí esperar a que continuase.

—Blanda... Yo lo siento, lo siento de verdad. Querría habértelo dicho antes pero sabes cómo es George, y yo... Lo siento. —titubeó. —No hemos venido aquí por merecernos unas vacaciones, o por lo nostálgico que soy... En parte sí. En realidad pasé mi infancia en Greenwood. Conozco a su gente, conozco a la familia Swanson, su padre fue el médico de mi familia durante muchísimo tiempo y yo tenía constancia de lo excelente que es también Dave.

—Papá...  Ve al grano. —interrumpí con calma, sentándome junto a él en el único y rígido sofá que había en la consulta. Cuando levanté la mirada me di cuenta de que la enfermera también había salido de allí. Fue entonces cuando volví a dirigir mis ojos hacia los de mi padre, que ya me miraban desde hace rato.

—Me detectaron un pequeño tumor cerebral hace unos meses.

La sangre en mis venas pareció helarse antes incluso de que mi cerebro pudiera procesar la frase por completo.

—Pero no pasa nada. No pasa nada, pequeña. —dijo rápidamente mientras me envolvía con sus brazos y acariciaba mi pelo con delicadeza al notar el modo en que me había paralizado. —El doctor Swanson está intentando concertar la cirugía para la semana que viene, y no pasa nada. Él es realmente bueno en lo que hace.

No sabría decir si en aquel momento estaba escuchando todas y cada una de las palabras que salían de la boca de mi padre, pero al menos capté la idea principal mientras mi mente era bombardeada por un millón de flashbacks que comenzaban a tomar sentido de forma simultánea.

—Lo saben. —espeté, al oír una vez más aquellas lejanas palabras en mi cabeza; "Es jodido que tu padre haya venido a parar a un pueblucho así...". Volví a poner los pies en la tierra. —Todos aquí lo saben y no habéis querido contármelo hasta que no me he presentado aquí, pidiendo explicaciones...—reflexioné en voz alta cuando ya llevaba un rato en pie, caminando de un lado a otro. Quería enfadarme, ¿pero con quién iba a hacerlo? Vale que mis padres me lo hubieran ocultado, pero sabe Dios cuántas personas más también lo hicieron. Sabe Dios si Will me dijo eso conscientemente o sólo tuvo una puntería cruel. Sabe Dios si Sam y Madison también lo supieron desde el principio y se acercaron a mí por pura compasión, pero eso no importaba en aquel momento. Necesitaba a alguien a quien abrazar, hubiera sido sincero o no, me pareció que era la forma más honesta de desahogarme en lugar de gritarle a mi padre como una niña de cinco años en plena rabieta, llorando como una posesa. Atiné a pensar que los gritos no eran la mejor solución, teniendo en cuenta que las palabras "tumor cerebral" aún rondaban por mi cabeza, así que le dirigí una última y desolada mirada a Steve, con los ojos ya sutilmente empañados de lágrimas y salí de allí a paso ligero.

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