Baile de Otoño

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Contra todo pronóstico, Steve había vuelto a casa antes de lo que todos esperábamos. Puede que me entristeciera verle siempre tan cansado y pálido, pero eso no quitaba que su buen humor siguiera intacto. De hecho, fue él el primero en mostrarse rebosante de emoción cuando llegó el día del baile. Me había hecho un millón de preguntas sobre Will, sabía que se moría de ganas de conocerle, y que el chico tuviera que venir a casa a recogerme parecía la excusa perfecta para al menos verle.

-¡Vamos, vamos! ¡Ya deberías estar lista! -exclamó mientras recorría el pasillo en dirección al cuarto de baño, donde yo me encontraba intentando que mi pelo se viera decente. Él se detuvo junto a la puerta, me miró con una sonrisa de oreja a oreja y volvió a dirigirse a mí, esta vez a un volumen normal, con su voz naturalmente ronca. -Estás maravillosa. Cómo se nota que escogimos mis genes y no los de George.-yo me giré hacia él rápidamente antes de que pudiera terminar la frase y golpeé con suavidad uno de sus hombros dejando escapar una risilla divertida que él correspondió al instante. El silencio aterrizó entre ambos cuando el sonido del timbre retumbó por toda la casa.

-¡Ni se te ocurra exagerarlo todo! -le advertí intentando que mi voz fuera sólo lo suficiente sonora para que él me oyera mientras corría escalera abajo.

"¡Pasa, pasa! Es un placer, Blanda me ha hablado mucho de ti." Le oí decir desde el primer piso. "Estúpido mentiroso..." susurré permitiéndome reír entre dientes durante unos segundos antes de serenarme y esbozar una leve sonrisa para bajar a encontrarme con Will. Cuando me estuve ya en mitad de las escaleras, el chico clavó en mí sus ojos azules, los cuales brillaron extrañamente cuando me tuvo más cerca.

-Te ves preciosa.-dijo casi en un susurro cuando se acercó a besar mi mejilla. Sonreí de nuevo, sin saber muy bien qué responder a aquello, y ambos nos miramos unos segundos ante la notable presencia de mi padre. -Buenas noches, señor Eggenschwiler.-se despidió amablemente mientras posaba sus manos sobre mi cintura y me guiaba hacia la puerta. Steve y yo nos miramos, con una idéntica expresión de alegría plasmada en nuestras caras. Me atrevería a decir que, como de costumbre, él se había emocionado muchísimo más que yo.

Cuando llegamos a Eastside, para mi suerte, la fiesta ya había empezado. Esto significó que nuestra aparición pasó desapercibida, pero aún así tuve que mostrar mi mejor sonrisa todas y cada una de las veces que nos detuvimos a saludar a amigos de Will antes de llegar hasta la gran carpa que los organizadores habían instalado especialmente para celebrar el baile. A pesar de que al llegar ya notaba un ligero dolor en mis pómulos de sonreír de forma tan exagerada, aquella noche mi rostro se iluminó de la forma más sincera posible cuando vi a Sam abriéndose paso a toda prisa entre la gente para abalanzarse sobre mí y darme uno de esos abrazos en los que solía levantar mis pies del suelo, literalmente.

-¡Pero mira quiénes han llegado!-exclamó, estrechando la mano de Will y agitándola un par de veces después de separarse de mí. -¡Mírate, estás estupenda!-continuó, y agarró una de mis manos para levantarla con delicadeza y hacerme girar sobre mí misma.

-Blah blah blah, ¿por qué estáis todos tan exagerados esta noche?-reí. Al dar media vuelta para hablar con Will, me encontré con que estaba a un par de metros de nosotros, saludando animadamente a Meredith. Por apenas un segundo, pude ver cómo la chica clavaba sus ojos café en nosotros mientras hablaba con él. Intenté no darle mucha importancia. Llevaba semanas casi integrada por completo en su grupo de amigos y la relación entre Meredith y yo me había parecido de lo más normal hasta aquella noche, en la que cada vez que entablaba una conversación realmente interesante con Will o con Sam, ella nos interrumpía con cualquier excusa.

Los tres estábamos hablando de nuestro futuro, de las universidades a las que aspirábamos y de lo emocionados que estábamos respecto a ello cuando la castaña se interpuso entre mis amigos y yo, dejándome de lado para soltarles un largo e irritante discurso de lo bien que le iría en Stamford si conseguía hacer un curso de verano allí. En aquel momento oí la voz de mi salvación.

GreenwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora