Es fácil detenerse y enumerar algunos de los grandes problemas de la humanidad sin siquiera darle muchas vueltas. Todos los conocemos, y también conocemos la cantidad de soluciones que todo el mundo propone pero nadie lleva a cabo. Todos hemos crecido oyendo las mismas cosas en la radio, viendo las mismas cosas en televisión y leyendo las mismas cosas en la prensa. El hambre, la guerra, la desigualdad, la enfermedad...
La enfermedad. El hombre ha pasado siglos pensando que puede jugar a ser Dios y enfrentarse con la naturaleza como si fuera más sabio que ella, pero si hay algo que todos también sabemos es que nunca ha sido así. El mal avanza tan rápido como la cura, y eso nos hace pensar que quizás sea algo destinado a permanecer entre nosotros para siempre. Orden natural, dicen los científicos.
Gracias al maravilloso orden natural tuve que soportar toda una semana dejando que decenas de desconocidos me preguntasen por el estado de mi padre y seguidamente mostrasen compasión por la situación que nos había tocado vivir.
"La vida es dura", "La vida es cruel", "El cáncer es horrible"...
Como si ellos lo supieran.
Con el tiempo me di cuenta de que lo único que el cáncer genera son historias tristes. Por suerte, Steve nunca permitió que la suya lo fuera. El día que salió del hospital y volvió a casa, la noticia llegó a todos y cada uno de los rincones de Greenwood; sin embargo, las únicas personas que llamaron a nuestra puerta fueron el doctor Swanson y Sam, Maddie, y Bright acompañado de su madre, la señora Dwyer. Todos acudieron en busca de al menos un testimonio que les permitiera asegurarse de que de verdad estábamos bien. Son momentos como esos en los que una se da cuenta del tipo de gente que le rodea. A pesar de que todo el mundo cumplió con su deber de buen vecino e hizo el esfuerzo de interesarse por Steve cuando él estaba en el hospital, tan sólo aquellas cinco personas demostraron que su interés era real. ¿Y qué importa si fueron sólo cinco? Tanto mis padres como yo sabíamos que por mucha gente que te tenga aprecio, al final del día los importantes son aquellos con los que te encuentras al abrir los ojos; los que ves cada mañana a tu lado al despertar, los que te prestan su hombro para llorar y los que se ofrecen para secar tus lágrimas cuando nadie más lo hace. Es imposible que una historia (por mucho cáncer que tenga) sea triste cuando la iluminan personas así.
La siempre espléndida hospitalidad de Steve y George generó una improvisada reunión de amigos que se prolongó hasta el atardecer y a la que más tarde se unió la pequeña Olivia. Todos no sentamos a charlar animadamente en la sala de estar mientras George correteaba de allí a la cocina y de la cocina allí con bandejas repletas de café y repostería casera, la cual había estado cocinando de forma masiva durante aquellos días por la ansiedad que le provocaba quedarse solo en casa cuando yo me marchaba a clase. Creo que tanto la vuelta de Steve como aquella tarde rodeados de gente fue todo un soplo de aire fresco para él y para mí. Por primera vez en todo el tiempo que llevábamos en Greenwood, ver a todas aquellas personas juntas me hizo sentir que quizás sí que podría llegar a llamar "hogar" a aquel lugar, y que la familia va más allá de aquellos que comparten tu apellido.
Ya casi entrada la noche, cuando el Sr. Swanson estimó que era la hora de marcharse, Steve dio por terminada su improvisada fiesta de bienvenida. Fue ese el momento que la Sra. Dwyer eligió para ofrecer un acto más de buena fe.
-Estamos tan sólo a un par de semanas de Acción de Gracias y dado que es la primera vez que lo celebráis fuera de Suiza me encantaría que vinierais a casa a cenar con nosotros.-propuso acompañando la frase de una encantadora y amplia sonrisa. -Dave y Sam también están invitados, por supuesto. Será una estupenda noche para conocernos más y ya que Bright y Blanda parecen traerse algo entre manos...-la mujer se giró hacia su hijo, que se había escabullido un instante para despedirse de mí con un abrazo pero se separó rápidamente al oír las palabras de su madre.
-¡Mamá!-gruñó. Ella rió junto a mis padres y yo no pude evitar hacer lo mismo. Tras unos segundos entre risas, el rubio paseó sus ojos de nuevo hasta los míos y me propinó un rápido beso en los labios sobre el cual nadie hizo ningún comentario. Sin embargo, cuando miré a mis padres pude deducir que ambos me miraban sonriendo desde hacía ya rato.
Ya solos en casa, tardamos apenas unos minutos en limpiar la mesa de la sala de estar entre los tres y Steve se retiró a tomar la ducha que llevaba necesitando desde que volvió del hospital. Mientras tanto, George y yo permanecimos allí quietos, sentados junto a la chimenea, observando en silencio el salón que tan sólo media hora antes había estado plagado de luces y ruido.
-Ese chico... ¿Te gusta?-preguntó en voz baja, permitiendo que en sus labios apareciera una diminuta sonrisa. Yo aguardé unos segundos para intentar descifrar la expresión de su cara antes de decir cualquier cosa. Las tímidas arrugas que enmarcaban sus ojos color café se pronunciaban aún más conforme su sonrisa se ensanchaba, a la espera de una respuesta.
-Sí. Mucho. -susurré tímidamente. George y yo solíamos mantener este tipo de conversaciones cuando era más pequeña. Él siempre había creído que hablar entre nosotros susurrando con tal secretismo me daba la confianza que me hacía falta para decir todo aquello que no sería capaz de decir en voz alta, y en parte siempre tuvo razón. No tenía la idea de hablarle de Bright a mis padres, ni siquiera estaba segura de que si era bueno que todo aquello estuviese ocurriendo tan rápido, pero al escuchar esa pregunta parece que mi subconsciente se me adelantó. Supongo que fue ese el momento en el que me di cuenta de que de verdad me gustaba. Por otra parte, no fui consciente de lo que acababa de ocurrir hasta que tuve tiempo para pensarlo: Íbamos a pasar nuestra primera Acción de Gracias con la familia Dwyer y mis padres no habían mostrado oposición alguna. ¿Debí haberme alegrado? Lo hice. Me alegré porque lo único en lo que podía pensar era en un grupo de personas sentados alrededor de una mesa cenando pavo como se supone que las familias normales deben hacer en esas fechas. Sin embargo no pensé en que nosotros no éramos normales; ni siquiera éramos una familia. Así que sí, ajena a todo eso me alegré. Ajena a eso y a todo lo que ocurriría aquella noche.
[...]
Un par de semanas después, a falta de un día para la cena, desperté y cumplí con mi rutina como cualquier otra mañana. Cuando hube terminado de desayunar y miré a través de la ventana para asegurarme de que Bright ya me esperaba junto a su coche para ir a clase, exhalé un profundo suspiro que hizo que el cristal se empañase cuando me encontré con un paisaje blanco y resplandeciente, totalmente diferente a todo lo que había visto desde que llegué allí a finales de verano.
«Oh nieve, te he echado de menos...» susurré al salir y pisar el acolchado suelo por primera vez. Como cada día, Bright abrió la puerta del copiloto mientras yo me aproximaba a él y entró en el coche para esperarme.
-Buenos días, rubiales.-saludé con voz baja pero entusiasta cuando estuve ya sentada a su lado. Él esbozó una amplia sonrisa, pero no dijo ni una palabra. En lugar de eso, recostó su cabeza en el viejo asiento haciéndolo crujir. -¿Estás bien? ¿Ocurre algo?-pregunté tras aguardar un par de eternos minutos en silencio. Sus ojos verdes pasearon por el blanco paisaje para después posarse sobre los míos y sus agrietados labios se entreabrieron para despedir un cálido soplo antes de hablar.
-...Mi padre volvió a casa anoche.
ESTÁS LEYENDO
Greenwood
Teen FictionBlanda, una joven suiza que aspira a hacerse un hueco en el mundo del arte, se ve obligada a pasar su último año de enseñanza pre-universitaria en Greenwood, un minúsculo pueblo de Indiana hasta el que sus padres la conducen con la excusa de cambiar...